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lunes, 23 de mayo de 2011

ELOGIO DEL PERDEDOR


No se trata de la necesidad de buscar un consuelo, ni del elogio de cualquier perdedor. La derrota por sí misma no tiene valor, ni lo tiene el perdedor por el mero hecho de serlo, sí lo tienen algunos perdedores por su manera de afrontar la derrota que es tanto como decir la vida. Vivimos en una cultura en la que se ensalza con desmesura al triunfador, en la que lo único que interesa es la victoria, todo lo demás ha de ser conducido al olvido, al baúl del fracaso, despreciado, no tenido en cuenta. La historia la escriben los vencedores, ¿Pero también la hacen ellos?

Victoria se asocia a poder, pero este es, por naturaleza, conservador, los cambios vienen dados no por su iniciativa altruista sino como consecuencia de la presión de la sociedad, sólo cuando esta incorpora un comportamiento el poder hace bandera de él. La sociedad es también conservadora y las organizaciones que pretenden alcanzar ese poder, necesariamente edulcoran su discurso, lo trivializan e intentan mimetizar su comportamiento con los usos más vulgares y simplistas. De vez en cuando la sociedad se siente sacudida por un movimiento y se ve impelida a unirse a él. Y a veces también estas sacudidas afectan al poder y este se ve forzado a incorporar parte de esas demandas. A veces también es tomado por fuerzas transformadoras, pero la gloria dura poco, con el paso del tiempo las fuerzas se dedican a la mera conservación del poder y asistimos al mismo proceso de banalización del discurso y de mimesis del comportamiento. Incluso en esos momentos de éxtasis el verdadero derrotado es perdedor en su propia victoria.

Los grandes ideales, las ideas que hacen avanzar una sociedad son pronto dejadas caer por ese poder ya instalado y es necesario que alguien se ocupe de irlas recogiendo. Esos han de ser los perdedores. Las ideologías lo son de grandes titulares, son los que venden, los que generan publicidad, ahí se vende confrontación, antagonismo; mientras que la letra pequeña de esas ideologías, la que nadie lee, terminan asemejándose. Ideologías que van construyendo una letra pequeña semejante y es esta letra pequeña la que transforma de verdad una sociedad. Esta es la labor de los perdedores, no ceder en la batalla por el cambio de esa letra pequeña. Desde donde sea, en cualquier momento. Es la letra pequeña la que educa las actitudes, la que genera las convicciones y las dudas que hacen crecer el pensamiento, la que configura la ética y la moral necesarias para hacer avanzar la sociedad.

La historia no tiene un sentido lineal impulsado por una sola fuerza, sino zigzagueante como consecuencia de una multiplicidad de fuerzas enfrentadas empujando en diferentes sentidos. Hacia donde avanza solo lo puede dar la perspectiva histórica y es en esa perspectiva donde trabaja el perdedor, su campo natural de trabajo. La sociedad se trata de un carruaje tirado por los caballos del poder pero movido realmente por las innumerables fuerzas que se mueven en su interior y que retienen, empujan o hacen cambiar de dirección a esos caballos.

La historia la escriben los vencedores pero, quiero creer, que la hacen los perdedores, aquellos que alejados de la seducción del poder son capaces de alumbrar nuevas formas de organizarse y de relacionarse entre todos y que, lentamente, la sociedad va gestando. Aquellos que no temen quedar relegados una vez que han llegado, aquellos que siempre han de resultar incómodos y que, quizás imperceptiblemente, evitan que las instituciones, las organizaciones, el poder se instalen. Aquellos que acumulan derrotas y aún así libran las batallas por la necesidad de librarlas. Aquellos que viven de verdad la letra pequeña sabiendo que solo desde nuevas formas de relacionarse es posible construir una nueva sociedad. Aquellos cuya voz suena muy bajo pero no por ello dejan de alzarla. Una historia que quizás no veamos pero que estamos obligados a forjarla.

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