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jueves, 30 de diciembre de 2010

LA METÁFORA PERFECTA


Si se hubiera buscado hubiera sido difícil encontrar una metáfora más adecuada a la realidad que vivimos que esos minutos de finalización de la existencia de la cadena CNN+ para dar paso al rótulo permanente, premonitorio, amenazante de GH 24. La sociedad de la información da paso a la información de la suciedad, una suciedad creada ex profeso para consumo masivo. Excrementos al gusto de todos y esos todos hozando con denuedo a la caza de la mayor porción posible del manjar.
Podemos volver a criticar la tiranía de esos entes anónimos llamados mercados y quedarnos con ello satisfechos. Criticar la servidumbre de unos ante ellos y el interés de otros por el puro y duro beneficio económico. Criticar el sacrificio de la cultura en el altar del mercado, la expiación del conocimiento de sus pecados de lucidez y dolor. Podemos, pero en la metáfora nosotros jugamos también el papel ideal, el de espectador. Asistiendo perplejos a un espectáculo del que no formamos parte, sólo vemos y oímos, comentando indignados, con el mando a distancia en las manos, llegado el momento… cambiamos de canal, alguna serie divertida, por favor.
Elegimos ser consumidores antes que ciudadanos, "consumimos... para dejar de ser individuos y ciudadanos, para liberarnos de la pesada obligación de tener que llevar a cabo elecciones fundamentales". No, a la realidad ya que resulta dolorosa, mejor el entretenimiento; no, a los otros que se viven como amenaza, importa uno mismo, a lo más el grupo del que uno forma parte que no deja de representar los intereses propios; no al razonamiento, al pensar por uno mismo, mejor pensamiento visceral (si esto fuera posible ya que son términos antagónicos), ejercitar las tripas y los testículos (pensamiento testicular), acudir a las funciones de deshecho del organismo.
Cada uno de nosotros somos la sociedad de consumo, consumidores, usuarios, clientes, tomamos decisiones, elegimos. Con la televisión también, la televisión es un objeto único que combina la evasión máxima con el mínimo de obligaciones y nos permite realizar esa elección en la intimidad; mantener nuestra impoluta fachada pública mientras alimentamos con ella nuestras miserias. Pero el ojo del gran hermano está ahí, aunque juguemos a no verlo. Ahora se nos ha hecho manifiesto. La religión catódica se nos ha revelado. El gran ojo nos ha descubierto, estamos ahí, frente a él, con las tripas al descubierto, aguardando nuestra ración de basura.
Ese es nuestro verdadero bienestar, nuestro auténtico estado del bienestar, el que conquistamos y no estamos dispuestos a dejarlo ir (¿qué nos dejamos en esa conquista? ¿qué precio pagamos? Puede ser que el verdadero precio lo pagaran otros para nuestro bienestar). Pretendemos un imposible, vivir adormecidos en las comodidades y por las comodidades que nos han sido dadas en un lugar y un tiempo privilegiado de la historia y sólo activarnos cuando estas corren peligro. Pero quizás, para entonces, ya sea tarde, sus cimientos hayan sido socavados y ese bienestar ya sólo se mantenga en falso, el gran ojo haya hecho su aparición anunciando la caída del imperio decadente ante la invasión de los "bárbaros" del sur (dijo el romano bien acomodado en su triclinium), que, ahora sí, llegarán a reclamar lo que es suyo, y nosotros ya no podremos cambiar de canal, el mando a distancia no nos responderá, todo el libre mercado audiovisual será un mismo magma en el que seguiremos hozando hasta nuestra extinción.


Mejor no saber,
Ignorante bobo, necio feliz.
Mejor no saber
y disfrazar el pasado de mentiras
y construir el futuro de esperanzas huecas
y vivir el hoy ajeno al papel de clown
sembrando hilaridad al paso de su sombra.
Mejor creer representar el papel de la Virtud en el Gran Teatro del Mundo
que ver en el espejo al cándido payaso,
zarandeado pelele,
marioneta grotesca y burda.
Mejor no saber,
encerrado en un sueño de sonrisas
mientras las carcajadas mastican mi existencia,
mientras se desmorona mi palacio de despojos,
mientras la vida se me llena de muertes.

¿Qué hacer? Para empezar, apaguemos el gran ojo antes de que sea tarde.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

LUGARES COMUNES (3): Funcionarios docentes...¿decentes...indecentes...indolentes?



Un ramillete de lugares comunes:

A los maestros nos cargan cada vez de más responsabilidades. Muchas no son de nuestra competencia. La dignidad y revalorización del maestro empieza por negarnos a realizar funciones que no son nuestras. Es necesario dejar bien claro cuales son nuestras funciones y cuales no. Nuestra tarea es enseñar, trasmitir conocimientos, no educar. Y el último: los valores morales son responsabilidad de la familia y la escuela no debe entrar en ellos.

Es verdad que cada vez se vierten más exigencias sobre el sistema educativo, pero también es verdad que tenemos una sociedad cada vez más compleja que aumenta sus necesidades y que exige un sistema educativo más complejo y de más recursos, el problema es que ha cambiado poco o nada. Es verdad que se pide al maestro nuevos requerimientos que a veces nos desbordan, pero también es verdad que su perfil no puede seguir siendo el de hace treinta o cuarenta años, y que ante esa supuesta exigencia se reacciona a menudo con el repliegue, no sólo no se aumentan las tareas a realizar sino que con frecuencia se justifica su disminución. Nos hemos cargado de razones para ir desentendiéndonos de pequeñas tareas en base a que ello nos dignifica. ¿Cómo qué nos dignifica? El siguiente paso ha sido tomar partido en la absurda polémica entre instruir-enseñar y educar. Como si una cosa fuera posible con la otra. Lo único que hay verdaderamente detrás es que educar conlleva una implicación personal mayor, una opción por un modo de educar y enseñar. Y el remate, y lo más reciente, es argumentar para ello que los valores es responsabilidad de la familia. Tal disparate no merecería comentario alguno si no fuera por la fuerza mediática que se le ha dado y los grupos de presión (¿es necesario citarlos?) que se han implicado en ello, si no fuera porque hay gente que, irresponsablemente, asume ese argumento.

Cuatro conclusiones teóricas:


 Vuelta al instructivismo. Lo nuestro es enseñar, no educar.
Desde el discurso de la neutralidad sólo hay un paso hasta el instructivismo unilateral. El objetivismo pone el acento en aquello que puede ser claramente medido, la valoración implica cuantificación, en esa línea lo que se debe enseñar es aquello que se puede aprehender. El acto docente ha de ser a la vez un acto de asepsia en el que el maestro (profesor) no se ensucie con cuestiones que no competen a la función docente. El profesor rehuye cualquier cuestión que exceda en todo o en parte los límites del grupo clase o de la propia materia y marca con claridad cual es el territorio de su competencia, qué se incluye en él y qué no.

 Desafección hacia la organización, hacia lo extracurricular, hacia la función educadora.
Este comportamiento implica varios niveles de desafección. M. Fernández Enguita habla de la desafección hacia la organización para indicar que el profesor no quiere saber nada de nada fuera de lo que entiende es su cometido, la materia, el aula, evitando todas las funciones distintas de la instructiva y que tengan que ver con la dinámica del centro, en estos casos el centro no sería una comunidad de aprendizaje sino una suma de agregados con intereses particulares. Enguita incluye en estos casos el rechazo a la realización de actividades docentes más allá de su aula o materia (tutorías, orientación, apoyo...). Pero junto a la desafección anterior conviene hacer referencia a un par de ellas más.
Desafección hacia lo transversal y extracurricular. Si en el discurso de renovación pedagógica de hace unos años se contemplaba este campo como una manera necesaria de completar la labor educativa que se quedaba corta, en la actualidad asistimos cada vez más a un rechazo del mismo. La labor docente viene marcada no sólo por los límites de la materia sino que está igualmente delimitada por el horario lectivo y el aula o, en el mejor de los casos, por el centro. Nada que se salga de esos tres límites es contemplado como propio de la función docente. Un caso representativo de esta desafección es el rechazo de los maestros a la realización de actividades complementarias y extracurriculares y que está siendo justificado, incluso desde posiciones teóricamente progresistas, no como estrategia para la consecución de mejoras laborales (discutible pero a la vez comprensible) sino cuestionando la competencia de los docentes en estas actividades. En la mayoría de los casos lo que se pone de manifiesto aquí es un cuestionamiento de la transversalidad como labor docente (aunque sea difícil verbalizarlo así) y con ello de la educación en valores.
Desafección hacia la función educadora. El docente se va quedando poco a poco con la función instructiva, ahí establece su campo de competencia. El objetivo es ser un profesional libre, neutral y con una actuación impersonal. El experto burócrata tipificado por Max Weber.

 Perfecto funcionario.
Se busca la neutralidad. Se exige un reglamentismo que nos dé seguridad. Se aspira y arranca una limitación del tiempo laboral, una limitación de las funciones a realizar y una limitación de las responsabilidades. ¿Deseamos una patente de corso?
Nuestra jornada laboral, en Castilla-La Mancha, es de treinta y cinco horas semanales, de las que veintinueve son de presencia obligada en el centro. ¿Se realizan realmente esas veintinueve horas? Parecen vivirse como si el resto hasta las treinta y cinco fueran de presencia obligada fuera del centro. ¿Se realizan esas treinta y cinco horas habitualmente? ¿Por qué esa ansiedad por no realizar ni un minuto más en el centro? ¿Por qué esa necesidad de salir de él?

 Extraño sociológico.

No nos sentimos integrados ni en la localidad ni en el centro de trabajo. Somos gentes de paso que no tiene responsabilidad alguna sobre los problemas de la comunidad

Un ramillete de consejos

 Educamos, inevitablemente educamos, mal o bien estamos educando. Desinhibirnos de sus consecuencias es una irresponsabilidad.
 El primer sujeto del proceso de educar somos nosotros mismos. La mejora profesional ha de estar asociada incuestionablemente a la mejora personal, como personas.
 Tenemos que ser parte activa de una totalidad, el centro y su entorno, para que esa totalidad crezca como comunidad educadora. Eso nos realiza como profesionales, nos hace crecer como personas y sentirnos integrados y más a gusto en nuestro puesto de trabajo.
 No podemos medir constantemente lo que damos. En la medida en que damos recibimos. En la medida en que nuestra aportación tienda a ser mezquina nosotros nos iremos haciendo mezquinos.
 El proceso educativo no tiene límites, sólo la racionalidad y el sentido de lo que hacemos, nuestras capacidades y nuestra propia humanidad han de establecerlos.
 En el sitio más inhóspito una persona marca la diferencia.

lunes, 27 de diciembre de 2010

REIVINDICACIÓN DE LA TRISTEZA


En estos días de obligadas sonrisas, de artificiales buenos deseos, lo siento, quiero hacer una reivindicación de la tristeza. En esta época de obsesión enfermiza por la salud, de culto patético por la juventud, de exigencia deprimente de alegría, necesito hacer una reivindicación de la tristeza. No para caer en una ridícula estética de la tristeza, no comparto la estética del pesimismo. El dolor, como la tristeza, como el pesimismo, viene dado, no se elige; si así fuera sería una opción estéril y necia. El ser humano, como ningún ser viviente está hecho para sufrir por sufrir, ni por mandato divino, ni por creencias esotéricas, ni, menos aún, por vacua pose estética.
La tristeza se tiene porque no es posible huir de ella. ¿Cómo ignorar la permanente llamada de atención de un cuerpo doliente haciéndose presente segundo a segundo sin posibilidad alguna de abstraerse? Compañero inseparable al que sólo te resta acostumbrarte, hacer tuyo el ruido para que te permita discriminar el resto de los sonidos.
¿Cómo desoír los quejidos de dolor de la gente que te rodea y a la que quieres? ¿Cómo es posible sentirte indiferente sin pagar el precio de tu deshumanización? Los lamentos de los otros estimulan los tuyos, su pesadumbre se convierte en la tuya, cargas con los tonos que percibe su mirada, te pueden llegar a atemorizar sus sombras.
¿Cómo ignorar la realidad en la que vives y de la que eres partícipe? Sus grietas, sus abismos, sus enormes desequilibrios, la sangre de la que se alimenta, tu colaboración en el festín de unos pocos, tu gesto indolente o el simulacro verbal de solidaridad.
La tristeza es tu sombra, permanece pegada a tus talones, cuanto más deprisa pretendas escapar de ella con más fuerza se unirá a ti., se convierte en el sentimiento de fondo, en el estado corporal predominante, de manera sutil, minimalista quizás, pero que, por su persistencia, contribuye a formar el talante que te caracteriza (El error de Descartes. Antonio Damasio)
No es posible abandonar la tristeza en una esquina, espera un momento que en seguida vuelvo, y dejarla allí para siempre. Tampoco creo que, yo, al menos, lo desee. No se trata de un estado corporal emocional que acapare constantemente el primer plano de nuestra atención ni de una coraza que repela cualquier otro sentimiento, con él es posible el sentido del humor, aunque se pueda convertir en un humor negro o irónico; es posible vivir estados de alegría, es incluso compatible con la felicidad como sentimiento de fondo, no la euforia sino la calma, no tiende hacia la oscilación sino al equilibrio. Puede matizar un sentimiento básico para convertirlo en otro más sutil, generar una reacción de síntesis que produzca una emoción adulta, más consiente de los cambios que constituyen la respuesta emocional, más capaz de enfrentarse a la realidad con una respuesta empática, pasando por el tamiz aquellos elementos más rudos, broncos y destemplados, más cercana al otro y a sus circunstancias.
“Memento mori”. No es necesario el siervo que sigue al general romano victorioso para recordarle su mortalidad y evitar que caiga en la soberbia, la tristeza invita permanentemente a la humildad. “Quizá la cosa más indispensable que podemos hacer como seres humanos, cada día de nuestra vida, es recordarnos a nosotros mismos y a los demás que somos complejos, frágiles, finitos y únicos” propone Antonio Damasio en el libro citado, de eso se ocupa la tristeza, guardián fiel desplazándote de todo pedestal, sin amargura, sin derrotismo (pero incorporando la derrota como posibilidad y hecho objetivo en la vida), reconociendo la dignidad al mismo tiempo que el humilde origen y la vulnerabilidad. Instalándonos a la altura de los demás y dejándote conmover por ellos.
Dejarte provocar alguna emoción, enternecimiento. La ternura es un sentimiento éticamente gozoso y estéticamente fructífero, se trata de una variación en la que se entremezcla la alegría y la tristeza, la primera resulta atemperada por la segunda y ésta dulcificada por la otra. Un sentimiento mucho más ajustado a la realidad capaz de conmover hasta la lágrima bañando con suavidad la mirada, domando la agresividad de las pasiones.
Humildad y ternura llevan a la misericordia. La compasión hacia los sufrimientos o errores ajenos sólo es posible desde las dos premisas anteriores, desde la cercanía y el afecto natural, y con ella todas sus derivaciones: altruismo, humanidad, solidaridad, caridad, clemencia, piedad; y con todo ello la inmersión en un concepto erróneamente añejo, el de la virtud, la preocupación por las cualidades personales esencialmente buenas. La educación emocional es, en sí misma, una educación en valores.
Razonamiento y emociones no se tratan de procesos independientes, de igual manera que no hay separación posible entre alma y cuerpo. El fondo de tristeza también aporta la oportunidad del sentido crítico, de la autocrítica, de la insatisfacción que nos lleva a los deseos de mejora, de la razón con los pies en el suelo. Sólo un punto de insatisfacción aporta el empeño por ir más allá, por no quedar contento sin más con la realidad dada, por la necesidad de discernir, no dejarse atrapar por lugares comunes, por no quedarse paralizado al calor del establo. Tristeza no es sinónimo de inteligencia pero sí puede servir de factor desencadenante.
Por último, el sentimiento de fondo de tristeza no ha de ser equiparable a una personalidad lúgubre, permanentemente cariacontecida. No sólo es posible la sonrisa cuando hay ternura, sino que es inevitable, como lo es el arco iris cuando los rayos de sol atraviesan las gotas de agua.

lunes, 20 de diciembre de 2010

UNA INVITACIÓN AL OPTIMISMO DESDE EL PESIMISMO




No pretendo engañar a nadie, no espero un futuro rosa en la cercanía, ni tan siquiera lo espero en la lejanía de mi vida (una lejanía no tan lejana), sobran argumentos para sustentar lo anterior, como muestra solo algunos botones:
- Vivimos en un sistema centrado en el puro y duro beneficio económico al que todo se supedita. Una bicicleta que nunca puede parar so riesgo de caerse y que atropella en esa loca carrera a todo aquello que ose interponerse en el camino. Una bola de nieve que necesita ir engordando conforme avanza hasta que de su propio grosor necesita el choque, su explosión, la crisis, para poder reiniciar después su marcha eterna hacia la locura.
- Un sistema de beneficiados que necesita para crecer su ración de desposeídos. Un desequilibrio económico, cultural, social en el que una pequeña parte acapara la inmensa mayoría de los recursos.
- En lo cercano, un régimen político cada vez más cercano a la estulticia en el que se entremezcla miseria moral e intelectual y en el que parece previsible (¿inevitable?) que veamos como triunfa un modelo meridiano de hacer política basado en la simplificación del discurso, en la confrontación y el negativismo como arma electoral (el adversario es enemigo y no hay mejor enemigo que el muerto… políticamente hablando, claro), el insulto, la exageración, la mentira sin coste electoral alguno, confiados en la fidelidad y la amnesia de un electorado que se retroalimenta en su fisonomía con la clase política.
La percepción del tiempo que tenemos es evidentemente antropomórfica en ella nosotros somos la unidad de medida. El largo plazo no es que se establezca en relación al género humano sino que su medición se reduce drásticamente a una parte de la vida de cada uno de nosotros, una parte cada vez menor en la medida en que el transcurrir del tiempo parece acelerarse, una millonésima parte de la historia de la vida., de toda vida, de toda existencia. De la idea judeo-cristiana según la cual la creación fue hecha al servicio del hombre a otra menos ególatra por la cual el hombre es, sin más, parte de esa creación y, en buena lógica moral, debiera estar al servicio de ella.
Ese reduccionismo del concepto tiempo tiene varias consecuencias:
- El fin justifica los medios. Es necesario acelerar la llegada de ese fin, para eso vale todo.
- La mediación se convierte en fin. Los instrumentos de los que el hombre se dota son los soberanos ante los que no valen las singularidades. Su triunfo es lo prioritario. Paradójicamente el hombre se somete a su propia creación.
- Es necesario anteponer siempre lo urgente ante lo necesario. No hay tiempo suficiente. Las medidas a tomar solo han de ser aquellas que produzcan resultados de forma inmediata. En lo político, sometimiento al electoralismo.
- Los cambios se realizan en la superficie no en la base. Cambiamos el ropaje de la realidad no la realidad.
- Devaluación del concepto “política” con un alejamiento de su origen etimológico de tal magnitud que si en la antigüedad podía llamarse “idiotes” a aquellos ciudadanos que no se preocupaban de la “polis”, de los asuntos comunes, hoy podríamos tener la tentación de hacerlo en sentido contrario.
La exigencia es modificar nuestra noción de tiempo. Nuestra vida no es la unidad de medida. Somos meramente eslabones de una larguísima cadena, ésta ha de ser la unidad de medida. No tenemos por qué aspirar a ver los frutos sociales de los esfuerzos que realicemos, lo que no quita que los lleguemos a realizar, “también será posible que esa hermosa mañana ni tú ni yo ni el otro la lleguemos a ver pero habrá que forzarla para que pueda ser” (que transnochado parece ese pensamiento y tan eterno a la vez). El avance no es una línea recta, es producto de múltiples fuerzas ejerciendo presión en múltiples sentidos. Centrar nuestra atención en una única fuerza y, quizás, no la esencial es también empobrecer nuestra vida. Es más, aquello que se encuentra al alcance de nuestra vista es una suerte de avances y retrocesos lo que no implica que el resultado total no suponga avanzar.
Desde este planteamiento, ¿estamos sin más ante una evolución catastrófica? ¿Es tan negativa, sin embargo la realidad? Puede sernos de utilidad la visión de Hans Rosling, profesor de Salud Pública en el Instituto Karolinska, en el programa de Eduardo Punset, Redes, titulado, Desmontando mitos sobre el mundo, y en la página web de ese mismo autor, Gapminder. Desde esa visión, la evolución del hombre puede no ser tan desesperada, solo, hace falta algo más de perspectiva, evitar una visión tan cortoplacista, alejarse un tanto para que los árboles nos dejen ver el bosque.
La historia de la humanidad también ha ido suponiendo un avance en la progresiva aceptación de unos valores de respeto al hombre, en primer lugar, y a la naturaleza, en las últimas décadas, con todo el componente farisaico que queramos, con todas las imperfecciones e incumplimientos, pero que está ahí y que al menos a las claras, hoy por hoy, es imposible ignorar y rechazar sin más.
El fenómeno de la globalización y de la tecnología de la sociedad de la información, con todos sus efectos negativos, dificulta la posibilidad de zonas de sombra. No quiere decir que estas ya no puedan existir en la medida en que la manipulación de la información no solo es posible sino que es evidente, pero sí que las herramientas para combatir esas zonas de sombra son mayores y se encuentran más al alcance de todos, un ejemplo de ello es el fenómeno representado por Wikileaks.
Ahora bien la visión del bosque no debe hacernos olvidar que estos están formados por árboles, que sin estos no hay bosque y que cada uno de ellos es importante. Se trata, de alguna manera, del famoso lema “pensar globalmente, actuar localmente”, esa visión ampliamente global no puede hacernos rehuir la acción, aunque sí llevarla a cabo de otra manera:
- Sabiendo que el fin también está en los medios, que estos deben reflejarlo con fidelidad, que toda acción conlleva un componente pedagógico y a través de ella construimos realidad, presente y futuro.
- No aplazar permanentemente lo necesario. Es urgente no aplazarlo, aunque no veamos sus efectos de manera inmediata o aunque sus efectos conlleven una consecuencia incómoda a corto plazo.
- No sacrificar lo pequeño, lo cercano. Somos en lo grande lo que somos en lo mínimo. El mar está compuesto de infinitas y minúsculas gotas, sin ellas el mar se vacía. La historia también progresa (estoy tentado de decir, únicamente progresa) desde lo callado, desde lo pequeño. Cada uno de nosotros solo progresamos a partir de ello, si no es así solo somos fantasmagoria, hipocresía y es eso lo que construimos.
- Hacemos política en todo nuestro actuar público. Es necesario rescatar el concepto del reduccionismo y secuestro al que se encuentra sometido.
- Toda acción nuestra puede tener el efecto mariposa, no podemos rehuir la complejidad de la realidad en la que vivimos, no basta con que nosotros la etiquetemos de la manera en como queramos, es necesario ser conscientes de los posibles efectos no deseados, guiarnos no solo por la ética de las convicciones sino también por la de la responsabilidad.
- No renunciar al pragmatismo a condición de no renunciar a la utopía. Mantener la tensión, el espíritu crítico y autocrítico que nos facilita ese pensamiento.
- Reduzcamos nuestra ansiedad. La verdadera responsabilidad la tenemos en aquello que tenemos a nuestro alcance.
Resumiendo, que no se llame nadie a engaño, soy pesimista en el sentido de que creo que el futuro inmediato que me aguarda, que nos aguarda, tiene visos de ser peor que el pasado que vamos dejando atrás, ¿acaba ahí el mundo? ¿Acaba ahí la vida? No nos demos tanta importancia, ganemos en humildad, ganaremos también en calma y felicidad. Otro mundo es posible, será posible. No lo veremos. Construyámolos, no obstante, en cada uno de nosotros, no nos dobleguemos, no nos rindamos, como sugiere el chiste de El Roto, ocupémosnos de lo que está en nuestras manos resolver . Ahí estará ese mundo posible, ya, pero todavía no.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

LUGARES COMUNES (2): Recetas, queremos recetas.



2. RECETAS, QUEREMOS RECETAS.

Primer ramillete de lugares comunes

No necesitamos teorías, necesitamos recursos, técnicas, recetas, cómo hacerlo. Bien claritas, bien explicadas paso a paso. Teorías ya hemos aprendido muchas en la carrera y en las oposiciones. No necesitamos teóricos.

¿Qué teorías hemos aprendido? ¿De qué manera? ¿Quién nos las ha enseñado? ¿Puede separarse la teoría de la práctica? ¿Todos los modos de educación son iguales? ¿Se pueden aplicar sin más una técnica a cualquier modo? ¿La técnica es pura técnica o conlleva un espíritu determinado que la ejecuta, un modo de llevarla a cabo sin el cual está vacía, una teoría que le da sentido, un fin, unos por qués, unos para qués.
El método no es un conjunto de recetas eficaces para la realización de un resultado previsto. Las cosas no son tan simples. La realidad cambia y se transforma, un método reducido a un programa es insuficiente, porque ante situaciones cambiantes e inciertas los programas sirven de poco y, en cambio, es necesaria la presencia de un sujeto pensante y estratega. Allá donde hay desorden, incertidumbre y azares es necesaria la actitud estratégica del individuo.
Teoría no es el conocimiento, permite el conocimiento. No es una llegada, es la posibilidad de una partida. No es una solución, es la posibilidad de encontrar y tratar un problema.


Dos conclusiones teóricas

La educación es un problema técnico.

Nos reclamamos como profesionales, como expertos y a la vez demandamos recursos, técnicas, no teorías. Que nos den la herramienta pero no el proceso por el cual se llegó a idear esa herramienta ni el valor que tiene. Que nos den la reflexión hecha. Que nos digan qué tenemos que hacer, cómo, cuando y dónde que después ya veremos si lo hacemos o decretamos que en nuestra aula aquello es imposible. Nos reclamamos expertos, profesionales pero hemos perdido la reflexión. Hemos separado la concepción y la ejecución del trabajo. Rechazamos la intromisión de los políticos y expertos, pero aceptamos dócil y acomodaticiamente la de las editoriales. Nos estamos convirtiendo en mecánicos de la enseñanza, en sus operarios. Es el inicio de la rutinización. Si no hay reflexión crítica irá desapareciendo la necesidad de cambio, las nuevas técnicas serán adornos de una vieja práctica.

Desaparece el ser, sólo queda el hacer.

El ser maestro es sólo un problema tecnológico, somos peritos en la enseñanza, entendidos en una materia, no es un proyecto personal, no tiene que ver ni con nuestras actitudes, ni con nuestras competencias.

Un ramillete de consejos:

 No organizar el trabajo en función de la comodidad del adulto sino de los niños.
 No perder nunca la capacidad de pensar, la reflexión teórica nos otorga dignidad. Teoría y práctica es un armazón que no se puede deshacer.
 En el sitio más inhóspito una persona marca la diferencia.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

MENSAJE EN UNA BOTELLA


El anterior chiste del, siempre genial, El Roto, me hubiera gustado que hubiera servido de emblema de esta página, pero mis escasos conocimientos técnicos y el hecho de que no pasara el filtro de las emociones compañeras me hizo desistir de ello, y, sin embargo, de alguna manera, me veo así, un "seudoagitador" postrado en una cama supuestamente elaborando discursos incendiarios.

Aquí me veo, ante una pantalla y un teclado volcando en él la poca sabiduría que con el paso de los años pueda haber atesorado. No sería mala instantanea de este momento de mi vida si en ella queda reflejada la sensación de libertad de espíritu que pueda tener. No debo nada a nadie, salvo el afecto de la gente que me rodea y me quiere; a nada especial aspiro, salvo a hacer felices a esas personas y a mí con ello; puedo permitirme el lujo de decir lo que pienso sin más ataduras que la verdad en la que creo, y de esa sensación surge la necesidad de lanzar al mar estos mensajes a la espera de que con ellos encuentre eco en otras personas y, con ello, la rara experiencia del librepensador (me gustaría poderme catalogar así) de una soledad compartida, con rostros conocidos y también desconocidos para mí. Rostros que nunca conoceré y que sin embargo los siento ahí, míos, detrás de esta pantalla, a la espera de esta botella.


Esa situación de libertad es conquistada, ha sido el paso de los años lo que me ha permitido ir soltando amarras y lastre, un empeño, a veces insensato, en ser yo, en mis singularidades, puede que una perseverancia en mi derecho al error, a mi error, a mi propia equivocación; pero también es una libertad que, de alguna manera, me ha sido puesta en bandeja, precipitadamente, en mi madurez gozo de la licencia de verbo que parece otorgarse a la ancianidad. Se trata de algo externo a mí, que me permiten los otros, pero también de algo interior, la sensación de haber llegado ya a uno de los puertos de la vida, el de la jubilación donde el júbilo, la alegría que sugiere su etimología es más un remanso de paz que un estado de entusiasmo y exaltación, la mente ha llegado al razonamiento más tranquilo, y tus facultades se concentran en demostrar lo que puedes y vales. No hay prisas para ello, no hay nada que ganar salvo la satisfación personal que me ha sido puesto en bandeja desde la aflicción. Se trata de un final pero también del comienzo de un periodo del que es difícil de calcular su duración, una etapa en la que no sólo no tiene que renunciar uno a la posibilidad de aportar algo a los demas sino que, libre de cargas y frenos que anteriormente ejercían de impedimentos objetivos o subjetivos para desatar cabos, puede optar por volar... desde la cama o el sillón en el que se encuentra quieto. Puede uno no tener otras opciones pero se trata de una imposición que puede llegar a resultar gozosa.

Una etapa en la que uno se puede permitir la satisfacción de caer en la tentación de los consejos, desde la humildad, desde la conciencia de los errores cometidos, sin pretensiones de sentar cátedra y sabiendo que los caminos de la vida ha de recorrerlos uno solo y tropezar cada uno en sus propias piedras (aunque sean idénticas a las del resto). Es por eso por lo que no quisiera concluir este escrito sin uno de ellos dirigido a todo el mundo pero especialmente a la juventud: no esperéis toda una vida para sentiros libres para ser quien queráis ser, no aguardéis a que alguna circunstancia externa venga a tiraros del caballo (Clavileño es su nombre), no desperdiciéis años sin disfrutar del valor de la ternura, de la sensibilidad, de las pequeñas cosas, de la vida que, a nuestro lado, aguarda callada a que despertemos, del cuerpo, antes de que te abandone.


Y, sin embargo, feliz en este puerto al que he arrumbado, sin renunciar al placer de sentirme libre y en paz, cuanto hecho de menos otra realidad.

Te daré la palabra.

Te daré la palabra
pero me gustaría entregarte el cuerpo;
un cuerpo transgresor y transgredido,
un cuerpo de burdel y lenocinio,
un cuerpo de esperma y sudor,
un cuerpo que hablara con sus manos y sus pies,
un cuerpo que me reviviera,
gritara,
llorara,
riera,
que estallara de existencia.
Y sin embargo, te daré la palabra,
la incolora,
la inodora,
la insípida palabra;
y le daré forma,
y le daré carne
y le daré sexo.
Pero me gustaría entregarte el cuerpo.

Esto es lo que me queda, que el verbo se haga carne y habite entre nosotros. No está mal.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

LUGARES COMUNES (1): Lamentos, lamentos, lamentos.




Primer consejo:
No os dejéis llevar por los lugares comunes.

En la enseñanza hay muchas. Se tratan de expresiones triviales que aparentemente no dicen nada (malo), que parecen incuestionables pero simplemente porque nadie nos las cuestionamos, pero que están llenas de una gran carga de profundidad. Son como el caballo de Troya, empezamos a aceptarlas porque sí, porque nadie las discute y terminamos derrotados por él, pensando a base de lugares comunes que han pensado otros y que nos van cambiando. Estos lugares comunes no son exclusivos de la enseñanza pública, en gran medida, ni siquiera de la enseñanza sin más, pero es esta la que me importa, la que nos importa, es esta la que debe de ser considerada de verdad como servicio público, concepto al que no podemos ni debemos renunciar. Entrar en el juego de los lugares comunes responde a una necesidad muy humana, buscar el calor del establo, pero también supone la pérdida del pensamiento crítico y autónomo. Fomentarlos, puede que nos consiga público en el que tenga eco nuestro discurso, pero también implica no tener discurso, alimentar el sustrato en el que crecerá el pensamiento único y en el que el transformador siempre estará condenado a la marginalidad.


1. LAMENTOS, LAMENTOS Y LAMENTOS


Primer ramillete de lugares comunes:
De dónde no hay no se puede sacar. A quien no quiere no se le puede dar. Los chicos de hoy no son como los de antes.

Que obviedad, pues claro que los chicos de hoy no son como los de antes, tampoco los adultos somos los de antes, ni la sociedad es la de antes. Nada es como antes.
Somos funcionarios públicos docentes. ¿Para qué nos pagan? ¿Para quién? ¿Para curar a los sanos? Mira que son raros estos padres nos traen a sus hijos enfermos y encima quiere que los curemos. Que se ocupen primero de curarlos en casa y que los traigan aquí en condiciones. ¿No es eso lo que quiere decir el lugar común? ¿Para quién nos pagan? Fundamentalmente para los enfermos, no para los que aprenderían igualmente sin nosotros, sino para aquellos que nos necesitan para aprender. Estamos en la función pública, si alguien tiene otra idea de público que se busque la vida en la privada. Nuestra tarea es enfrentarnos a la realidad que nos venga, la que sea, y ser de utilidad a esa realidad, cambiarla, mejorarla; y adaptar nuestros métodos a esa realidad, no esperar que ésta se adapte a ellos. No vale eso de que si la realidad no se ajusta a lo que yo espero de ella tanto peor para la realidad.

Segundo ramillete de lugares comunes:
La familia no colabora. Quiere meterse donde no es de su competencia. La sociedad destruye lo que nosotros construimos. Se ha perdido la autoridad del maestro.

Todo eso puede ser verdad. ¿Y qué? ¿A dónde nos ha de llevar eso, al repliegue, al lamento permanente, a persistir en nuestros errores o a la búsqueda de nuevas estrategias? ¿Para qué nos pagan? Por cierto, ¿Cuántos de los que así hablan son padres o madres? ¿Cuántos lo somos? ¿Somos familia? Pero nosotros lo hacemos bien como familia, ¿verdad? o… ¿somos juez y parte?
¿Se ha perdido la autoridad del maestro? ¿Y qué autoridad no se ha perdido? ¿Qué pensamos y decimos nosotros de los médicos, de los curas, de los obispos, de los jueces, de los políticos, de nuestros jefes? ¿Quién ve en televisión, incluso en familia, el Diario de Patricia, Aquí hay tomate, Caiga quien caiga, el Intermedio, Los Simpsoms, Padre de Familia…? (apunto, a mí me gustan algunos de esos programas citados, otros los detesto ferozmente) ¿En qué campana de cristal queremos conservar al maestro? ¿Queremos detener la máquina del tiempo sólo para conservar la autoridad del maestro? ¿No será que también nosotros hemos colaborado a erosionar esa autoridad, no será que no vale el mismo modelo de autoridad?

Tercer ramillete de lugares comunes:
Los políticos están destruyendo la educación. No saben o son unos teóricos que no han pisado un aula en su vida o unos desertores de la tiza que no quieren volver a ella. El sistema educativo se ha convertido en un campo de enfrentamiento político y no paran de cambiarlo.
¿Cambia permanentemente el sistema educativo? ¿Qué ha cambiado? ¿La forma de organizarse el profesorado? ¿La división en edades? ¿La forma de trabajar dentro del aula? ¿Algunos papeles, algunos términos? ¿Qué caso hemos hecho de ellos? ¿Está cambiando permanentemente el sistema educativo? ¿La inutilidad manifiesta de muchos políticos es la causa de nuestra inutilidad? Puede resultar obvia la inutilidad de muchos de los políticos que gestionan la educación, pero, ¿suprime eso nuestra cuota de responsabilidad? ¿Quienes son los protagonistas últimos de buena parte de la toma de decisiones?


Dos conclusiones teóricas:

1. Todo lo anterior es un proceso de externalización de las responsabilidades.
Cada vez hablamos menos de nuestras responsabilidades en el proceso educativo. Por supuesto que otras instancias también las tienen, pero, ¿y las nuestras? Somos nosotros los asalariados para ello. No podemos utilizar todo eso para escurrir el bulto, para justificar nuestros fracasos. El dolor de la lucidez existe, pero es necesario elegir entre esa lucidez dolorosa o la ignorancia feliz (y estúpida, con perdón). Rehuir nuestras responsabilidades es degradarnos como profesionales y como personas, rebajar nuestra autoridad moral y disminuir nuestra peligrosidad para el poder, sólo lo seremos para el público.

2. Funciona una ideología del experto.
Nosotros somos los expertos. La escuela es nuestra, somos los profesionales, los únicos que sabemos qué corresponde hacer. Nos apropiamos primero de ella, nos blindamos teóricamente, echamos el cierre institucional y después nos sentimos asediados. La escuela como la realidad es poliédrica, tiene muchas caras que no controlamos, ocurre como el cuento oriental del elefante, todos necesitamos de todos, con humildad y apertura. Sabiendo cada uno cual es su papel pero abiertos a la interpelación y las propuestas.


Un ramillete de consejos:

 No mezclar, si es posible, el trabajo en la escuela con los problemas laborales, sindicales. No rebajar el trabajo buscando excusas: “La administración no nos escucha”, “los padres tal…” “Los niños cual…”
 No justificarse con la gente que lo hace mal y siempre se queja y victimiza.
 Abrir la escuela, cuantos más personas aporten, más crecerá y educará.
 En el sitio más inhóspito una persona marca la diferencia.

martes, 30 de noviembre de 2010

REENCANTAMIENTO

Hace unos días, mientras contemplaba como espectador una obra de teatro para niños el comentario de uno de ellos me retrotrayó a mi infancia, sacó a relucir uno de los personajes que más miedo me producían, "el hombre de debajo de la cama". Yo nunca llegué a nombrarlo como tal, como el hombre del saco o el de los caramelos, pero estaba mucho más presente en mí que cualquiera de los anteriores. Se trataba de miedos, pero también de fantasía. Al mismo tiempo recordé un pequeño relato (un entretenimiento sin más) que escribí hace poco.

También hace unos días, hablando con un amigo, comentaba, más o menos, que la vida es un proceso personal hacia el desencanto, la pérdida paulatina de ese mundo mágico que nos rodea, la realidad no es encantadora, a veces puede llegar a ser cruelmente desilusionante, una travesía dolorosa hacia el profundo desengaño. Vivir en el desencanto es saber que el encantamiento no podemos esperar que nos venga de fuera, forma parte del crecimiento personal, de la lucidez, de la autonomía, de la libertad. ¿Significa eso que debemos renunciar al encanto? Nada de eso, significa que ahora nos toca a nosotros poner el encanto, ayudar a soñar, poner la fantasía (con los pies bien firmes en la tierra), echar a volar. Somos los protagonistas, los narradores de cuentos, los que tenemos que dar sentido al relato de nuestra vida.

Esta mañana he estado contando cuentos a niños y niñas de uno a tres años. ¡Qué gozada! Sus caras, su mirada, su complicidad, sabían que el relato solo era un juego del que disfrutaban cada uno a su manera, en silencio paralizados por el mero ir y venir de las palabras, gesticulando conmigo, riendo, disfrutando del pequeño miedo. Los años pasan sobre nosotros, a menudo parecen aplastarnos, robarnos cualquier resquicio de esa infancia que tuvimos, privarnos de la capacidad de soñar y de hacer soñar. El hombre es un animal simbólico, el principal instrumento para ello es la palabra, la que es capaz de envolvernos y trasladarnos al niño que fuimos embobado ante alguien que nos cuenta: "Había una vez..."


DEBAJO DE LA CAMA

Desde pequeño siempre fui un miedoso, especialmente me producían pavor las puertas abiertas de los armarios y los bajos de las camas. No era capaz de mirar en ellos. Por la noche, cuando llegaba la hora de acostarme intentaba reducir al mínimo de tiempo posible el trayecto hasta ella para evitar que una posible mano saliera de allí y pudiera atrapar mi tobillo. Necesitaba dormir completamente arropado, los brazos bajo las sábanas y las mantas, pensaba que si por azar o por descuido dejaba caer alguno de ellos era quedar expuesto, indefenso, al enemigo, esa mano saldría de allá abajo, cogería la mía y ahí empezaría todo. Nunca llegué a imaginar lo que vendría después simplemente sabía que aquello era el principio del fin. Es por ello por lo que los costados de mi cama siempre estaban completamente remetidos bajo el colchón, si algún resquicio quedaba yo me esmeraba en que no fuera así. No soportaba la idea de poder sacar un pie estando él ahí. Él siempre estaba ahí, escondido debajo de mi cama o encerrado en mi armario tras aquella puerta abierta. Tampoco aguantaba las puertas abiertas, por lo que antes de acostarme me apresuraba a cerrarlas con llave y, si por descuido, me tumbaba sin proceder a este cuidado, rápidamente me levantaba y en una carrera fugaz iba, las cerraba y volvía de un salto a encerrarme a buen recaudo dentro de mi cama. Una puerta abierta del armario era un puente desplegado hacia el misterio en el que siempre estaba él. No era un ser vivo, al menos viviente en ese momento; tampoco era monstruo alguno. Él era él, un muerto, al que no conocía, salvo en los días en los que la muerte de algún familiar o de algún conocido podía ponerle rostro por un tiempo al misterio. Pero el misterio siempre era amenazador, ante él se acababan los sueños de omnipotencia en los que uno se recrea en la infancia y era consciente de la debilidad, de la fragilidad absoluta ante Él. Puro miedo, temor de que ese mundo de seguridad y rutinas se acabara, que el mundo en el que era posible soñar se transformara en uno de perpetuas pesadillas. Él también me acompañaba en los pasillos oscuros, en las habitaciones vacías y silenciosas en las que cualquier mínimo ruido suponía una amenaza segura; en la planta superior de mi casa cuando mi madre me mandaba a ella a por alguna cosa. Yo pasaba por pasillos y habitaciones diciendo con voz suave, “ya me voy, ya me voy, ya me voy”, para aplacarle a él, para que, por aquel día me dejara salir de aquel aprieto. Y, por supuesto, me acompañaba en las casas vacías, cuando empezaba a quedarme en ellas y necesitaba ir encendiendo todas las luces de la casa para evitar cualquier zona de sombra.
Él, de alguna manera, no dejó de acompañarme nunca. He continuado con esa manía de remeter bien la ropa de mi cama que a mi mujer siempre le ha producido risa y de cerrar las puertas de los armarios; y en la soledad de una casa desconocida, si bien ya no he ido hablando, quizás porque me sentía ridículo, no he dejado de sentirme con el corazón encogido mientras me paseaba por las distintas estancias y escuchaba los crujidos de los suelo y de los muebles. Me ha costado toda una vida entender lo absurdo de esos presentimientos. La razón argumenta de modo irrefutable pero las entrañas del ser se resisten a aceptar esa argumentación. En el cara a cara entre unos y otros los considerandos y las pruebas llevan de manera incuestionable a una conclusión racional; pero luego, en la intimidad, cuando no somos sino nosotros y no nuestra máscara, la irracionalidad vuelve a apoderarse de nuestro ser. Me ha costado toda una vida aceptar el sin sentido de esta irracionalidad, que los muertos muertos están y no se encuentran para andar dando sustos a nadie.
Hace sólo unas horas que he fallecido y estoy como un pasmarote debajo de tu cama esperando no se qué momento. No está él pero estoy yo. Esperemos que no me cueste toda una eternidad aceptar esta nueva situación.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

VOLVER A MIS FRONTERAS

¿Quién no ha tenido y tiene dolores y tristezas en su vida? Podemos optar entre la amargura permanente y hacer las paces con ese pasado y presente. Dolidos por lo que nos ha hecho la vida, por lo que no hemos llegado a ser o por una actitud de aceptación paciente de las adversidades. El miedo a las palabras, ¿resignación?, quítémosle ese halo de sometimiento y de tufillo clerical que envuelve la palabra y quizás sí, resignación. La vida no es más que un encadenamiento de causas y azares en el que cada uno de ellos nos lleva a otro, una pequeña modificación, milimétrica quizás, tendría una repercusión multiplicada en nuestra vida, se trata de nuestro particular efecto mariposa, en el que el simple aleteo de una mariposa puede cambiar nuestra vida, la mujer que nos acompaña, el hijo que tenemos, los amigos que son, los pasos de los que nos sentimos orgullosos... Claro que en ese encadenamiento habrá cosas que ojalá nunca hubieran sucedido o que lo hubiesen hecho de otra manera, pero, ¿seríamos quienes somos sin ellas? ¿Tendríamos a nuestro alrededor las personas que nos rodean y nos sustentan, las que nos dan sentido, las que queremos? ¿Estaríamos dispuestos a prescindir de ellas? ¿Quéremos lo que tenemos? ¿Nos importa prescindir de ello? Las alegrías de hoy son también hijas del dolor y la tristeza de ayer. ¿Aceptaríamos renunciar a lo que somos por las hipótesis que pudiéramos haber sido? Se trata, si podemos, de hacer las paces con el pasado, que es también hacerlas con nuestro presente, dejar de mirar con rabia la vida, con resentimiento y darnos la oportunidad de sonreír y sentirnos agradecidos. No es mistificar los daños, se trata más bien de positivismo lógico mondo y lirondo, de una visión de la vida en la que no interviene ni Dios ni el destino, de un estricto desencantamiento no exento, sin embargo, de la posibilidad de mirar la vida con ternura y emoción, con una felicidad tranquila, con más compasión y caridad y de la posibilidad de seguir soñando.

Si volviera a nacer me gustaría volver a ser yo.
Cuando digo que si volviera a nacer
me gustaría volver a ser yo
no es una afirmación fruto de un arrebato narcisista,
quiero decir que me gustaría volver a recorrer los mismos senderos,
a recalar en los mismos puertos,
a tararear las mismas canciones.
Y sin embargo,
no en todos esos senderos he comprendido hacia donde llevaban,
ni he caminado hacia donde yo quería.
No en todos esos puertos he sido feliz.
No todas esas canciones la música mecía mis oídos.
Y sin embargo,
si volviera a nacer me gustaría volver a ser yo.
Y cuando digo que si volviera a nacer
me gustaría volver a ser yo,
quiero decir que me gustaría tropezar en las mismas piedras,
adentrarme en las mismas oscuridades,
sangrar por las mismas heridas.
Y sin embargo,
la locura no se ha apoderado de mi,
ni me he dado a la virtud del sacrificio
o he asumido el deber de la penitencia.
Quiero decir que ese yo,
a ratos grande,
en muchas más ocasiones mediocre;
a ratos bueno,
en muchos más momentos mezquino;
a ratos palabra,
en la mayor parte de los trances silencio;
está hecho de roturas y remiendos,
de sonrisas y de lágrimas,
de certezas y de incertidumbres,
de aciertos y de errores.
Mis remiendos,
mis lágrimas,
mis incertidumbres,
mis errores,
mi yo.
Pero no es ese yo con el que me volvería a encontrar,
no ese yo el que me seduce,
el que me atrae.
Cuando digo que si volviera nacer
me gustaría volver a ser yo
quiero decir que me volvería a encontrar contigo
y no sólo alrededor de tus luces
sino también entristecido atravesando tus sombras,
y no sólo cobijado entre tus brazos,
sino también expuesto a tus tempestades,
y no sólo recorriendo contigo las verbenas,
sino también asomándome contigo a los precipicios.
Y cuando digo que si volviera a nacer me volvería a encontrar contigo
quiero decir también ellos.
Tú eres la puerta que me hace descubrir este yo.
Sin ti, sin ellos, yo no sería yo, sería otro.
No digo peor, no digo más triste,
digo que otro,
en quien no me reconozco,
en quien no te reconozco,
en quien no les reconozco.
Sería otro yo limitado por otras fronteras.
Pero son éstas las fronteras que yo elijo.
Las fronteras del corazón,
de este corazón viejo y canoso
que si volviera a nacer
le gustaría volver a ser él.

lunes, 22 de noviembre de 2010

EL DOLOR

He estado en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, danza atonal de sillas y camillas sobre ruedas, asomado al precipicio donde, supuestamente, acaba la vida, contemplé que la historia continúa, tras el punto de inflexión, la biografía se rehace, o, quizá, comienza, gracias a las magulladuras, deja de ser una «biografía de páginas en blanco», se hace humana.
¿Hay algo más humano que el dolor y, sin embargo, hay algo de lo que huyamos más? El dolor, el espectro horrible que nos amenaza permanentemente y ante el que cerramos los ojos, desviamos la mirada, callamos, jugamos a olvidarlo, huimos. Construir la quimera de una sociedad no sufriente. Esa alucinación colectiva en la que moverse como autómatas obligados a la felicidad, a la euforia perpetua (Pascal Bruckner. Editorial Tusquets). La sociedad de la eterna juventud, huyendo de la madurez perseguidos por el paso de los años, una adultez infantilizada, pueril, simple, actuando en el teatro del artificio, de la superficialidad, del fingimiento. El sufrimiento con el que no deben entrar en contacto nuestros hijos, hay que mantenerlos en una burbuja ideal en la que la vida no golpea, sólo acaricia; no llora, sólo sonríe. Tapar los ojos, que la retina adorne la sensación luminosa que percibe y la transforme en un impulso nervioso carente de sentido, que no aporte significado, que no exista.
Pero el dolor, ese desconocido, llega, siempre llega, bien de una forma sutil que se va instalando en nuestras vidas o rasgando de golpe la pantalla en la que creíamos contemplar la película de nuestra vida, brutalmente, sin dejar margen para la respuesta, sólo para la conmoción, el aturdimiento, el silencio, el llanto. ¿Y cómo responder a él si no hemos aprendido a reconocerlo? ¿Y cómo convivir con él si lo hemos ido convirtiendo en una ficción, peter panes escapando del tiempo? Cómo entender que forma parte de nosotros y que sólo con él seremos capaces de rellenar las páginas de nuestra biografía, que nos ofrece la oportunidad de crecer, de ser mejores. Releer nuestra vida, cambiar nuestra mirada, resquebrajar la coraza y hacernos más sensibles, encontrar la fortaleza en sabernos vulnerables. Compañero de existencia del que no podremos desprendernos, pero que no por ello impedirá nuestra felicidad, la tranquila felicidad que no es impuesta sino conquistada, aceptando, paradójicamente, el regalo que el dolor nos hace. Esa felicidad que es acceder a un estado de calma, que no es incompatible con la tristeza, que se dota de un estado de alegría y buen humor que no sobreactúa. El dolor que nos permite descubrir el valor de la ternura, de la sonrisa, de los afectos, de la palabra, del gesto.
No se trata esto de un canto al dolor, quisiera que fuera, únicamente, un canto a la vida (dolor y muerte en ella, familiares incordiantes e imprescindibles que nos hacen ser nosotros) Hace diez años fui diagnosticado de esclerosis múltiple, en todo este tiempo he ido perdiendo autonomía, mucha autonomía. Hoy soy una persona dependiente. He tenido que renunciar a tantas cosas, tantas cosas que hoy contemplo desde la distancia y también desde la indeferencia. Pero esas pérdidas no me han dejado vacío, se fue lo accesorio, ha venido lo imprescindible. Estaba ya aquí pero quizás no lo veía. Se rasgó mi pantalla, me asustó lo que vi detrás, me acobardé, quise huir, pero la tolvanera fue pasando, los miedos se fueron asentando, miré los fantasmas y sólo eran dolor, simplemente dolor, ese viejo compañero del hombre. El vacío se rellenó y hoy me siento más satisfecho con lo que soy, con lo que tengo, también felicidad, también su dolor.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

CASI POEMAS (3) AÑORANZA DE UN CUERPO

He atrapado al vuelo el pájaro de fuego.
Lo he desplumado poco a poco,
llamarada a llamarada.
He acabado yo reducido a cenizas.


* * *

Soy cuerpo hambriento de caricias.
Tocadme, besadme, lamedme, sobadme.
Frágil esquife perdido a la deriva.
Mordedme, arañadme, rompedme, violadme.
Curvas sin dueño, torrente sin vía.
Cogedme, domadme, desgastadme, atrapadme.
Huérfana piel de deseo sin medida.
Rozadme,
sentidme,
queredme,
abrazadme.


* * *


Quiero ser sólo carne,
sensaciones primarias y placenteras,
barro que moldear con las manos,
soplo, aliento vital,
enredaderas creciendo entre los cuerpos,
abrazo apasionado y sudoroso,
mirada y verbo encerrado en ella.
Se me han rebelado las palabras,
el pensamiento me ha hecho preso

* * *

Atreverse a sentir. El riesgo amar.
Hacer de las entrañas, de ternura
volcán inacabable, ligadura
de soledades
Atreverse a soñar

* * *

Cuatro es el número.
Cuatro es el número que aporta sentido a dos.
Cuatro es el número que aporta luz a la biografía.
Cuatro es la crónica de un sueño.
Cuatro, descosiendo nevadas.

* * *

Sobre el pasado construiremos avenidas de futuro,
sobre las lágrimas vertidas un océano de sueños y de vida,
sobre los rostros ausentes unos genes de memoria subversiva,
sobre las heridas abiertas mil enredaderas de abrazos y caricias,
sobre el dilema del olvido un tapiz de recuerdos que germinan,
sobre el dolor de la existencia pariremos ternura, vida, vida.

* * *


Quiero convertirme en tu alumno, que tú seas mi maestra,
que me adentres de la mano en los secretos de tu memoria,
que me expliques con detalle cada suceso de tu pasado,
que me enseñes sin pudor cada milímetro de tu cuerpo,
que me inicies en los saberes necesarios para ser tu cómplice,
en los valores que tú exiges para ser tu confidente,
en las virtudes que necesitas para ser tu compañero,
y, después, que me hagas repetir una y otra vez, este curso maravilloso.


* * *

Soy un hedonista que no ejerce,
arquitecto del placer viviendo a la intemperie,
fugaz sombra de los sentidos,
reo de la razón,
exiliado en los sueños,
patrón de un barco a la deriva de todas las marejadas,
muerto deseando vivir,
vivo deseando morir.

* * *

Pensaba entrar en una fortaleza
y sólo era un castillo de naipes.
Se vino abajo en cuanto mi deseo sopló sobre él.
Quedaron todas mis miserias al descubierto.

* * *

EL DERROTADO

Sentado cómodamente en mi sillón de derrotado,
con mi discurso de derrotado,
con mi agrio gesto de derrotado,
con la escondida satisfacción del derrotado,
sólo me queda pedir perdón a las víctimas de mi felicidad.

domingo, 14 de noviembre de 2010

SAHARA

Es duro escuchar a José Luis Rodríguez Zapatero decir que “los intereses de España son lo que el Gobierno tiene que poner por delante”. Al menos es de agradecer la claridad (y crudeza) con la que expone una realidad de siempre, nuestros intereses siempre son lo primero, aunque ello suponga renunciar a lo que siempre has defendido, mirar hacia otro lado, dejar en la estacada a personas que sufren y que esperan algo de ti. Mejor no moverse si ese movimiento puede suponer perjuicios para ti, ¿y qué es España sino tú?, ese que tampoco estaría dispuesto a soportar daño alguno, siquiera molestia, por un problema que puede llegar a considerar que es únicamente de otro; ese que hoy sale a la calle reclamando los derechos de esos otros y mañana lo haría por sufrir las consecuencias de su defensa, sin llegar a establecer lazos de causalidad entre una y otra cosa, siempre a salvo la dignidad intelectual y moral de uno; ese que hoy aprovecha para realizar declaraciones furibundas por la desidia y mañana por la iniciativa, sin contradicción alguna porque la clave no es el análisis de lo que digo sino el objeto de mis críticas. Y los intereses de España son también los intereses de mi partido, la necesidad de seguir amarrado al poder (¿de qué sirve estar en el poder si constantemente he de renunciar a lo que quiero hacer con él?), el silencioso y sinuoso proceso de acomodación en el pensamiento que desde el poder se defiende, la obligación de tener contenta a la mayoría, en una deriva hacia una ¿ideología? simplista y gratificante que pueda proporcionar réditos políticos.

Son los réditos políticos los que provocan las descaradas tomas de postura de los Rajoy, Cospedal, Pons y compañía. Empezamos en la perplejidad cuando oímos a la Dolores que el Gobierno español tiene que estar al lado del pueblo saharaui, o vemos con asombro la desfachatez con que Esteban se suma a la cabecera de la manifestación de este sábado pasado o las descalificaciones superlativas a las que Mariano nos tiene acostumbrados. Perplejidad que ya empieza a generarnos ganas de vomitar, de vomitar la hipocresía que quieren vendernos como verdad, la sobreactuación que quieren que aparente naturalidad, la perversidad que quieren hacer pasar como compromiso. ¿A qué jugamos?

Jugamos a que los otros no nos interesan, los débiles, los que no tienen nada que ofrecernos, sólo nos incomodan; nos pueden servir, acaso, de pin que colocarnos en la solapa o momentáneamente en nuestras vidas, pero que preferimos permanezcan allí, con sus problemas, con sus dolores y sufrimientos, donde estos, a lo más, son portada de diarios o noticias lastimosas de telediarios. Los pobres siempre han sido un estorbo para todos, porque los beneficios materiales siempre vienen de los ricos y poderosos y es con ellos con quienes interesa estar a bien, porque el dolor cercano termina por desagradarnos, por contrariarnos, porque suponen una amenaza para nuestro nivel de vida y para nuestra calma, para nuestros periodos de bonanza. Por eso, siempre mejor allí, en su desierto, con sus calamidades que periódicamente podamos atender, con sus reivindicaciones que ocasionalmente nos permitan ser “solidarios”; sin ser conscientes de nuestro propio desierto en el que terminaremos, antes o después, derretidos por nuestra falta de valores o devorados por nuestro exceso de grasa.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

DIÁLOGOS EN LA TERTULIA


- X es mi mejor alumno, ha sido capaz de asumir todos y cada uno de los argumentos que he intentado transmitir. Me siento enormemente contento. Podría dejarle impartir mi clase con toda confianza, sería capaz de reproducirla como si fuera yo mismo – afirmó satisfecho el profesor Z.
- Yo me sentiría horrorizado pues también sería capaz de reproducir mis errores.


- Siempre he deseado transmitir un espíritu crítico en mis alumnos y creo que lo he conseguido, X sería capaz de reproducir mi discurso punto por punto- afirmó el profesor Z mientras se arrellanaba ufano en su asiento.
- Sin embargo, para mí, si X reprodujera mi discurso literalmente yo pensaría que me he equivocado, que no he sabido transmitir lo que quería. Si hubiera conseguido transmitir un espíritu crítico, X debería empezar por ser crítico conmigo.



- En mi juventud pensé A, cuando maduré mi pensamiento derivó a B, ahora en mis cincuenta años creo que la posición correcta es C. Puedo estar satisfecho de haber sabido girar siempre hacia el pensamiento correcto.
- Yo también he ido evolucionando de esa manera pero eso sólo me ha llevado a la conclusión de que hoy y siempre estaré equivocado.



- En mi juventud pensé A, cuando maduré mi pensamiento derivó a B, ahora en mis cincuenta años creo que la posición correcta es C. Puedo estar satisfecho de haber sabido girar siempre hacia el pensamiento correcto.
- Yo llegaría a la conclusión de que el martillo de herejes que fuiste y que eres empezaría por castigar al hereje que siempre has llevado dentro.



- F es un orgullo para todos, casi en la tercer edad sigue pensando de la misma manera que cuando era joven.
- Yo me asustaría, para mí, si es así, o F tiene el corazón de pedernal o la inteligencia de un mosquito.


- ¡No os dejéis engañar el partido A sólo pretende manipularos. Todo lo que propone es mentira! – clamaba el orador del partido B desde la tribuna.
- ¡Tenerlo claro, el partido B siempre está equivocado, sólo os llevará al precipicio! – pregonaba el predicador del A desde el púlpito.
- Pensadlo bien, para mí ambos tienen un pensamiento común y se llama estupidez. Es allí a dónde ambos se encuentran y adonde os quieren llevar.


- Ese hombre es mi Dios.
- ¿Ese hombre nunca tuvo miedo? ¿Ese hombre nunca dudó? ¿Ese hombre nunca tuvo deseos? ¿nunca hizo el amor? ¿Ese hombre nunca estuvo enfermo? ¿nunca tuvo las servidumbres humanas? Si es así nunca fue un hombre. No crees en ningún Dios, sólo has construido un ídolo.


- Estoy en manos de Dios, haga el de mí lo que quiera.
- Yo, sin embargo, pienso que es Dios el que se encuentra en mis manos, es mía toda la responsabilidad, puedo hacer de él lo que yo quiera. No tengo escapatoria.




- Es un sinsentido estudiar para olvidar.
- Es necesario que el conocimiento muera para que nazca la sabiduría.
- No te entiendo.
- Las plantas y animales también mueren y las bacterias y hongos se aplican en su descomposición. La descomposición de los restos orgánicos genera el humus. Un suelo rico en humus producirá una vida rica a partir de él, en los cultivos, en la vegetación, en los animales.
- Sigo sin comprender.
- Lo aprendido se descompone y desaparece pero produce un suelo mental y espiritual rico en el que surge la sabiduría.


- He pensado tantas cosas en mi vida y de tantas me he ido dando cuenta que estaba equivocado. Hoy mantengo un puñado de certezas, la mayor de ellas es que sigo estando equivocado, sólo será cuestión de tiempo que pueda descubrirlo.


Si las células de mi cuerpo pudieran razonar yo sólo sería para ellas una hipótesis indemostrable.


- Desearíamos que dieras una lección a nuestros alumnos.
-Lo siento yo ya no doy lecciones. No tengo nada que enseñar. Sólo aspiro a que los demás puedan aprender algo de mí, aunque sea de mis errores. Esa quiero que sea mi tarea hasta el final de mis días.

domingo, 7 de noviembre de 2010

LA UNIDAD DE MEDIDA


Yo soy la unidad de medida, así reza la máxima del egocentrismo cultural y social dominante entre nosotros. Mi pensamiento fluctuará sin llegar a entrar en crisis en función de lo que yo considere mis necesidades, nunca me enfrentaré a posiciones contradictorias pues todas ellas se encontrarán bajo un mismo manto, yo. Las amenazas que pueda sentir, los miedos que me atenacen no harán sino aportar argumentos a esa amalgama de pensamientos que terminará solidificándose tras fundirse a gran presión en mi interior. El magma, formado a la par entre la cabeza y las tripas y que llevará a posiciones extremas y primarias. Ese yo es esencialmente conservador, ejerce de freno permanente, y, en su cara más elemental y rudimentaria llegará a ser de naturaleza fascista. Y, sin embargo, aquí encontramos la paradoja, la unidad de medida se encuentra alimentada por etiquetas supuestamente antagónicas: conservador, progresista, derecha, izquierda, pasivo, reivindicativo. Todas ellas vienen a sustentar, en buena medida, ese gran pensamiento único capaz de presentarse bajo diferentes rostros y de venderse con desiguales propagandas. La clave de esa paradoja quizás podamos encontrarla en un concepto rico y envenenado a la vez: los derechos adquiridos. Vivimos en una sociedad cómodamente instalada, formada por unos individuos absolutamente remisos a permitir un paso atrás en sus derechos. En una sociedad que ha crecido gracias al empobrecimiento de otras, a su despojo, y el crecimiento de estas últimas difícilmente podrá darse sin el deterioro de las primeras, sin la perdida de bienestar de sus ciudadanos, sin renuncias, sin la merma en derechos adquiridos. Es aquí donde entran las tripas, hay derechos irrenunciables, pero hay otros que no disminuyen nuestro ser, nuestra categoría humana (si la tenemos), aferrados al bienestar, instalados en el aburguesamiento, abocados a la molicie; es a estos a los que más nos agarramos, los que defendemos con uñas y dientes, con la fuerza y la rabia que nos nace de las vísceras. Y son a las emociones que nacen de estas vísceras, acríticas y manipulables por naturaleza, hacia donde va dirigida la propaganda mayoritaria y primordial de toda institución. Se busca seguidor, votante, fiel, creyente, no personas que piensen por sí mismas; y es aquí donde encontramos el encuentro de las diferencias, donde no es posible diferenciar unos de otros sin conocer anteriormente las etiquetas: en el yo y sus derechos adquiridos como unidad de medida, en la defensa acrítica de las posiciones alcanzadas, en la ignorancia de las víctimas que ha sido necesario dejar en el camino. Entonces podemos encontrarnos con el corporativismo donde debiera existir compromiso social o con el nacionalismo donde debiera haber internacionalismo. Y es también aquí donde podemos encontrar el nexo de unión con otra unidad de medida: el grupo, la tribu, la nación, la religión. Mientras que entre nosotros estas pueden funcionar como la conjunción de intereses individuales, en otras culturas pueden llegar a ejercer como elemento de disolución de ese yo que es sacrificado en el altar de la palabra de dios o de los derechos históricos de un pueblo, de una patria, una argamasa en la que uno voluntariamente se inmola para lograr mantener la unión del edificio, porque es ese edificio, la estructura, la que importa, sus mitos y sus dioses, sus razones y sus sinrazones; no las personas que en ella habitan. El fanatismo.
¿Cuál debiera ser entonces la unidad de medida? El otro. La víctima, el perdedor, quien se ha quedado en el camino, quien de verdad sufre, pero esto exige capacidad de reflexión y de autocrítica, generosidad, madurez emocional, y es así como, a la par que el otro crezco yo, soy también el beneficiado, aunque llegue a bajar escalones en mis cotas de bienestar. (¿Qué clase de bienestar, por otro lado?) Quizás ha llegado el momento también de una declaración de deberes humanos.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

CASI POEMAS (2)


Ellos son los guardianes del orden,
los dueños de las palabras,
los que juzgan el bien y el mal,
los que dictaminan cual es el tiempo de la felicidad.
El derecho a disfrutarla.
Ellos requieren salvoconducto para la vida
instalados plácidamente al otro lado de la verja.
Ellos sonríen.
Siempre sonríen.
Hasta su griterío suena a carcajada histriónica, burlesca, irónica.
Ellos se han convertido en lo que más detesto.
Y sin embargo,
temo ir reconociendo sus rasgos en el espejo.


* * *

Hoy no era, te has confundido.
Es mañana cuando vivirás.
Hoy sigues siendo cadáver,
mero proyecto corrupto de vida.
Ten paciencia. Aguarda tu turno.
Todo en este mundo tiene un orden, hasta el derecho a nacer.
Será mañana.
Siempre será mañana.

(Te diré un secreto ahora que no nos oye nadie:
ese derecho sólo es de aquel que lo conquista)


* * *

Me siento tan ruin ante el elogio.
¿Dónde están los frutos que me adornan?
¿Dónde está aquello que sea mío?
¿Habéis mirado dentro de mi pensamiento?
¿Acaso os habéis enfangado en las profundidades de mi corazón?
¿Conocéis mis miserias?
¿Os habéis quebrado con mis debilidades?
¿Sabéis ser yo o sólo percibís la máscara que me protege?


* * *



He sido salvado del Nilo y puesto en manos de Joqebed
cuando me dejaba ir a la deriva.
No sé hacia dónde conducirán mis pasos.
No sé si me aguarda más dolor o regocijo.
Si morderé hiel o fresas maduras.
Si abriré heridas o las cicatrizaré.
Sólo sé que es a ella a la que le debo la vida
y que es muy dulce el sabor de sentirse querido
y que ese cariño puede cauterizar aquello por donde sangro.


* * *


Hoy me he despertado entre témpanos de hielo.
Me arrimé a ti para que me los deshicieras.


* * *


Cuerpo roto,
Barro seco y quebradizo,
Grietas por donde se escapa la vida.

domingo, 31 de octubre de 2010

EL HADA


Dentro de la triste, rutinaria y gris realidad se pueden abrir espacios de luz. Las hadas (y los hados) existen, es necesario buscarlos. También dentro de nosotros mismos.


Laura llevaba años atrapada en el férreo cerrojo de la realidad. Una realidad en la que se repetían una y otra vez las mismas sombras, los mismos desalientos, la misma mirada desprovista de luz y de confianza en los demás. Las mismas rutinas una y otra vez acechándola sin descanso. Se levantaba cada mañana porque había que levantarse, desayunaba repitiendo desganadamente los mismos gestos, se enfrentaba cada mañana a una persona que en el espejo le resultaba cada vez más ajena, más lejana, a esas arrugas cargadas de dolor y a esas ojeras a las que se asomaba y sentía el vértigo de un mundo que cada día se le hacía más grande y extraño, más inabarcable, del que había ido perdiendo los pocos asideros que le quedaban. Cada mañana el mismo semblante inexpresivo, la misma sorda cadencia marcándole los tiempos y ella ejecutándola fiel y disciplinadamente, con el desapego y minuciosidad de quien ejecuta un papel que sabe que no es el suyo pero que, sin embargo, es el único en el que se reconoce. Cada mañana cerraba la puerta de su piso dando dos vueltas a la cerradura, comprobando que quedaba firmemente cerrada, bajaba las escaleras y se iba a trabajar.
No era así antes, pero tampoco sería capaz de determinar cuando quedó atrapada en este abismo sin rostro. Se trataba de un manto que la había ido cubriendo lenta y silenciosamente, sin que ella percibiera nada extraño, sin que dejara de ser ella misma, la misma que el día anterior, la misma de siempre. Y sin embargo, al cabo de esa continuidad hecha de reiteraciones y de lugares comunes, de reproducirse a sí misma una y mil veces, no se identificaba. ¿En qué momento se perdió? En qué momento perdió aquella niña que hacía de su mundo una fantasía permanente, que trepaba por sus sueños para escapar de la tristeza. En qué momento dejó de creer en las hadas.
Sin embargo, aquella mañana sí quedaría grabada en su memoria para siempre. No sabría recordar el día exacto, sí el mes y aquello que comenzó a removerse en su interior. Fue un mes de abril, la primavera ya había brotado en todo su esplendor, pero aún guardaba lo mejor. Cuando llegó al trabajo llevaba ya preparadas las mismas complicidades baratas que frecuentaba desde hace años con sus compañeros, la misma sonrisa puesta sobre su desdicha, el mismo recelo a todo aquello galopando en su interior. Se creía preparada para todo pero a veces basta una sonrisa para desarmar las frágiles durezas que nos creamos. Y eso fue lo que ocurrió.
Una sonrisa que no esperaba, diferente, nueva y libre de toda la carga de los sedimentos espesos y turbios que acostumbraba a descubrir en las otras sonrisas, en la suya propia; ese cieno al que se había hecho y que le hacía mirar la vida con un cinismo solidario en el que todos se coaligaban para esconderse unos de otros. Una nueva compañera había llegado. No se sabía cómo había aterrizado allí una extraterrestre. Se trataba de una mujer normal y a la vez diferente a todas, quizás porque el ejercicio de esa normalidad que decimos se ha vuelto cada vez más extraño. Tenía la tez morena trabajada a medias por la vida y por el sol. Era quizás lo primero que saltaba a la vista porque sugería una biografía muy distinta a las que le rodeaban. Se encontraba en plena madurez y sin embargo era todavía una madurez inocente que hubiera podido parecer en un primer momento mero producto de la falta de sucesos vitales, una inocencia coyuntural, expuesta abiertamente a los zarpazos de la vida, y perecedera, rápidamente perecedera, deseablemente por todos perecedera, necesariamente perecedera para ellos. Pero no. No sería así. Lo insólito se hizo familiar sin dejar su singularidad.
Desde el primer momento Laura sintió que aquella sonrisa, aquella persona, venía a resquebrajar ese cómodo terreno pantanoso en el que se había convertido su vida. Sintió un pequeño cautiverio que con el paso del tiempo se fue acrecentando, un poder mágico incomprensible, una fuerza que no era capaz de identificar pero que la fue tomando por completo, al principio cargada de una armadura de perplejidad que se iría cuarteando poco a poco.
Sin embargo, no era nada especial aquello que la atrapaba. Cosas de siempre (y cada vez parecía más que de nunca).Descubrió en ella una mirada distinta sobre la vida que fue recuperando de sus profundidades pequeñas actitudes que habían sido tapadas bajo espesas mantas de conformismos y mimetismos tranquilizadores y que fueron configurando un gran mosaico en el que lentamente se fue reconociendo.
Descubrió que no se es más por estar eternamente enojada, que levantar la voz una y otra vez para reclamar lo que se quiere o para manifestar su opinión no es carácter, es sin más mala educación y que se puede decir mucho más desde la tranquilidad y el tono de voz suave, que simplemente ya con eso decimos mucho más. Que estar siempre enojado nos amarga ese carácter y nos envilece como personas y nos hace perdernos lo mejor de la vida, los pequeños logros que vamos alcanzando y que son los que nos hacen saborear los deliciosos jugos que el tiempo se ocupa en irnos dejando a nuestro alcance.
Descubrió que las cosas raras veces se consiguen a la primera vez y que eso no es motivo para abandonar en seguida ni para descargar rápidamente la culpa de una manera despreciativa y simplista en el otro, sino que, desde la paciencia, es un momento para el reto personal, para quedar reflejados en él quienes realmente somos, quizás para equivocarnos y volver a equivocarnos, hasta llegar a acertar; que es momento para mostrar nuestro equilibrio personal, que a veces nuestro equilibrio personal se hace sobre la cuerda floja pero que debemos diferenciar: la que está floja ha de ser la cuerda, no nosotros.
Descubrió que los demás merecen y necesitan lo mismo que necesitamos y nos merecemos (aunque a veces malamente) nosotros, cariño y sus gestos aquí en la tierra de lo palpable: besos y abrazos; aunque ya nos hayamos hecho a este desierto de afectos y nos incomodemos con los que recibimos y nos lleguemos a incomodar (la burla no es más que un mecanismo de defensa) cuando percibimos que otras personas los prodigan.
Descubrió que en este mundo todos hemos nacido desnudos y que, por ello, todos somos iguales y que, incluso, el rey es poco para su siervo, y que al menos, la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero. Descubrió que poner en la práctica lo contrario no es ser juicioso, sino ser servil; que ser dictador con los débiles y pequeños no ser estricto, sino ser cobarde; y vino a darse cuenta desde la simple educación al contemplar atónita y maravillada a la vez, como ella trataba a todos por igual con la misma cortesía y respeto, fuera cual fuese su condición social o puesto laboral, su edad o la incapacidad física que tuviera. No hacía más (ni menos) a quien era más en la escala laboral, ni menos a quien estaba por debajo en esa misma escala. Descubrió que la visión de la vida se tiene en la práctica de la vida y que con los que son dados a los discursos grandilocuentes ocurre como con los del refrán que quién mucho habla mucho yerra.
Descubrió que negarse a participar reiteradamente no era signo de ser crítico e inteligente, sino de puro y simple escaqueo. Descubrió que quien encontraba siempre razones virulentas y militantes para escurrir el bulto sólo era realmente militante en eso. Que el verdadero pensamiento crítico y carácter se mostraba en estar siempre dispuesto a participar en todo lo que fuera bueno para el trabajo y para aquellos a los que les afectaba; y en no dejarse arrastrar sin más por las inercias que los dictadorzuelos de baja estofa llevaban a la mayoría, la mayoría también por miedo o por mera falta de opinión.
Descubrió con qué facilidad del árbol caído todos hacen leña y cómo se aprestan a seguir echando leña al fuego hasta cuando éste amenaza con quemarles y cuan interesados están algunos en hacer un mundo de pequeños problemas, pero cuanta hondura de ser hay en aquellas personas que siempre tienden a hacer más pequeños los problemas cuando son inútiles o gratuitos, cuando amenazan con no solucionar nada y llevarnos con ellos. Cuando ejercen de mediadoras entre las demás muchas veces con su mera presencia.
Descubrió que éste no es un mundo de hadas pero que sí existen. Las podemos encontrar escondidas en batas de médica o enfermera, sentadas tras otra de las mesas de nuestro despacho, enfundadas en un mono de mecánico, o dentro de las paredes de una escuela infantil; pero están ahí, sin conocer ellas mismas el poder mágico que tienen, siendo ellas mismas las sorprendidas del efecto que causan, pero cautivándonos para sus fines que no son sino para los que hemos nacido: vivir y transmitir la vida y las ganas de vivirla con profundidad y alegría.
Laura llevaba años atrapada en el férreo cerrojo de la realidad. Una realidad en la que se repetían una y otra vez las mismas sombras, los mismos desalientos, la misma mirada desprovista de luz y de confianza en los demás. Las mismas rutinas una y otra vez acechándola sin descanso. Se levantaba cada mañana porque había que levantarse, desayunaba repitiendo desganadamente los mismos gestos, se enfrentaba cada mañana a una persona que en el espejo le resultaba cada vez más ajena, más lejana, a esas arrugas cargadas de dolor y a esas ojeras a las que se asomaba y sentía el vértigo de un mundo que cada día se le hacía más grande y extraño, más inabarcable, del que había ido perdiendo los pocos asideros que le quedaban. Cada mañana el mismo semblante inexpresivo, la misma sorda cadencia marcándole los tiempos y ella ejecutándola fiel y disciplinadamente, con el desapego y minuciosidad de quien ejecuta un papel que sabe que no es el suyo pero que, sin embargo, es el único en el que se reconoce. Cada mañana cerraba la puerta de su piso dando dos vueltas a la cerradura, comprobando que quedaba firmemente cerrada, bajaba las escaleras y se iba a trabajar.
Pero esta mañana sintió al levantase el “clic” de un cerrojo que saltaba y vio que la luz entraba con más intensidad de la habitual por las rendijas de su persiana y que no había sombras, ni desalientos acechándola al levantar las sábanas. Se levantó y aquella mañana se hizo su primer regalo del día: una estupenda tostada con mantequilla y mermelada de naranja amarga (la única cáscara amarga que había decidido saborear durante el resto de las veinticuatro horas) con un buen café con leche bien cargadito y un zumo de naranjas recién exprimidas. Se miró al espejo y reconoció a esas arrugas y a esas bolsas en los ojos. ¿Cómo no había de reconocer aquel rostro si llevaba conviviendo con él más de cuarenta años? Reconoció esas arrugas y las hizo suyas, las reconoció una a una, sabiendo qué habían traído consigo: su vida. Esta mañana marcó un tempo distinto y se atrevió a coreografiar en el pasillo de casa unos pequeños pasos de baile. Cerró la puerta del piso dando dos vueltas a la cerradura pero sin comprobar si estaba firmemente cerrada. Total, para lo que había para llevarse. Bajó las escaleras y se fue a trabajar.
Aquella persona que un día aterrizó como una extraterrestre y que con su sonrisa y saber estar se quedó, le había enseñado día a día otro viejo refrán: que es de bien nacidos ser agradecidos. Por ello Laura sentía la necesidad de agradecerle a ella esta mañana y esas otras muchas que a partir de ahora se presentaban. Pero a partir de esta mañana ya no la vería allí, ya no estaba entre ellos aunque sentía que sí lo seguía estando, iba con ella en su interior. Nunca los dejará, nunca la dejará. Por eso, justo antes de dar esos cortos pasos de baile se puso a pergeñar este escrito que ahora, mientras camina llena de nerviosismo y emoción, lleva doblado en el bolsillo superior izquierdo de su camisa, justo delante de su corazón, para que ella lo pueda leer y reciba esas gracias una vez más.

viernes, 29 de octubre de 2010

EL VIENTRE DEL CABALLO




¡Que viene el neoliberalismo! clamaron aguerridas las huestes de la escuela pública y se aprestaron a defender con uñas y dientes la titularidad estatal de la escuela y con ella, sin hacer distingos, las viejas y rancias prácticas en ellas instaladas. Se trata de una provocación, es evidente, sólo quiero con ello empezar haciendo mención a que hoy por hoy la amenaza no se centra en el desmantelamiento institucional de la escuela pública, hoy por hoy, irrealizable, sino que se centra a corto plazo, más bien, en el modelo de escuela pública que queremos, y sólo a medio y largo plazo, sobre el carácter público de la institución educativa, si la escuela pública ha de seguir existiendo dentro de la esfera pública, si procede entonces su desmantelamiento institucional. Y dentro de ese cambio de modelo interesa saber cuál es nuestro propio aporte, de qué manera este complejo ideológico y político va colonizando también el pensamiento docente, va configurando, construyendo, su propia identidad como docente, y en concreto, como docente de la educación pública. ¿Qué queda del pensamiento neoliberal (neoliberal, neoconservador, ¡qué más da!) en el profesorado de la enseñanza pública? ¿De qué manera va introduciéndose en su propio pensamiento y va forjando la identidad docente? ¿Cómo cristaliza en esta identidad? ¿De qué manera, pudiera ser, que incluso los supuestos defensores de la escuela pública estuviéramos colaborando al hundimiento del modelo? Me atrevería a apuntar algunos rasgos que entiendo se van extendiendo entre el colectivo docente y que van construyendo un pensamiento más o menos ideologizado, que amenaza con convertirse en un pensamiento hegemónico y que en muchos núcleos se instala como pensamiento único.
Externalizar las responsabilidades. Una de los mecanismos exculpatorios clásicos del pensamiento neoliberal es la externalización de responsabilidades. Dentro de los conceptos clásicos de la economía está el de la externalidad o el efecto-difusión cuando la producción impone costos a otros que no son pagados por los que los imponen. Se trata de derivar los riesgos a asumir por la producción de un determinado bien hacia otros sujetos. La economía neoliberal se encuentra repleta de estas prácticas de externalización de los riesgos por las cuales se hace recaer en los consumidores, usuarios o en la sociedad en general en el caso de muchos bienes públicos, los riesgos (y sus consecuencias) propios de la producción de un bien. Externalizar es no hacerse responsable de las consecuencias de la producción de un bien. Esa externalización se ha convertido también en una práctica ideológica común por la cual se desvía la responsabilidad del fracaso en la producción de un bien (podríamos incluir la enseñanza bajo este apelativo) hacia otros sectores. Quiero recalcar que ese proceso de externalización se produce fundamentalmente en el fracaso y no en el éxito puesto que éste tiene siempre suficientes “padres”. Esta es la práctica política a la que asistimos en muchos procesos de descentralización o de fomento de la autonomía en los centros, especialmente cuando éstos no conllevan aumento de recursos más bien al contrario, en muchas ocasiones suponen un estancamiento o descenso de los mismos. Se trata de derivar la responsabilidad del fracaso hacia el profesorado. Esta filosofía política de la descentralización tiene lugar en un contexto de aumento de demandas por parte de la sociedad al sistema educativo; derivado de este aumento de demandas hay un aumento de las responsabilidades de los centros escolares y con ello de las funciones requeridas al profesorado. El discurso de descentralización supone que ante la opinión pública aparezcan los centros escolares como responsables únicos de la satisfacción de esas demandas. Ese fenómeno implica que al aumentar las exigencias (la escuela se ha convertido en la clave casi mágica de la solución de todos los problemas económicos y sociales y con ello la responsable última de los fracasos en esos mismos problemas) aumentan con ellas las culpas, y con ello se genera una reacción en el profesorado con diversas consecuencias, la primera de ellas es clara: el profesorado también practicará el mismo mecanismo de externalización de responsabilidades que viene sufriendo. La responsabilidad del fracaso de la educación puede aparecer en primer lugar en los propios alumnos, al fin y al cabo el empeño del profesorado en que aprendan no se trata sino de algo inútil, de donde no hay no se puede sacar, este es el sentir cada vez más común. Las capacidades innatas y familiares del alumnado se convierten en factor determinante del éxito o fracaso escolar. En consecuencia la externalización también alcanza a la familia, el profesorado requiere la colaboración ineludible del entorno familiar sin el cual cualquier labor docente es inviable. Es evidente la importancia que en la educación tiene las capacidades innatas del alumno y su entorno familiar, pero también lo es que inculpar a ambos del fracaso escolar supone un planteamiento determinista que conlleva una devaluación de la labor docente. El profesorado pretende conseguir su exculpación a cambio de negar su papel en el proceso educativo. El error de este mecanismo de externalización no reside en la búsqueda de diferentes responsabilidades de los fracasos, sino en la exculpación de uno mismo ya que esto pone de manifiesto dos cuestiones: en primer lugar, la falta de reflexión crítica y autocrítica, de dinámica reflexiva; y en segundo lugar, una pérdida de compromiso con el hecho educativo. Del mismo modo, argumentando esta externalización aparece una ideología del experto.
Ideología del experto. Asistimos en el pensamiento neoliberal al establecimiento de una blindaje del territorio. Frente a la visión política de la educación que otorga su cuota de poder y responsabilidad a la comunidad educativa, se reacciona defendiendo en ella el exclusivo dominio del experto. El experto es a la vez el técnico en la materia que defiende su espacio propio frente a intromisiones ajenas. En esa guerra de reparto de responsabilidades, el docente siente como una amenaza el que cualquiera pueda tener su opinión acerca de lo que procede en la enseñanza, sobre lo que está bien y mal, sobre las causas y las responsabilidades, es entonces cuando surge la retórica de la profesionalización, que como bien dice Mariano Fernández Enguita “no es más que la expresión débilmente sublimada del deseo de librarse de cualquier control externo, pero muy particularmente del control del público”. Carece de sentido que un técnico en la materia, un profesional, pueda ser controlado por quien desconoce lo mínimo en el dominio de la misma; “es profesional quien cuenta con un conocimiento exclusivo, incluso esotérico, en un ámbito determinado, en el cual los demás, y en particular el público, quedan por tanto relegados a la condición de legos”. Es así como nos encontramos con un proceso aparente de desideologización (que como no podía ser menos esconde su propia ideología) por el cual el componente ideológico explicitado y reflexionado se bate en retirada frente a una visión tecnocrática y pragmática. En el lugar central del conflicto generado por esta ideología (esto es aunque no se presente como tal) se encuentra el problema de la participación. Sin poderse oponer frontalmente a la idea de participación, el profesorado se siente ofendido por ser la única profesión a la que se le reconocen funciones de control y gestión a su clientela. En este desarrollo de una mentalidad de asedio (en terminología de Stephen J. Ball ) se produce de igual manera el cerramiento por “arriba”, esto es, la descalificación de las propuestas e iniciativas de políticos y teóricos (en este calificativo podemos incluir a personal muy variado, profesionales de la administración, catedráticos de Universidad, asesores de Centros de Profesores, trabajadores de equipos de apoyo...), bien argumentando el desconocimiento pleno del hecho educativo o la pérdida del contacto con la realidad que le hace perder de vista la complejidad y los matices de ese hecho. Se genera con ello una coraza teórica que sirve tanto para justificar posiciones como para descalificar supuestas o posibles agresiones. En la práctica se trata de un proceso de apropiación de la institución educativa por parte del profesorado. En esta visión de la educación (y de la sociedad) tecnocrática, cada especialista ejerce su dominio sobre un campo, con el único objetivo de alcanzar soluciones eficaces por encima de otras consideraciones de tipo ideológico o político y en la pugna por cerrar su territorio se opta por una concepción de profesionalismo como acotación de un campo exclusivo de competencias, en detrimento de una profesionalización entendida como el desarrollo de un conocimiento abstracto al servicio de las necesidades concretas de su público (M. F. Enguita ). El desarrollo de una ideología del experto no implica únicamente una lucha por el poder sino que conlleva también un cambio en la concepción de la educación al pasar ésta a ser considerada principalmente un problema técnico.
La educación, un problema técnico. La pregunta dominante en la enseñanza gira en torno al cómo habiendo dejado arrinconados en el rincón del olvido el por qué y el para qué. La educación se ha convertido en un problema fundamentalmente técnico, de dominio de herramientas y estrategias. Esta tiranía de lo tecnocrático extiende sus garras más allá del centro educativo y coloniza también las redes de formación permanente. En la gran mayoría de las actividades de formación (que no hay que olvidar en el contexto mercantilizado en el que se producen) el profesorado demanda recetas como si la educación fuera un mero dominio de técnicas independientemente del contexto en el que se desarrollan esas técnicas, del talante con el que se llevan a cabo, del sentido que adquieren (o no) en un todo. Recetas desproblematizadas en una educación desproblematizada. La paradoja es que la aparente obsesión por las técnicas tenida en un contexto en el que se ha perdido la reflexión ideológica y política, en un contexto de encastillamiento para lograr salir indemne de las amenazas y las críticas que vienen de fuera, degenera con facilidad en la rutinización. La educación sin el acicate ideológico pierde con facilidad su carácter innovador. La innovación requiere necesariamente un análisis y diagnóstico de la realidad, una reflexión crítica sobre la misma. Ese encastillamiento que persigue “dignificar” la profesión docente paradójicamente la devalúa al rutinizarla. El docente llega a lo más a ser un correcto aplicador de técnicas. Persiguiendo el sueño de lo profesional de la enseñanza, la realidad deviene en mecánico de la enseñanza; a lo más un correcto y digno mecánico, en la medida en que se ha separado la concepción y la ejecución del trabajo. El docente corre el riesgo de quedar limitado a mero ejecutor de técnicas ya establecidas por el saber común. Es conveniente resaltar la pretendida (e imposible) neutralidad y objetividad y sus consecuencias prácticas.
Vuelta al puro y duro instructivismo. Desde el discurso de la neutralidad sólo hay un paso hasta el instructivismo unilateral. El objetivismo pone el acento en aquello que puede ser claramente medido, la valoración implica cuantificación, en esa línea lo que se debe enseñar es aquello que se puede aprehender. El acto docente ha de ser un acto de asepsia en el que el maestro (profesor) no se ensucie con cuestiones que no competen a la función docente. El profesor rehuye cualquier cuestión que exceda en todo o en parte los límites del grupo clase o de la propia materia y marca con claridad cual es el territorio de su competencia, qué se incluye en él y qué no. Este comportamiento implica varios niveles de desafección. M. Fernández Enguita habla de la desafección hacia la organización para indicar que el profesor no quiere saber nada de nada fuera de lo que entiende es su cometido, la materia, el aula, evitando todas las funciones distintas de la instructiva y que tengan que ver con la dinámica del centro, en estos casos el centro no sería una comunidad de aprendizaje sino una suma de agregados con intereses particulares. Enguita incluye en estos casos el rechazo a la realización de actividades docentes más allá de su aula o materia (tutorías, orientación, apoyo...). Pero junto a la desafección anterior conviene hacer referencia a un par de ellas más.
Una desafección hacia lo transversal y extracurricular. Si en el discurso de renovación pedagógica de hace unos años se contemplaba este campo como una manera necesaria de completar la labor educativa que se quedaba corta, en la actualidad asistimos cada vez más a un rechazo del mismo. La labor docente viene marcada no sólo por los límites de la materia sino que está igualmente delimitada por el horario lectivo y el aula o, en el mejor de los casos, por el centro. Nada que se salga de esos tres límites es contemplado como propio de la función docente. Y también una desafección hacia la función educadora. El docente se va quedando poco a poco con la función instructiva, ahí establece su campo de competencia. El objetivo es ser un profesional libre, neutral y con una actuación impersonal. El experto burócrata tipificado por Max Weber.
Perfecto burócrata. Perfecto funcionario. La versión en el sistema educativo de este experto burócrata para Weber sería el de profesor como simple instructor, los valores quedarían reducidos al ámbito privado y la enseñanza pública se trataría de una enseñanza libre de valores que como afirmó Carlos Lerena conduce al reinado de los valores dominantes y a la dictadura del funcionariado. El funcionario se limita a aplicar una reglamentación legal, es ajeno a la realidad sobre la que trabaja y por lo tanto i-rresponsable de los desajustes que pudieran darse entre esa reglamentación y la citada realidad; tienen sus competencias perfectamente delimitadas de las que estatutariamente no debe salirse. Frente a la percepción de incremento de demandas al sistema educativo interpone la reglamentación, la limitación, el estatuto, la neutralidad... el muro.
En esa dictadura del funcionariado los expertos y la razón tienden a disolver la política, la educación y la cultura en un proceso de desencantamiento. En él los profesores se convierten en simples instructores dejando la educación en valores como asunto privado. Ese profesor-burócrata, por tanto, ha de regirse por la absoluta neutralidad. En el imaginario colectivo de los docentes aparece el funcionario como ideal, como referencia, establecido principalmente en tres aspectos, la limitación de su tiempo laboral, la limitación de sus funciones y la limitación de sus responsabilidades. Asistimos a un proceso de mimetismo por el cual el profesorado va adoptando esas características que cree ver en los funcionarios. El profesor se desentiende de todo aquello que ocurra más allá de su tiempo de presencia obligada en el centro. Se va estrechando el círculo de las competencias docentes al rechazar todos los aspectos transversales y extracurriculares; se van reduciendo las responsabilidades debidas a su función en un doble proceso, el de la externalización de esas responsabilidades que ya hablé al comienzo y en un segundo de extrañamiento, de alejamiento de la realidad, de desentendimiento de ella. Se produce un distanciamiento progresivo respecto al arquetipo de maestro permanente y respecto a la realidad escolar. El maestro cada vez más vive dos vidas, la laboral (que siempre se pretende que ocupe menos lugar) y la personal, cada vez más distante geográfica y psicológicamente de la primera, muy cerca de la figura del extraño sociológico que utilizaba Carlos Lerena para reflejar ese estar en la comunidad pero no formar parte real de ella.
Desencantamiento y conformismo social. El fenómeno del desencantamiento al que he hecho referencia no se trata sino la culminación de una tendencia histórica en el proceso educativo (y de la sociedad en general), la de encontrarse inmerso en un proceso de secularización. “Para que ser maestro sea sinónimo de ejercer la docencia, y para que la de enseñar sea una ocupación definida, ha sido preciso que el trabajo de enseñar, aprender, se desgaje de su primitivo tronco: un tronco en el que estaban confundidas las posiciones y papeles de, por de pronto, padre, director espiritual, maestro, sabidor o especialista, juez, médico y señor” (C. Lerena ) Ese proceso C. Lerena lo ejemplifica en nuestro país en la sustitución del término maestro por el de profesor, y posteriormente por su “replica secularizadora”, la de enseñante, “el último escalón en el que se borra el ser y aparece el mero hacer”. A la devaluación definitiva del término vocación le ha continuado el distanciamiento cada vez más profundo entre el ser y el papel desempeñado, A la desacralización (ahora total de cada uno de los rituales establecidos en la docencia) le ha seguido el desencantamiento. Al oficio cargado de deberes y cargador de las dolencias del mundo propio de una visión moralizadora y “sacerdotal” de la profesión le ha seguido el camino hacia la indolencia cada vez mayor propia de una visión “neutral” de una burocracia ajena a los desequilibrios de la sociedad. Ese desencantamiento libera a la visión de la realidad de magia alguna y genera dos consecuencias, la primera la dependencia de la racionalidad, pero de una racionalidad del burócrata, una racionalidad de medios, técnica, que pretende ser neutral; la segunda el conformismo social resultante, no importa lo que le sucede a los demás y, si importa, nada se puede hacer. Se adopta un fatalismo que conduce a la pasividad y al inmovilismo.
Individualismo exacerbado. “El culto al individualismo ha infectado profundamente la cultura ocupacional de los profesores” afirma A. Hargreaves . Ese culto al individualismo genera a la vez una cultura del aislamiento que limita profesionalmente al docente a la vez que es “el caldo adecuado para el cultivo del pragmatismo, la pasividad, la reproducción conservadora o la aceptación acrítica de la cultura social dominante” (A. I. Pérez Gómez ). Atrapado en la mentalidad de asedio el profesorado agudiza su aislamiento psicológico y con ello refuerza aún más (el modo de hacer docente ya está claramente orientado hacia el individualismo como consecuencia de unas condiciones físicas y arquitectónicas y una fragmentación horaria y disciplinar que fomentan el aislamiento) el aislamiento ecológico, generando el fenómeno de la balcanización (A. Hargreaves ) que supone una organización configurada en torno a espacios cerrados en la que se pierde la visión del conjunto del proyecto educativo del centro. Así organizada la escuela el profesorado siente que el tiempo de reflexión común, de preparación común es algo de escaso o nulo valor. Sin embargo, en la cultura escolar tradicional el individualismo se trata de una herejía teórica que es necesario al menos disimular, frente a él la colaboración y la colegialidad aparecen como claves fundamentales del proceso educativo. Institucionalizada esa colegialidad a través de órganos colegiados y tiempos comunes desde la cultura del individualismo deviene en una colegialidad artificial reglamentada por la Administración, que se vive como obligatoria, que aparece fija y limitada por un tiempo y un espacio y de la que se puede prever unos resultados perfectamente previsibles.
En el año 1992, J. Félix Angulo , proponía la imagen del Caballo de Troya para advertir de los riesgos que conceptos importantes y amplios, como calidad, igualdad de oportunidades, informática, podían tener dentro, y de la necesidad de ser muy cuidadosos y de colocar el discurso retórico que los justificaba en el objetivo de nuestra crítica, no fuera a ser que su interior nos sorprendiera al llegar la noche, antes de que los creyéramos conquistas y exigencias incuestionables de nuestra prosperidad, y antes de que lo que escondía delimitara y determinara los parámetros de nuestra reflexión y de nuestra práctica. Quizás ya no hay problema con todos esos conceptos y “conquistas” arriba mencionados, son moneda común, se dan por supuestos y se verbalizan con toda naturalidad, quizás el que resulta extraño es aquel que los cuestiona. No hay problema porque hemos convertido al caballo en Troya y lo que puede ser peor, a Troya en el caballo. Ideológicamente queda poco por conquistar. Parece que todos nos hemos ido a vivir al caballo, sin dejar de permitirnos el lujo de afirmar que lo seguimos haciendo en el corazón de Troya. Defendemos nuestras conquistas de las amenazas del caballo (de Troya) y lo hacemos desde la comodidad y las miserias en las que nos hemos instalado en el vientre del propio caballo. Hemos asistido a una disociación entre práctica y teoría a partir de la cual se ha hecho posible la existencia de prácticas similares recubiertas de discursos diferentes. Esto ha sido así porque en nuestra sociedad mercantil, el discurso con frecuencia no pasa de ser una escaparate para la venta o para el consumo que no refleja la realidad que se esconde detrás. La afiliación política, sindical, o la ideología verbalizada puede ser menos relevante que otras dimensiones de la existencia individual que reflejan con más fidelidad la base ideológica subyaciente de ese comportamiento y de la categoría social en la que se encuentra. Con frecuencia reivindicaciones laborales o pretendidamente educativas no sólo no han puesto en cuestión el discurso educativo dominante sino que, en buena medida, han colaborado a consolidarlo. Por ello, puede interesar más que la ideología públicamente expresada, los comportamientos micropolíticos concretos (el currículum oculto que aparece en cada una de las prácticas educativas, sociales, políticas, sindicales...). Es necesaria para lograr sobrevivir con cierta higiene mental, la recuperación de un discurso global y complejo que tenga en cuenta estos matices y que anime a su concreción en el mundo educativo. Nos toca intentar salir del vientre del caballo y dejar que el aire del amanecer nos sacuda el rostro y nos despierte, a pesar del frío que podamos sentir, a pesar de que podamos descubrir que estamos solos y de que los troyanos nos contemplan con pavor, extrañeza, desprecio u odio, asomados a los estrechos ventanucos abiertos en el vientre del corcel.