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miércoles, 1 de diciembre de 2010

LUGARES COMUNES (1): Lamentos, lamentos, lamentos.




Primer consejo:
No os dejéis llevar por los lugares comunes.

En la enseñanza hay muchas. Se tratan de expresiones triviales que aparentemente no dicen nada (malo), que parecen incuestionables pero simplemente porque nadie nos las cuestionamos, pero que están llenas de una gran carga de profundidad. Son como el caballo de Troya, empezamos a aceptarlas porque sí, porque nadie las discute y terminamos derrotados por él, pensando a base de lugares comunes que han pensado otros y que nos van cambiando. Estos lugares comunes no son exclusivos de la enseñanza pública, en gran medida, ni siquiera de la enseñanza sin más, pero es esta la que me importa, la que nos importa, es esta la que debe de ser considerada de verdad como servicio público, concepto al que no podemos ni debemos renunciar. Entrar en el juego de los lugares comunes responde a una necesidad muy humana, buscar el calor del establo, pero también supone la pérdida del pensamiento crítico y autónomo. Fomentarlos, puede que nos consiga público en el que tenga eco nuestro discurso, pero también implica no tener discurso, alimentar el sustrato en el que crecerá el pensamiento único y en el que el transformador siempre estará condenado a la marginalidad.


1. LAMENTOS, LAMENTOS Y LAMENTOS


Primer ramillete de lugares comunes:
De dónde no hay no se puede sacar. A quien no quiere no se le puede dar. Los chicos de hoy no son como los de antes.

Que obviedad, pues claro que los chicos de hoy no son como los de antes, tampoco los adultos somos los de antes, ni la sociedad es la de antes. Nada es como antes.
Somos funcionarios públicos docentes. ¿Para qué nos pagan? ¿Para quién? ¿Para curar a los sanos? Mira que son raros estos padres nos traen a sus hijos enfermos y encima quiere que los curemos. Que se ocupen primero de curarlos en casa y que los traigan aquí en condiciones. ¿No es eso lo que quiere decir el lugar común? ¿Para quién nos pagan? Fundamentalmente para los enfermos, no para los que aprenderían igualmente sin nosotros, sino para aquellos que nos necesitan para aprender. Estamos en la función pública, si alguien tiene otra idea de público que se busque la vida en la privada. Nuestra tarea es enfrentarnos a la realidad que nos venga, la que sea, y ser de utilidad a esa realidad, cambiarla, mejorarla; y adaptar nuestros métodos a esa realidad, no esperar que ésta se adapte a ellos. No vale eso de que si la realidad no se ajusta a lo que yo espero de ella tanto peor para la realidad.

Segundo ramillete de lugares comunes:
La familia no colabora. Quiere meterse donde no es de su competencia. La sociedad destruye lo que nosotros construimos. Se ha perdido la autoridad del maestro.

Todo eso puede ser verdad. ¿Y qué? ¿A dónde nos ha de llevar eso, al repliegue, al lamento permanente, a persistir en nuestros errores o a la búsqueda de nuevas estrategias? ¿Para qué nos pagan? Por cierto, ¿Cuántos de los que así hablan son padres o madres? ¿Cuántos lo somos? ¿Somos familia? Pero nosotros lo hacemos bien como familia, ¿verdad? o… ¿somos juez y parte?
¿Se ha perdido la autoridad del maestro? ¿Y qué autoridad no se ha perdido? ¿Qué pensamos y decimos nosotros de los médicos, de los curas, de los obispos, de los jueces, de los políticos, de nuestros jefes? ¿Quién ve en televisión, incluso en familia, el Diario de Patricia, Aquí hay tomate, Caiga quien caiga, el Intermedio, Los Simpsoms, Padre de Familia…? (apunto, a mí me gustan algunos de esos programas citados, otros los detesto ferozmente) ¿En qué campana de cristal queremos conservar al maestro? ¿Queremos detener la máquina del tiempo sólo para conservar la autoridad del maestro? ¿No será que también nosotros hemos colaborado a erosionar esa autoridad, no será que no vale el mismo modelo de autoridad?

Tercer ramillete de lugares comunes:
Los políticos están destruyendo la educación. No saben o son unos teóricos que no han pisado un aula en su vida o unos desertores de la tiza que no quieren volver a ella. El sistema educativo se ha convertido en un campo de enfrentamiento político y no paran de cambiarlo.
¿Cambia permanentemente el sistema educativo? ¿Qué ha cambiado? ¿La forma de organizarse el profesorado? ¿La división en edades? ¿La forma de trabajar dentro del aula? ¿Algunos papeles, algunos términos? ¿Qué caso hemos hecho de ellos? ¿Está cambiando permanentemente el sistema educativo? ¿La inutilidad manifiesta de muchos políticos es la causa de nuestra inutilidad? Puede resultar obvia la inutilidad de muchos de los políticos que gestionan la educación, pero, ¿suprime eso nuestra cuota de responsabilidad? ¿Quienes son los protagonistas últimos de buena parte de la toma de decisiones?


Dos conclusiones teóricas:

1. Todo lo anterior es un proceso de externalización de las responsabilidades.
Cada vez hablamos menos de nuestras responsabilidades en el proceso educativo. Por supuesto que otras instancias también las tienen, pero, ¿y las nuestras? Somos nosotros los asalariados para ello. No podemos utilizar todo eso para escurrir el bulto, para justificar nuestros fracasos. El dolor de la lucidez existe, pero es necesario elegir entre esa lucidez dolorosa o la ignorancia feliz (y estúpida, con perdón). Rehuir nuestras responsabilidades es degradarnos como profesionales y como personas, rebajar nuestra autoridad moral y disminuir nuestra peligrosidad para el poder, sólo lo seremos para el público.

2. Funciona una ideología del experto.
Nosotros somos los expertos. La escuela es nuestra, somos los profesionales, los únicos que sabemos qué corresponde hacer. Nos apropiamos primero de ella, nos blindamos teóricamente, echamos el cierre institucional y después nos sentimos asediados. La escuela como la realidad es poliédrica, tiene muchas caras que no controlamos, ocurre como el cuento oriental del elefante, todos necesitamos de todos, con humildad y apertura. Sabiendo cada uno cual es su papel pero abiertos a la interpelación y las propuestas.


Un ramillete de consejos:

 No mezclar, si es posible, el trabajo en la escuela con los problemas laborales, sindicales. No rebajar el trabajo buscando excusas: “La administración no nos escucha”, “los padres tal…” “Los niños cual…”
 No justificarse con la gente que lo hace mal y siempre se queja y victimiza.
 Abrir la escuela, cuantos más personas aporten, más crecerá y educará.
 En el sitio más inhóspito una persona marca la diferencia.

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