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jueves, 30 de diciembre de 2010

LA METÁFORA PERFECTA


Si se hubiera buscado hubiera sido difícil encontrar una metáfora más adecuada a la realidad que vivimos que esos minutos de finalización de la existencia de la cadena CNN+ para dar paso al rótulo permanente, premonitorio, amenazante de GH 24. La sociedad de la información da paso a la información de la suciedad, una suciedad creada ex profeso para consumo masivo. Excrementos al gusto de todos y esos todos hozando con denuedo a la caza de la mayor porción posible del manjar.
Podemos volver a criticar la tiranía de esos entes anónimos llamados mercados y quedarnos con ello satisfechos. Criticar la servidumbre de unos ante ellos y el interés de otros por el puro y duro beneficio económico. Criticar el sacrificio de la cultura en el altar del mercado, la expiación del conocimiento de sus pecados de lucidez y dolor. Podemos, pero en la metáfora nosotros jugamos también el papel ideal, el de espectador. Asistiendo perplejos a un espectáculo del que no formamos parte, sólo vemos y oímos, comentando indignados, con el mando a distancia en las manos, llegado el momento… cambiamos de canal, alguna serie divertida, por favor.
Elegimos ser consumidores antes que ciudadanos, "consumimos... para dejar de ser individuos y ciudadanos, para liberarnos de la pesada obligación de tener que llevar a cabo elecciones fundamentales". No, a la realidad ya que resulta dolorosa, mejor el entretenimiento; no, a los otros que se viven como amenaza, importa uno mismo, a lo más el grupo del que uno forma parte que no deja de representar los intereses propios; no al razonamiento, al pensar por uno mismo, mejor pensamiento visceral (si esto fuera posible ya que son términos antagónicos), ejercitar las tripas y los testículos (pensamiento testicular), acudir a las funciones de deshecho del organismo.
Cada uno de nosotros somos la sociedad de consumo, consumidores, usuarios, clientes, tomamos decisiones, elegimos. Con la televisión también, la televisión es un objeto único que combina la evasión máxima con el mínimo de obligaciones y nos permite realizar esa elección en la intimidad; mantener nuestra impoluta fachada pública mientras alimentamos con ella nuestras miserias. Pero el ojo del gran hermano está ahí, aunque juguemos a no verlo. Ahora se nos ha hecho manifiesto. La religión catódica se nos ha revelado. El gran ojo nos ha descubierto, estamos ahí, frente a él, con las tripas al descubierto, aguardando nuestra ración de basura.
Ese es nuestro verdadero bienestar, nuestro auténtico estado del bienestar, el que conquistamos y no estamos dispuestos a dejarlo ir (¿qué nos dejamos en esa conquista? ¿qué precio pagamos? Puede ser que el verdadero precio lo pagaran otros para nuestro bienestar). Pretendemos un imposible, vivir adormecidos en las comodidades y por las comodidades que nos han sido dadas en un lugar y un tiempo privilegiado de la historia y sólo activarnos cuando estas corren peligro. Pero quizás, para entonces, ya sea tarde, sus cimientos hayan sido socavados y ese bienestar ya sólo se mantenga en falso, el gran ojo haya hecho su aparición anunciando la caída del imperio decadente ante la invasión de los "bárbaros" del sur (dijo el romano bien acomodado en su triclinium), que, ahora sí, llegarán a reclamar lo que es suyo, y nosotros ya no podremos cambiar de canal, el mando a distancia no nos responderá, todo el libre mercado audiovisual será un mismo magma en el que seguiremos hozando hasta nuestra extinción.


Mejor no saber,
Ignorante bobo, necio feliz.
Mejor no saber
y disfrazar el pasado de mentiras
y construir el futuro de esperanzas huecas
y vivir el hoy ajeno al papel de clown
sembrando hilaridad al paso de su sombra.
Mejor creer representar el papel de la Virtud en el Gran Teatro del Mundo
que ver en el espejo al cándido payaso,
zarandeado pelele,
marioneta grotesca y burda.
Mejor no saber,
encerrado en un sueño de sonrisas
mientras las carcajadas mastican mi existencia,
mientras se desmorona mi palacio de despojos,
mientras la vida se me llena de muertes.

¿Qué hacer? Para empezar, apaguemos el gran ojo antes de que sea tarde.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

LUGARES COMUNES (3): Funcionarios docentes...¿decentes...indecentes...indolentes?



Un ramillete de lugares comunes:

A los maestros nos cargan cada vez de más responsabilidades. Muchas no son de nuestra competencia. La dignidad y revalorización del maestro empieza por negarnos a realizar funciones que no son nuestras. Es necesario dejar bien claro cuales son nuestras funciones y cuales no. Nuestra tarea es enseñar, trasmitir conocimientos, no educar. Y el último: los valores morales son responsabilidad de la familia y la escuela no debe entrar en ellos.

Es verdad que cada vez se vierten más exigencias sobre el sistema educativo, pero también es verdad que tenemos una sociedad cada vez más compleja que aumenta sus necesidades y que exige un sistema educativo más complejo y de más recursos, el problema es que ha cambiado poco o nada. Es verdad que se pide al maestro nuevos requerimientos que a veces nos desbordan, pero también es verdad que su perfil no puede seguir siendo el de hace treinta o cuarenta años, y que ante esa supuesta exigencia se reacciona a menudo con el repliegue, no sólo no se aumentan las tareas a realizar sino que con frecuencia se justifica su disminución. Nos hemos cargado de razones para ir desentendiéndonos de pequeñas tareas en base a que ello nos dignifica. ¿Cómo qué nos dignifica? El siguiente paso ha sido tomar partido en la absurda polémica entre instruir-enseñar y educar. Como si una cosa fuera posible con la otra. Lo único que hay verdaderamente detrás es que educar conlleva una implicación personal mayor, una opción por un modo de educar y enseñar. Y el remate, y lo más reciente, es argumentar para ello que los valores es responsabilidad de la familia. Tal disparate no merecería comentario alguno si no fuera por la fuerza mediática que se le ha dado y los grupos de presión (¿es necesario citarlos?) que se han implicado en ello, si no fuera porque hay gente que, irresponsablemente, asume ese argumento.

Cuatro conclusiones teóricas:


 Vuelta al instructivismo. Lo nuestro es enseñar, no educar.
Desde el discurso de la neutralidad sólo hay un paso hasta el instructivismo unilateral. El objetivismo pone el acento en aquello que puede ser claramente medido, la valoración implica cuantificación, en esa línea lo que se debe enseñar es aquello que se puede aprehender. El acto docente ha de ser a la vez un acto de asepsia en el que el maestro (profesor) no se ensucie con cuestiones que no competen a la función docente. El profesor rehuye cualquier cuestión que exceda en todo o en parte los límites del grupo clase o de la propia materia y marca con claridad cual es el territorio de su competencia, qué se incluye en él y qué no.

 Desafección hacia la organización, hacia lo extracurricular, hacia la función educadora.
Este comportamiento implica varios niveles de desafección. M. Fernández Enguita habla de la desafección hacia la organización para indicar que el profesor no quiere saber nada de nada fuera de lo que entiende es su cometido, la materia, el aula, evitando todas las funciones distintas de la instructiva y que tengan que ver con la dinámica del centro, en estos casos el centro no sería una comunidad de aprendizaje sino una suma de agregados con intereses particulares. Enguita incluye en estos casos el rechazo a la realización de actividades docentes más allá de su aula o materia (tutorías, orientación, apoyo...). Pero junto a la desafección anterior conviene hacer referencia a un par de ellas más.
Desafección hacia lo transversal y extracurricular. Si en el discurso de renovación pedagógica de hace unos años se contemplaba este campo como una manera necesaria de completar la labor educativa que se quedaba corta, en la actualidad asistimos cada vez más a un rechazo del mismo. La labor docente viene marcada no sólo por los límites de la materia sino que está igualmente delimitada por el horario lectivo y el aula o, en el mejor de los casos, por el centro. Nada que se salga de esos tres límites es contemplado como propio de la función docente. Un caso representativo de esta desafección es el rechazo de los maestros a la realización de actividades complementarias y extracurriculares y que está siendo justificado, incluso desde posiciones teóricamente progresistas, no como estrategia para la consecución de mejoras laborales (discutible pero a la vez comprensible) sino cuestionando la competencia de los docentes en estas actividades. En la mayoría de los casos lo que se pone de manifiesto aquí es un cuestionamiento de la transversalidad como labor docente (aunque sea difícil verbalizarlo así) y con ello de la educación en valores.
Desafección hacia la función educadora. El docente se va quedando poco a poco con la función instructiva, ahí establece su campo de competencia. El objetivo es ser un profesional libre, neutral y con una actuación impersonal. El experto burócrata tipificado por Max Weber.

 Perfecto funcionario.
Se busca la neutralidad. Se exige un reglamentismo que nos dé seguridad. Se aspira y arranca una limitación del tiempo laboral, una limitación de las funciones a realizar y una limitación de las responsabilidades. ¿Deseamos una patente de corso?
Nuestra jornada laboral, en Castilla-La Mancha, es de treinta y cinco horas semanales, de las que veintinueve son de presencia obligada en el centro. ¿Se realizan realmente esas veintinueve horas? Parecen vivirse como si el resto hasta las treinta y cinco fueran de presencia obligada fuera del centro. ¿Se realizan esas treinta y cinco horas habitualmente? ¿Por qué esa ansiedad por no realizar ni un minuto más en el centro? ¿Por qué esa necesidad de salir de él?

 Extraño sociológico.

No nos sentimos integrados ni en la localidad ni en el centro de trabajo. Somos gentes de paso que no tiene responsabilidad alguna sobre los problemas de la comunidad

Un ramillete de consejos

 Educamos, inevitablemente educamos, mal o bien estamos educando. Desinhibirnos de sus consecuencias es una irresponsabilidad.
 El primer sujeto del proceso de educar somos nosotros mismos. La mejora profesional ha de estar asociada incuestionablemente a la mejora personal, como personas.
 Tenemos que ser parte activa de una totalidad, el centro y su entorno, para que esa totalidad crezca como comunidad educadora. Eso nos realiza como profesionales, nos hace crecer como personas y sentirnos integrados y más a gusto en nuestro puesto de trabajo.
 No podemos medir constantemente lo que damos. En la medida en que damos recibimos. En la medida en que nuestra aportación tienda a ser mezquina nosotros nos iremos haciendo mezquinos.
 El proceso educativo no tiene límites, sólo la racionalidad y el sentido de lo que hacemos, nuestras capacidades y nuestra propia humanidad han de establecerlos.
 En el sitio más inhóspito una persona marca la diferencia.

lunes, 27 de diciembre de 2010

REIVINDICACIÓN DE LA TRISTEZA


En estos días de obligadas sonrisas, de artificiales buenos deseos, lo siento, quiero hacer una reivindicación de la tristeza. En esta época de obsesión enfermiza por la salud, de culto patético por la juventud, de exigencia deprimente de alegría, necesito hacer una reivindicación de la tristeza. No para caer en una ridícula estética de la tristeza, no comparto la estética del pesimismo. El dolor, como la tristeza, como el pesimismo, viene dado, no se elige; si así fuera sería una opción estéril y necia. El ser humano, como ningún ser viviente está hecho para sufrir por sufrir, ni por mandato divino, ni por creencias esotéricas, ni, menos aún, por vacua pose estética.
La tristeza se tiene porque no es posible huir de ella. ¿Cómo ignorar la permanente llamada de atención de un cuerpo doliente haciéndose presente segundo a segundo sin posibilidad alguna de abstraerse? Compañero inseparable al que sólo te resta acostumbrarte, hacer tuyo el ruido para que te permita discriminar el resto de los sonidos.
¿Cómo desoír los quejidos de dolor de la gente que te rodea y a la que quieres? ¿Cómo es posible sentirte indiferente sin pagar el precio de tu deshumanización? Los lamentos de los otros estimulan los tuyos, su pesadumbre se convierte en la tuya, cargas con los tonos que percibe su mirada, te pueden llegar a atemorizar sus sombras.
¿Cómo ignorar la realidad en la que vives y de la que eres partícipe? Sus grietas, sus abismos, sus enormes desequilibrios, la sangre de la que se alimenta, tu colaboración en el festín de unos pocos, tu gesto indolente o el simulacro verbal de solidaridad.
La tristeza es tu sombra, permanece pegada a tus talones, cuanto más deprisa pretendas escapar de ella con más fuerza se unirá a ti., se convierte en el sentimiento de fondo, en el estado corporal predominante, de manera sutil, minimalista quizás, pero que, por su persistencia, contribuye a formar el talante que te caracteriza (El error de Descartes. Antonio Damasio)
No es posible abandonar la tristeza en una esquina, espera un momento que en seguida vuelvo, y dejarla allí para siempre. Tampoco creo que, yo, al menos, lo desee. No se trata de un estado corporal emocional que acapare constantemente el primer plano de nuestra atención ni de una coraza que repela cualquier otro sentimiento, con él es posible el sentido del humor, aunque se pueda convertir en un humor negro o irónico; es posible vivir estados de alegría, es incluso compatible con la felicidad como sentimiento de fondo, no la euforia sino la calma, no tiende hacia la oscilación sino al equilibrio. Puede matizar un sentimiento básico para convertirlo en otro más sutil, generar una reacción de síntesis que produzca una emoción adulta, más consiente de los cambios que constituyen la respuesta emocional, más capaz de enfrentarse a la realidad con una respuesta empática, pasando por el tamiz aquellos elementos más rudos, broncos y destemplados, más cercana al otro y a sus circunstancias.
“Memento mori”. No es necesario el siervo que sigue al general romano victorioso para recordarle su mortalidad y evitar que caiga en la soberbia, la tristeza invita permanentemente a la humildad. “Quizá la cosa más indispensable que podemos hacer como seres humanos, cada día de nuestra vida, es recordarnos a nosotros mismos y a los demás que somos complejos, frágiles, finitos y únicos” propone Antonio Damasio en el libro citado, de eso se ocupa la tristeza, guardián fiel desplazándote de todo pedestal, sin amargura, sin derrotismo (pero incorporando la derrota como posibilidad y hecho objetivo en la vida), reconociendo la dignidad al mismo tiempo que el humilde origen y la vulnerabilidad. Instalándonos a la altura de los demás y dejándote conmover por ellos.
Dejarte provocar alguna emoción, enternecimiento. La ternura es un sentimiento éticamente gozoso y estéticamente fructífero, se trata de una variación en la que se entremezcla la alegría y la tristeza, la primera resulta atemperada por la segunda y ésta dulcificada por la otra. Un sentimiento mucho más ajustado a la realidad capaz de conmover hasta la lágrima bañando con suavidad la mirada, domando la agresividad de las pasiones.
Humildad y ternura llevan a la misericordia. La compasión hacia los sufrimientos o errores ajenos sólo es posible desde las dos premisas anteriores, desde la cercanía y el afecto natural, y con ella todas sus derivaciones: altruismo, humanidad, solidaridad, caridad, clemencia, piedad; y con todo ello la inmersión en un concepto erróneamente añejo, el de la virtud, la preocupación por las cualidades personales esencialmente buenas. La educación emocional es, en sí misma, una educación en valores.
Razonamiento y emociones no se tratan de procesos independientes, de igual manera que no hay separación posible entre alma y cuerpo. El fondo de tristeza también aporta la oportunidad del sentido crítico, de la autocrítica, de la insatisfacción que nos lleva a los deseos de mejora, de la razón con los pies en el suelo. Sólo un punto de insatisfacción aporta el empeño por ir más allá, por no quedar contento sin más con la realidad dada, por la necesidad de discernir, no dejarse atrapar por lugares comunes, por no quedarse paralizado al calor del establo. Tristeza no es sinónimo de inteligencia pero sí puede servir de factor desencadenante.
Por último, el sentimiento de fondo de tristeza no ha de ser equiparable a una personalidad lúgubre, permanentemente cariacontecida. No sólo es posible la sonrisa cuando hay ternura, sino que es inevitable, como lo es el arco iris cuando los rayos de sol atraviesan las gotas de agua.

lunes, 20 de diciembre de 2010

UNA INVITACIÓN AL OPTIMISMO DESDE EL PESIMISMO




No pretendo engañar a nadie, no espero un futuro rosa en la cercanía, ni tan siquiera lo espero en la lejanía de mi vida (una lejanía no tan lejana), sobran argumentos para sustentar lo anterior, como muestra solo algunos botones:
- Vivimos en un sistema centrado en el puro y duro beneficio económico al que todo se supedita. Una bicicleta que nunca puede parar so riesgo de caerse y que atropella en esa loca carrera a todo aquello que ose interponerse en el camino. Una bola de nieve que necesita ir engordando conforme avanza hasta que de su propio grosor necesita el choque, su explosión, la crisis, para poder reiniciar después su marcha eterna hacia la locura.
- Un sistema de beneficiados que necesita para crecer su ración de desposeídos. Un desequilibrio económico, cultural, social en el que una pequeña parte acapara la inmensa mayoría de los recursos.
- En lo cercano, un régimen político cada vez más cercano a la estulticia en el que se entremezcla miseria moral e intelectual y en el que parece previsible (¿inevitable?) que veamos como triunfa un modelo meridiano de hacer política basado en la simplificación del discurso, en la confrontación y el negativismo como arma electoral (el adversario es enemigo y no hay mejor enemigo que el muerto… políticamente hablando, claro), el insulto, la exageración, la mentira sin coste electoral alguno, confiados en la fidelidad y la amnesia de un electorado que se retroalimenta en su fisonomía con la clase política.
La percepción del tiempo que tenemos es evidentemente antropomórfica en ella nosotros somos la unidad de medida. El largo plazo no es que se establezca en relación al género humano sino que su medición se reduce drásticamente a una parte de la vida de cada uno de nosotros, una parte cada vez menor en la medida en que el transcurrir del tiempo parece acelerarse, una millonésima parte de la historia de la vida., de toda vida, de toda existencia. De la idea judeo-cristiana según la cual la creación fue hecha al servicio del hombre a otra menos ególatra por la cual el hombre es, sin más, parte de esa creación y, en buena lógica moral, debiera estar al servicio de ella.
Ese reduccionismo del concepto tiempo tiene varias consecuencias:
- El fin justifica los medios. Es necesario acelerar la llegada de ese fin, para eso vale todo.
- La mediación se convierte en fin. Los instrumentos de los que el hombre se dota son los soberanos ante los que no valen las singularidades. Su triunfo es lo prioritario. Paradójicamente el hombre se somete a su propia creación.
- Es necesario anteponer siempre lo urgente ante lo necesario. No hay tiempo suficiente. Las medidas a tomar solo han de ser aquellas que produzcan resultados de forma inmediata. En lo político, sometimiento al electoralismo.
- Los cambios se realizan en la superficie no en la base. Cambiamos el ropaje de la realidad no la realidad.
- Devaluación del concepto “política” con un alejamiento de su origen etimológico de tal magnitud que si en la antigüedad podía llamarse “idiotes” a aquellos ciudadanos que no se preocupaban de la “polis”, de los asuntos comunes, hoy podríamos tener la tentación de hacerlo en sentido contrario.
La exigencia es modificar nuestra noción de tiempo. Nuestra vida no es la unidad de medida. Somos meramente eslabones de una larguísima cadena, ésta ha de ser la unidad de medida. No tenemos por qué aspirar a ver los frutos sociales de los esfuerzos que realicemos, lo que no quita que los lleguemos a realizar, “también será posible que esa hermosa mañana ni tú ni yo ni el otro la lleguemos a ver pero habrá que forzarla para que pueda ser” (que transnochado parece ese pensamiento y tan eterno a la vez). El avance no es una línea recta, es producto de múltiples fuerzas ejerciendo presión en múltiples sentidos. Centrar nuestra atención en una única fuerza y, quizás, no la esencial es también empobrecer nuestra vida. Es más, aquello que se encuentra al alcance de nuestra vista es una suerte de avances y retrocesos lo que no implica que el resultado total no suponga avanzar.
Desde este planteamiento, ¿estamos sin más ante una evolución catastrófica? ¿Es tan negativa, sin embargo la realidad? Puede sernos de utilidad la visión de Hans Rosling, profesor de Salud Pública en el Instituto Karolinska, en el programa de Eduardo Punset, Redes, titulado, Desmontando mitos sobre el mundo, y en la página web de ese mismo autor, Gapminder. Desde esa visión, la evolución del hombre puede no ser tan desesperada, solo, hace falta algo más de perspectiva, evitar una visión tan cortoplacista, alejarse un tanto para que los árboles nos dejen ver el bosque.
La historia de la humanidad también ha ido suponiendo un avance en la progresiva aceptación de unos valores de respeto al hombre, en primer lugar, y a la naturaleza, en las últimas décadas, con todo el componente farisaico que queramos, con todas las imperfecciones e incumplimientos, pero que está ahí y que al menos a las claras, hoy por hoy, es imposible ignorar y rechazar sin más.
El fenómeno de la globalización y de la tecnología de la sociedad de la información, con todos sus efectos negativos, dificulta la posibilidad de zonas de sombra. No quiere decir que estas ya no puedan existir en la medida en que la manipulación de la información no solo es posible sino que es evidente, pero sí que las herramientas para combatir esas zonas de sombra son mayores y se encuentran más al alcance de todos, un ejemplo de ello es el fenómeno representado por Wikileaks.
Ahora bien la visión del bosque no debe hacernos olvidar que estos están formados por árboles, que sin estos no hay bosque y que cada uno de ellos es importante. Se trata, de alguna manera, del famoso lema “pensar globalmente, actuar localmente”, esa visión ampliamente global no puede hacernos rehuir la acción, aunque sí llevarla a cabo de otra manera:
- Sabiendo que el fin también está en los medios, que estos deben reflejarlo con fidelidad, que toda acción conlleva un componente pedagógico y a través de ella construimos realidad, presente y futuro.
- No aplazar permanentemente lo necesario. Es urgente no aplazarlo, aunque no veamos sus efectos de manera inmediata o aunque sus efectos conlleven una consecuencia incómoda a corto plazo.
- No sacrificar lo pequeño, lo cercano. Somos en lo grande lo que somos en lo mínimo. El mar está compuesto de infinitas y minúsculas gotas, sin ellas el mar se vacía. La historia también progresa (estoy tentado de decir, únicamente progresa) desde lo callado, desde lo pequeño. Cada uno de nosotros solo progresamos a partir de ello, si no es así solo somos fantasmagoria, hipocresía y es eso lo que construimos.
- Hacemos política en todo nuestro actuar público. Es necesario rescatar el concepto del reduccionismo y secuestro al que se encuentra sometido.
- Toda acción nuestra puede tener el efecto mariposa, no podemos rehuir la complejidad de la realidad en la que vivimos, no basta con que nosotros la etiquetemos de la manera en como queramos, es necesario ser conscientes de los posibles efectos no deseados, guiarnos no solo por la ética de las convicciones sino también por la de la responsabilidad.
- No renunciar al pragmatismo a condición de no renunciar a la utopía. Mantener la tensión, el espíritu crítico y autocrítico que nos facilita ese pensamiento.
- Reduzcamos nuestra ansiedad. La verdadera responsabilidad la tenemos en aquello que tenemos a nuestro alcance.
Resumiendo, que no se llame nadie a engaño, soy pesimista en el sentido de que creo que el futuro inmediato que me aguarda, que nos aguarda, tiene visos de ser peor que el pasado que vamos dejando atrás, ¿acaba ahí el mundo? ¿Acaba ahí la vida? No nos demos tanta importancia, ganemos en humildad, ganaremos también en calma y felicidad. Otro mundo es posible, será posible. No lo veremos. Construyámolos, no obstante, en cada uno de nosotros, no nos dobleguemos, no nos rindamos, como sugiere el chiste de El Roto, ocupémosnos de lo que está en nuestras manos resolver . Ahí estará ese mundo posible, ya, pero todavía no.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

LUGARES COMUNES (2): Recetas, queremos recetas.



2. RECETAS, QUEREMOS RECETAS.

Primer ramillete de lugares comunes

No necesitamos teorías, necesitamos recursos, técnicas, recetas, cómo hacerlo. Bien claritas, bien explicadas paso a paso. Teorías ya hemos aprendido muchas en la carrera y en las oposiciones. No necesitamos teóricos.

¿Qué teorías hemos aprendido? ¿De qué manera? ¿Quién nos las ha enseñado? ¿Puede separarse la teoría de la práctica? ¿Todos los modos de educación son iguales? ¿Se pueden aplicar sin más una técnica a cualquier modo? ¿La técnica es pura técnica o conlleva un espíritu determinado que la ejecuta, un modo de llevarla a cabo sin el cual está vacía, una teoría que le da sentido, un fin, unos por qués, unos para qués.
El método no es un conjunto de recetas eficaces para la realización de un resultado previsto. Las cosas no son tan simples. La realidad cambia y se transforma, un método reducido a un programa es insuficiente, porque ante situaciones cambiantes e inciertas los programas sirven de poco y, en cambio, es necesaria la presencia de un sujeto pensante y estratega. Allá donde hay desorden, incertidumbre y azares es necesaria la actitud estratégica del individuo.
Teoría no es el conocimiento, permite el conocimiento. No es una llegada, es la posibilidad de una partida. No es una solución, es la posibilidad de encontrar y tratar un problema.


Dos conclusiones teóricas

La educación es un problema técnico.

Nos reclamamos como profesionales, como expertos y a la vez demandamos recursos, técnicas, no teorías. Que nos den la herramienta pero no el proceso por el cual se llegó a idear esa herramienta ni el valor que tiene. Que nos den la reflexión hecha. Que nos digan qué tenemos que hacer, cómo, cuando y dónde que después ya veremos si lo hacemos o decretamos que en nuestra aula aquello es imposible. Nos reclamamos expertos, profesionales pero hemos perdido la reflexión. Hemos separado la concepción y la ejecución del trabajo. Rechazamos la intromisión de los políticos y expertos, pero aceptamos dócil y acomodaticiamente la de las editoriales. Nos estamos convirtiendo en mecánicos de la enseñanza, en sus operarios. Es el inicio de la rutinización. Si no hay reflexión crítica irá desapareciendo la necesidad de cambio, las nuevas técnicas serán adornos de una vieja práctica.

Desaparece el ser, sólo queda el hacer.

El ser maestro es sólo un problema tecnológico, somos peritos en la enseñanza, entendidos en una materia, no es un proyecto personal, no tiene que ver ni con nuestras actitudes, ni con nuestras competencias.

Un ramillete de consejos:

 No organizar el trabajo en función de la comodidad del adulto sino de los niños.
 No perder nunca la capacidad de pensar, la reflexión teórica nos otorga dignidad. Teoría y práctica es un armazón que no se puede deshacer.
 En el sitio más inhóspito una persona marca la diferencia.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

MENSAJE EN UNA BOTELLA


El anterior chiste del, siempre genial, El Roto, me hubiera gustado que hubiera servido de emblema de esta página, pero mis escasos conocimientos técnicos y el hecho de que no pasara el filtro de las emociones compañeras me hizo desistir de ello, y, sin embargo, de alguna manera, me veo así, un "seudoagitador" postrado en una cama supuestamente elaborando discursos incendiarios.

Aquí me veo, ante una pantalla y un teclado volcando en él la poca sabiduría que con el paso de los años pueda haber atesorado. No sería mala instantanea de este momento de mi vida si en ella queda reflejada la sensación de libertad de espíritu que pueda tener. No debo nada a nadie, salvo el afecto de la gente que me rodea y me quiere; a nada especial aspiro, salvo a hacer felices a esas personas y a mí con ello; puedo permitirme el lujo de decir lo que pienso sin más ataduras que la verdad en la que creo, y de esa sensación surge la necesidad de lanzar al mar estos mensajes a la espera de que con ellos encuentre eco en otras personas y, con ello, la rara experiencia del librepensador (me gustaría poderme catalogar así) de una soledad compartida, con rostros conocidos y también desconocidos para mí. Rostros que nunca conoceré y que sin embargo los siento ahí, míos, detrás de esta pantalla, a la espera de esta botella.


Esa situación de libertad es conquistada, ha sido el paso de los años lo que me ha permitido ir soltando amarras y lastre, un empeño, a veces insensato, en ser yo, en mis singularidades, puede que una perseverancia en mi derecho al error, a mi error, a mi propia equivocación; pero también es una libertad que, de alguna manera, me ha sido puesta en bandeja, precipitadamente, en mi madurez gozo de la licencia de verbo que parece otorgarse a la ancianidad. Se trata de algo externo a mí, que me permiten los otros, pero también de algo interior, la sensación de haber llegado ya a uno de los puertos de la vida, el de la jubilación donde el júbilo, la alegría que sugiere su etimología es más un remanso de paz que un estado de entusiasmo y exaltación, la mente ha llegado al razonamiento más tranquilo, y tus facultades se concentran en demostrar lo que puedes y vales. No hay prisas para ello, no hay nada que ganar salvo la satisfación personal que me ha sido puesto en bandeja desde la aflicción. Se trata de un final pero también del comienzo de un periodo del que es difícil de calcular su duración, una etapa en la que no sólo no tiene que renunciar uno a la posibilidad de aportar algo a los demas sino que, libre de cargas y frenos que anteriormente ejercían de impedimentos objetivos o subjetivos para desatar cabos, puede optar por volar... desde la cama o el sillón en el que se encuentra quieto. Puede uno no tener otras opciones pero se trata de una imposición que puede llegar a resultar gozosa.

Una etapa en la que uno se puede permitir la satisfacción de caer en la tentación de los consejos, desde la humildad, desde la conciencia de los errores cometidos, sin pretensiones de sentar cátedra y sabiendo que los caminos de la vida ha de recorrerlos uno solo y tropezar cada uno en sus propias piedras (aunque sean idénticas a las del resto). Es por eso por lo que no quisiera concluir este escrito sin uno de ellos dirigido a todo el mundo pero especialmente a la juventud: no esperéis toda una vida para sentiros libres para ser quien queráis ser, no aguardéis a que alguna circunstancia externa venga a tiraros del caballo (Clavileño es su nombre), no desperdiciéis años sin disfrutar del valor de la ternura, de la sensibilidad, de las pequeñas cosas, de la vida que, a nuestro lado, aguarda callada a que despertemos, del cuerpo, antes de que te abandone.


Y, sin embargo, feliz en este puerto al que he arrumbado, sin renunciar al placer de sentirme libre y en paz, cuanto hecho de menos otra realidad.

Te daré la palabra.

Te daré la palabra
pero me gustaría entregarte el cuerpo;
un cuerpo transgresor y transgredido,
un cuerpo de burdel y lenocinio,
un cuerpo de esperma y sudor,
un cuerpo que hablara con sus manos y sus pies,
un cuerpo que me reviviera,
gritara,
llorara,
riera,
que estallara de existencia.
Y sin embargo, te daré la palabra,
la incolora,
la inodora,
la insípida palabra;
y le daré forma,
y le daré carne
y le daré sexo.
Pero me gustaría entregarte el cuerpo.

Esto es lo que me queda, que el verbo se haga carne y habite entre nosotros. No está mal.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

LUGARES COMUNES (1): Lamentos, lamentos, lamentos.




Primer consejo:
No os dejéis llevar por los lugares comunes.

En la enseñanza hay muchas. Se tratan de expresiones triviales que aparentemente no dicen nada (malo), que parecen incuestionables pero simplemente porque nadie nos las cuestionamos, pero que están llenas de una gran carga de profundidad. Son como el caballo de Troya, empezamos a aceptarlas porque sí, porque nadie las discute y terminamos derrotados por él, pensando a base de lugares comunes que han pensado otros y que nos van cambiando. Estos lugares comunes no son exclusivos de la enseñanza pública, en gran medida, ni siquiera de la enseñanza sin más, pero es esta la que me importa, la que nos importa, es esta la que debe de ser considerada de verdad como servicio público, concepto al que no podemos ni debemos renunciar. Entrar en el juego de los lugares comunes responde a una necesidad muy humana, buscar el calor del establo, pero también supone la pérdida del pensamiento crítico y autónomo. Fomentarlos, puede que nos consiga público en el que tenga eco nuestro discurso, pero también implica no tener discurso, alimentar el sustrato en el que crecerá el pensamiento único y en el que el transformador siempre estará condenado a la marginalidad.


1. LAMENTOS, LAMENTOS Y LAMENTOS


Primer ramillete de lugares comunes:
De dónde no hay no se puede sacar. A quien no quiere no se le puede dar. Los chicos de hoy no son como los de antes.

Que obviedad, pues claro que los chicos de hoy no son como los de antes, tampoco los adultos somos los de antes, ni la sociedad es la de antes. Nada es como antes.
Somos funcionarios públicos docentes. ¿Para qué nos pagan? ¿Para quién? ¿Para curar a los sanos? Mira que son raros estos padres nos traen a sus hijos enfermos y encima quiere que los curemos. Que se ocupen primero de curarlos en casa y que los traigan aquí en condiciones. ¿No es eso lo que quiere decir el lugar común? ¿Para quién nos pagan? Fundamentalmente para los enfermos, no para los que aprenderían igualmente sin nosotros, sino para aquellos que nos necesitan para aprender. Estamos en la función pública, si alguien tiene otra idea de público que se busque la vida en la privada. Nuestra tarea es enfrentarnos a la realidad que nos venga, la que sea, y ser de utilidad a esa realidad, cambiarla, mejorarla; y adaptar nuestros métodos a esa realidad, no esperar que ésta se adapte a ellos. No vale eso de que si la realidad no se ajusta a lo que yo espero de ella tanto peor para la realidad.

Segundo ramillete de lugares comunes:
La familia no colabora. Quiere meterse donde no es de su competencia. La sociedad destruye lo que nosotros construimos. Se ha perdido la autoridad del maestro.

Todo eso puede ser verdad. ¿Y qué? ¿A dónde nos ha de llevar eso, al repliegue, al lamento permanente, a persistir en nuestros errores o a la búsqueda de nuevas estrategias? ¿Para qué nos pagan? Por cierto, ¿Cuántos de los que así hablan son padres o madres? ¿Cuántos lo somos? ¿Somos familia? Pero nosotros lo hacemos bien como familia, ¿verdad? o… ¿somos juez y parte?
¿Se ha perdido la autoridad del maestro? ¿Y qué autoridad no se ha perdido? ¿Qué pensamos y decimos nosotros de los médicos, de los curas, de los obispos, de los jueces, de los políticos, de nuestros jefes? ¿Quién ve en televisión, incluso en familia, el Diario de Patricia, Aquí hay tomate, Caiga quien caiga, el Intermedio, Los Simpsoms, Padre de Familia…? (apunto, a mí me gustan algunos de esos programas citados, otros los detesto ferozmente) ¿En qué campana de cristal queremos conservar al maestro? ¿Queremos detener la máquina del tiempo sólo para conservar la autoridad del maestro? ¿No será que también nosotros hemos colaborado a erosionar esa autoridad, no será que no vale el mismo modelo de autoridad?

Tercer ramillete de lugares comunes:
Los políticos están destruyendo la educación. No saben o son unos teóricos que no han pisado un aula en su vida o unos desertores de la tiza que no quieren volver a ella. El sistema educativo se ha convertido en un campo de enfrentamiento político y no paran de cambiarlo.
¿Cambia permanentemente el sistema educativo? ¿Qué ha cambiado? ¿La forma de organizarse el profesorado? ¿La división en edades? ¿La forma de trabajar dentro del aula? ¿Algunos papeles, algunos términos? ¿Qué caso hemos hecho de ellos? ¿Está cambiando permanentemente el sistema educativo? ¿La inutilidad manifiesta de muchos políticos es la causa de nuestra inutilidad? Puede resultar obvia la inutilidad de muchos de los políticos que gestionan la educación, pero, ¿suprime eso nuestra cuota de responsabilidad? ¿Quienes son los protagonistas últimos de buena parte de la toma de decisiones?


Dos conclusiones teóricas:

1. Todo lo anterior es un proceso de externalización de las responsabilidades.
Cada vez hablamos menos de nuestras responsabilidades en el proceso educativo. Por supuesto que otras instancias también las tienen, pero, ¿y las nuestras? Somos nosotros los asalariados para ello. No podemos utilizar todo eso para escurrir el bulto, para justificar nuestros fracasos. El dolor de la lucidez existe, pero es necesario elegir entre esa lucidez dolorosa o la ignorancia feliz (y estúpida, con perdón). Rehuir nuestras responsabilidades es degradarnos como profesionales y como personas, rebajar nuestra autoridad moral y disminuir nuestra peligrosidad para el poder, sólo lo seremos para el público.

2. Funciona una ideología del experto.
Nosotros somos los expertos. La escuela es nuestra, somos los profesionales, los únicos que sabemos qué corresponde hacer. Nos apropiamos primero de ella, nos blindamos teóricamente, echamos el cierre institucional y después nos sentimos asediados. La escuela como la realidad es poliédrica, tiene muchas caras que no controlamos, ocurre como el cuento oriental del elefante, todos necesitamos de todos, con humildad y apertura. Sabiendo cada uno cual es su papel pero abiertos a la interpelación y las propuestas.


Un ramillete de consejos:

 No mezclar, si es posible, el trabajo en la escuela con los problemas laborales, sindicales. No rebajar el trabajo buscando excusas: “La administración no nos escucha”, “los padres tal…” “Los niños cual…”
 No justificarse con la gente que lo hace mal y siempre se queja y victimiza.
 Abrir la escuela, cuantos más personas aporten, más crecerá y educará.
 En el sitio más inhóspito una persona marca la diferencia.