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martes, 19 de julio de 2011

LA BANALIDAD DEL MAL


Los jueces sabían que hubiera sido muy confortante poder creer que Eichmann era un monstruo… Lo más grave en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones jurídicas y de nuestros criterios morales, esta normalidad resultaba mucho más terrorífica que todas las atrocidades juntas, por cuanto implicaba que este nuevo tipo de delincuente… comete sus delitos en circunstancias que casi le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad.

La expresión banalidad del mal fue acuñada por Hannah Arendt (1906-1975), filósofa alemana de origen judío, en su libro Eichmann en Jerusalén. Karl Adolf Eichmann fue un Teniente Coronel de las SS nazi. Fue el responsable directo de la solución final, principalmente en Polonia, y de los transportes de deportados a los Campos de Concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Fue secuestrado en Argentina, donde se escondía bajo personalidad falsa, por agentes del Mossad israelí y llevado a Israel donde fue juzgado y ahorcado. En el libro, Arendt describe no solamente el desarrollo de las sesiones, sino que hace un análisis del «individuo Eichmann». Para Arendt, Eichmann no era el «monstruo», el «pozo de maldad» que era considerado por la mayor parte de la prensa. Los actos de Eichmann no eran disculpables, ni él inocente, pero estos actos no fueron realizados porque Eichmann estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio.

Sobre este análisis Arendt acuñó la expresión «banalidad del mal» para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes.

El análisis del libro va mucho más allá de un personaje histórico y de unas circunstancias excepcionales, esto es, precisamente, lo aterrador del mismo, es extensivo a individuos absolutamente vulgares y a circunstancias completamente ordinarias, tan ordinarios unos y otras que no podemos considerarnos exentos de un riesgo de deslizamiento hacia los mismos.

Mientras leía el texto no podía evitar la comparación con nuestra situación actual ¿Dónde encuentro los paralelismos?

Suspensión del juicio propio. La opinión está en los medios. La insistencia permanente de estereotipos y simplismos que alimentan pasiones y bajos instintos, carnaza para la fiera que podemos esconder, leña para la hoguera que nos encienda, batería para el clon que responda adecuadamente a los estímulos, nos lleva a guiarnos por clichés que a fuerza de repetidos llegamos a considerar verdaderos y atrapados en la supuesta objetividad de los mismos no percibimos el pensamiento dominante que esconden. Repetimos las mismas palabras y terminamos apresados en la misma ideología que disfraza bajo ropajes distintos nos hace vivir en la ilusión de la unión dentro de la diversidad. Lo que es el pensamiento común, compartido, no puede equivocarse. Se trata de la tranquilidad de sentirse dentro del rebaño.

No tuvo Eichmann ninguna necesidad de cerrar sus oídos a la voz de la conciencia, tal como se dijo en el juicio, no, no tuvo tal necesidad debido, no a que no tuviera conciencia, sino a que la conciencia hablaba con voz respetable, con la voz de la respetable sociedad que le rodeaba.

Esa respetabilidad del entorno lleva a la enajenación de la conciencia. La conducta de rebaño no la da la amplitud de la masa que me justifica, sino la actitud con la que yo me muevo dentro de ella. El rebaño puede ser de millones pero también puede estar formado por dos, baste con mi temor a disentir de la opinión dominante en él, con que el miedo a la soledad me pueda, con mi temor a trasgredir lo sacralizado, con la necesidad de moverme en base a los clichés dominantes para sentirme arropado en el rebaño y dentro del calor de su establo.

Este indignante cliché ya no se les daba desde arriba, era una frase hecha, tan carente de realidad como los clichés con los que la gente había vivido durante doce años; y casi se podía ver la “extraordinaria sensación de alivio” que proporcionaba al que la pronunciaba.

El alivio puede ser peligroso, la tensión puede ser sanadora. La clave es nuestra capacidad de disensión con nuestro entorno. La pregunta es si soy capaz de ello, si nunca llevo el paso cambiado con él, si soy incapaz de soportar la tensión que esto conlleva, si renuncio para ello a un pensamiento propio, a un juicio propio, al ejercicio de un discernimiento ético. La fiera se encuentra escondida en el cordero a la espera de recibir la orden. El cordero crece en el maniqueísmo, este no puede sobrevivir sin depredador y víctima, sin carnívoro y sin sangre, sin carnicería y chivos expiatorios.

En realidad, una de las lecciones que nos dio el proceso de Jerusalén fue que tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana.

Un ejército de ovejas transformado en alimañas prestas a la crueldad cuando esta parezca necesaria, porque la crueldad puede ser fácil (Experimento de Milgram y Experimento de la cárcel de Stanford) basta con sentir la voz respetable de nuestro entorno coreando el mordisco, no pensar y dejarse llevar, no pretender que nuestros ojos vean una realidad distinta a la del resto, elegir la victima propiciatoria (inmigrantes, gitanos, negros, asiáticos y pobres en general) y repetir un discurso a base de clichés que la culpabilice a ella y nos exima a nosotros. Donde no hay razonamiento solo tripas, no valen argumentos (La lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes); cuando se fomenta la visceralidad, se apela a los sentimientos más profundos, allá donde se confunden con facilidad juicios y prejuicios es posible revolver en un solo ser, a la espera del motivo desencadenante, a la bella y a la bestia, Apolo y Ares, nadie y todos. Podemos convertirnos en simples ecos de la barbarie. Escuchamos la barbarie sentados plácidamente, la repetimos como si fuera un acto menor, en eso consiste el espectáculo. Alimentados de sangre y casquería terminamos exigiendo sangre y casquería.


El fin justifica los medios. Lo acertado o no de las decisiones radica en el éxito, es la medida no solo de la elección correcta sino también de su moralidad. Pero el éxito propio también supone un fracaso ajeno y este fracaso ajeno también ha de utilizarse como medida del acierto. No hay éxito completo sin fracaso de la misma manera que no hay depredador sin pieza cazada y sin ostentación de la misma. Esta es la raíz de todo discurso más allá de las palabras que lo recubren y del pretendido sentido con el que se distrae y es también el principio que es necesario extirpar. Nos encontramos ante una sacralización del éxito que es a la vez una degradación del ser humano. El éxito no es gratuito, también tiene un coste, el de las renuncias que supone. Renuncias a sueldo. ¿A qué parte de nosotros renunciamos? A la del pensamiento propio, a la de la inteligencia, a la de los criterios éticos como guía de nuestra vida y con ellas a la bondad y a la misma espiritualidad aunque paseemos con exuberancia los estandartes de nuestras creencias. La renuncia a ser nosotros mismos, quizá un ser raro perdido entre clones, quizá un ser libre que camina en sentido contrario.

Deja que te maten, pero no cruces esa línea, dice una frase rabínica. El pensamiento dominante viene a decir, cruza las líneas que sean necesarias para alcanzar el éxito. El verdadero pensamiento contracultural plantea todo lo contrario, nunca traspases ciertas líneas para conseguir triunfar, la victoria es un arma envenenada si has de renunciar a ser tú mismo, la gloria un pesado fardo que terminará aplastándote. Este el pensamiento auténticamente subversivo y escandaloso: nunca traspases ciertos límites sea cual sea su recompensa, el mal es una opción y nunca es fútil, sus efectos no son intrascendentes, nuestras decisiones nunca son triviales. Derrota no es sinónimo de fracaso. Elige la derrota si el coste de la victoria afecta a tu dignidad. No dejes de pensar, no dejes de juzgar, no dejes de oponerte cuando las circunstancias lo exijan, no cierres los ojos a la realidad por muy incómoda que te sea, no dejes de valorar el papel que juegas en el escenario, no te dejes arrastrar por el sumidero hacia la cloaca de la normalidad cuando esta tiene el precio de algunas renuncias.


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