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domingo, 28 de agosto de 2011

PATRIA Y PATRIOTAS


Hablando de patria y de patriotas lo primero que se me viene a la memoría es la frase de Samuel Johnson según la cual "el patriotismo es el último refugio de los canallas.", lo que no quiere decir que todo patriota sea un canalla pero sí, quizá, que la proporción de ellos en ese grupo es mayor que en otros.

Cuando hablo de patriotas me da igual a qué patria se hace referencia. Me dan igual los de camisa azul y aguila imperial sobre el pecho que los valientes gudaris del tiro en la nuca. Sin pretender equipararlos sí pienso que hay una cosa en común, su escasa inteligencia aunque sean de C.I. alto.

¿Qué es toda patria sino un invento perecedero del hombre? Los sistemas de enseñanza nos hacen aprender historia pero no se preocupan de hacernos aprender de la historia. ¿Y qué nos enseña esa historia? Que el transcurrir del mundo es un ir y venir de patrias y un continuo remover fronteras, y es que mal que le pese a muchos la geografía no tiene escrito en su ADN quien es su propietario. Que no existe patria que hunda los cimientos de su historia en los orígenes del planeta, ni existe patria que esté destinada para la eternidad. Todas tienen un principio y todas tendrán un final, y en el camino cambiarán sus fronteras, aumentarán o disminuirán su territorio. Y, desgraciadamente, la historia también nos transmite una enseñanza, el absurdo de que esa ley del devenir casi siempre se realiza mediante la violencia, a costa de la sangre de sus habitantes.

La patria, generador de emociones primarias y encontradas, la patria que se vive como eterna, como fundamental, esa patria que tiempo atrás no fue y que más adelante dejará de ser y, a pesar de ello, el hombre seguirá; no será ese cambalache el que lo extinguirá, de serlo serán otros que hoy se ignoran, se viven como falsos o no se viven como urgentes. ¿Cómo podemos hacer absoluto lo relativo?

Me asustan y me aburren los patriotas y esa nueva manía contagiosa de "hacer patria" incluso allá donde nunca la ha habido; me hastían los nacionalismos sean del signo que sean (si es que los nacionalismos pueden tener signos diferentes se quieran colgar las etiquetas que quieran); me hartan sus mentiras, esa historia deformada para consumo masivo,; me asustan sus fanatismos, me empalagan sus símbolos. No daré mi vida por ningún himno y ninguna bandera, no ondearé ninguna, no me cubriré con ella. Ese trapo, sea bicolor, tricolor o estampado, convertido en una esencia, lo veo ridículo y peligroso.

Es por toda esa necedad por lo que veo un sinsentido que el hombre no haya aprendido a dirimir sus diferencias mediante el diálogo, a establecer soluciones reguladas previamente; por lo que veo una barbaridad que alguien esté dispuesto a saltarle la tapa de los sesos a otro en nombre de una nación, por lo que veo de una enorme tristeza que supuestos izquierdistas midan sus palabras para llegar a condenar tal barbarie. Esa tergiversación de las razones es para mí, sin más, una práctica fascista.

No hay más patria que el hombre de carne y hueso, ni más patriotismo que querer su bien, ni reconozco más compatriotas que los que así piensan y actúan hablen la lengua que hablen y hayan nacido donde hayan nacido. Es ley de la historia que surjan nuevas patrias que nunca antes existieron y que mueran otras que se creyeron eternas, sólo es de querer que por ese acto natural no mueran también sus ciudadanos. Ahora, en esta mi edad y en este mi momento, cuando me encuentro anclado en esta tierra de la que difícilmente saldré hacia otras aunque fuese de turismo, siento cada vez más que mi patria es el mundo, que soy su ciudadano, que se pueden trazar límites sobre los mapas pero no sobre los derechos del ser humano, que todo nacionalismo es incompatible con la lucidez, que lleva al provincianismo. Que es esto lo que pienso y lo que siempre he pensado y que lamento no haber tenido siempre el coraje para decirlo. Que sólo el internacionalismo abre las fronteras del espíritu y de la mente.





lunes, 22 de agosto de 2011

PAPANATISMO





Ya se ha hablado mucho de la financiación de la visita de Ratzinger – Benedicto XVI (tanto monta, monta tanto), así como del papel que las instituciones públicas deben asumir en un estado aconfesional y en concreto ante la visita de Benedicto XVI. No me voy a extender sobre el asunto, creo que quien me conozca y quien haya leído mis anteriores escritos podrá deducir sin problemas cual es mi posición ante estos asuntos. Quiero centrarme en torno a una palabra que invariablemente me ha venido a la cabeza al ver las imágenes de estos días: papanatismo. Es evidente la asociación un tanto malévola entre su sonoridad y los acontecimientos de estos días. Un papanatas es una persona simple, inocente o muy crédula. No puedo evitar pensar que la llamada Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) no ha sido sino una fábrica de papanatas. Pido disculpas a los que se sientan ofendidos. Estoy seguro de que entre esos miles de jóvenes que se han concentrado en Madrid, por supuesto habrá muchos que no lo sean (ojalá que sea una gran mayoría), me refiero con la idea a la intención en sí de la JMJ o al menos la sensación que de ella han vertido los medios de comunicación, especialmente los (muy) adictos a esa causa. El centro del evento no ha sido la juventud sino Benedicto XVI, es decir, J. Ratzinger. "Y tampoco llaméis padre a ninguno de vosotros sobre la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo” dice el evangelio de Mateo (Mateo 23:9). La Iglesia Católica, tan celosa ella en el cumplimiento de otros mucho menos explícitos, nunca ha tenido recato en saltarse a la torera este mandato. No solo no existe pudor en transgredirlo sobradamente en cantidad y calidad (no se habla del padre sino incluso del Santo Padre), sino que tampoco existe en erigir tras esa trasgresión, un ídolo. La Jornada de la Juventud ha sido la Jornada del Santo Padre. El centro de la celebración no parece haber sido el encuentro juvenil sino la visita del Papa. Este parece haber sido el acontecimiento ¿histórico?. Es a él al que se le ha rendido pleitesía institucional y popular. El pulso consistía en reunir el mayor número posible de jóvenes en torno al Papa. ¿Pero qué jóvenes? Se ha tratado de idolatría, de amor excesivo a una persona. Amor y excesivo son dos términos antagónicos, cuando es excesivo deja de ser amor. Se ha tratado de forjar fans, seguidores entusiastas de alguien. ¿Es esa la juventud que se pretende? El idólatra es un papanatas, el fan es un papanatas, es la inocencia y la credulidad lo que se busca, creyentes o crédulos, no creedores, en la diferenciación que hace Jorge Wagensberg (creedor sería el que exige todas las garantías que la realidad pueda ofrecer en un momento y lugar; crédulo, el que exige muy pocas, y creyente, el que no exige ninguna.). Invito a leer un artículo suyo sobre este tema.

No he podido evitar darle vuelas a esta idea mientras veía estos días la alegría desmesurada de multitud de jóvenes rodeando a unos pocos varones ensotanados que si trasmiten algo no es precisamente alegría. (“Como cadáveres pensaron vivir, de negro vistieron su cadáver; también en sus discursos huelo yo todavía el desagradable aroma de cámaras mortuorias.” F. Nietzsche. Así hablaba Zaratustra). ¿Qué les unía? ¿Dónde acabarán todos estos jóvenes el día de mañana? ¿De qué manera están configuradas sus cabezas? ¿Cómo están amuebladas? El acto de creer, como el de pensar, solo puede realizarse en soledad, no al calor del establo, no dejándose llevar por el rebaño. Estos días he visto la celebración del papanatismo aprovechando una debilidad de todo joven de ayer o de hoy, la facilidad para generar ídolos vivos o muertos. La idealización del personaje, su encumbramiento. Debilidad que aprovecha no solo la Iglesia Católica, sino los principales partidos políticos. En el fondo se trata de la misma pretensión esa insistencia en buscar la imagen de los jóvenes detrás de los líderes políticos (adultos) ondeando banderitas, aplaudiendo los énfasis en el discurso, coreando las consignas. La utilización de la juventud. Es la misma pretensión pero únicamente la iglesia puede llevar la estrategia hasta el extremo ya que lo hace en nombre de Dios. El ídolo es el representante de ese Dios en la Tierra y ante ese argumento no hay competición posible. Es en la práctica el dueño de Dios, pero esto es tema para otro momento.

Quizás en esto, como en la vida en general, es necesario, para alcanzar la madurez, seguir el pensamiento de Freud (por favor, entiéndase bien su sentido metafórico): matar al padre.



domingo, 14 de agosto de 2011

TENGO ESCLEROSIS MÚLTIPLE. SOY UN HOMBRE AFORTUNADO.


Tengo esclerosis múltiple. Soy un hombre afortunado. La asociación de estos dos términos puede parecer un disparate y así, sin más, efectivamente lo es. Tener esclerosis múltiple no es ninguna bendición, tampoco una maldición, es un suceso, sin más, de la propia naturaleza humana. Nadie hace nada para merecérselo, ni tampoco para no merecérselo, también hay que decirlo. Tengo esta enfermedad, que yo tenga claro, desde hace doce años, en ese tiempo he ido haciéndome, cada vez más, una persona dependiente, he tenido que ir renunciando, en buena parte, a la persona que fui, a actividades profesionales y domésticas que configuraban mi personalidad y daban sentido a mi vida. Renuncias que en su mayoría vives como partes de ti que te son arrancadas y que te obligan constantemente a resituarte en el mundo. Tu propio cuerpo se vuelve contra ti sin saber que le has hecho para ello. Afirmar lo anterior no deja de ser un sinsentido. Tú eres tu cuerpo y lo que eres o dejas de ser lo eres en la medida que lo es tu organismo. Quizás sea jodido pero es necesario admitir que yo no sería quien hoy soy sin la esclerosis múltiple. No puedo entenderme sin ella. Ella y yo somos uno. Quizás sería más adecuado decir “ella soy yo”. Recuerdo en este momento la frase de Ortega «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo», la esclerosis múltiple es una parte esencial de mi circunstancia, esa otra mitad de mi persona que para Ortega representa la realidad circundante. Este yo está formado por lo físico y por lo espiritual, y también por las personas que me rodean, me hacen y por el mapa de relaciones que establezco con ellas. Todo eso, no solo el yo que es llamado Jesús Mora, se encuentra afectado por la esclerosis, y es todo eso lo que debo salvar para salvarme yo.

En este proceso inacabado me he sentido golpeado en muchas ocasiones y he tenido que recuperar fuerzas con frecuencia para no sentirme noqueado, para no acabar tendido en la lona arrastrando conmigo a los míos. Tras esos golpes, esas amputaciones, tras la perspectiva presente ya de un futuro imprevisible, es evidente, no soy el mismo. Mi transformación no se limita a mis torpezas físicas, a las servidumbres que me impone, sino que es otra persona también diferente la que piensa y se relaciona con las demás. Es esta persona la que quiero salvar y es por ello por lo que tengo que salvar la circunstancia que la condiciona. Puede parecer que tu papel en la vida se va reduciendo hasta la inquietante nada. No es así, ahora te enfrentas a un reto mucho mayor, salir airoso del trance y desaparecidos los estorbos que nos impiden verlo, al mayor de la vida, quizás el único verdadero y que lo tendrás hasta la hora de morir: ser cada día mejor persona. Me siento satisfecho de haberme levantado aunque ahora me vea postrado en la cama y no quiero perder esa otra mirada que la enfermedad me ha hecho posible. Esa mirada hacia lo esencial de la vida, hacia las personas en su carnalidad y en su dolor pasando las grandes ideas a un segundo plano inevitablemente al servicio de ellas. No quiero perder esa realidad que parece haberme aportado algo más de sensibilidad, de ternura, de misericordia. Me siento satisfecho porque sé que todo esto no viene derivado forzosamente del padecimiento, sino que este también puede volverte más egoísta, más resentido, más violento, y sé que ese riesgo nunca desparecerá. Es por esto por lo que me siento afortunado, por haber esquivado, de momento, esos abismos.

Me siento afortunado porque sé que todo esto no hubiera podido lograrlo solo, por haber tenido y tener a mi lado a personas que me han ayudado y dado motivos para incorporarme, a personas en las que me he visto reflejado cuando ese yo que no me gustaba y temía se asomaba a mi exterior. Afortunado porque sé que esto no es sino un regalo de la vida, regalo que no encuentro razones para merecer pero que ellas, esas personas, insisten en querer hacerme creer que sí lo es. No sabes lo que te aguarda en la vida a la vuelta de cada esquina, soy afortunado por haberme podido rodear de personas que me han acompañado en cada tropiezo, que estaban conmigo cuando han llegado los sobresaltos, que me han ayudado a superar la turbación y el miedo. Afortunado porque llevado por una pequeña dosis de engreimiento puedo pensar que algo hice bien para estar así acompañado cuando llegó ese momento. Afortunado por tener muy cerca de mí a una mujer que se hizo una conmigo y sin la que la oscuridad hubiera continuado. Afortunado porque la vida me ha dado dos hijos por los que no me importa irme gastando si cada una de estas pérdidas suponen transferencias de energía y sabiduría para ellos.

Es por todo esto porque esa asociación estúpida que enuncié al principio no deja de tener su razón de ser. No doy gracias a la vida por haberme hecho cargar con la esclerosis múltiple, sí las doy por lo que me ha dado y por las fuerzas otorgadas para sobrellevar lo inevitable, porque a pesar del sufrimiento (nada encomiable en sí) me haya permitido descubrir a partir de él también el gozo y la belleza, así como un puntito de sabiduría.










sábado, 13 de agosto de 2011

CASANDRA Y LA EDUCACIÓN (1)


En mis cortos años en el CEP tuve la ocasión de elaborar un modesto y efímero periódico relacionado con la biblioteca, en él escribí una pequeña columna firmada por Casandra. El mito de Casandra siempre me ha seducido. Fue sacerdotisa de Apolo, con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, rechazó el amor del dios; éste, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos. No creo tener la facultad de la adivinación pero sí me he sentido siempre, no sólo en mis años de docencia, un poco Casandra en la medida en que mis análisis raramente han sido tenidos en cuenta, quizás porque, como me decía un amigo, lo que soy es (solo) un "tocapelotas". Recupero las seis breves columnas quizás porque el papel es perecedero pero el universo (de internet) es eterno e infinito.

No hay educación sin encuentro.

No hay educación si frente a frente están personas ficticias, simulacros de verdad. No hay encuentro si ambas partes andan escondidas entre máscaras. El proceso educativo lucha por penetrar el caparazón, a veces puede uno dudar si existe tal proceso educativo. No es posible ese proceso en el No Lugar en el que corremos el riesgo de ir convirtiendo nuestros centros. Que no nos afecte lo que allí pasa. Que el reloj corra deprisa. En el juego de apariencias la educación es humo que se disipa rápidamente al abrir las puertas. Es por eso por lo que se hace cada vez más necesario recuperar los lugares de encuentro verdaderos, aquellos donde las emociones entretejen lazos, donde uno puede manifestarse con la tranquilidad de no ser juzgado o prejuzgado, donde es posible iniciar redes de colaboración, donde caen las máscaras y se dejan salir las pasiones que contagian.

El no lugar

Un "no-lugar" es un término arquitectónico utilizado para designar esos lugares en donde no hay identidad, ni vínculos directos entre el que lo ocupa y el lugar mismo. Un espacio donde eres anónimo, donde nada te afecta.... generalmente se vincula mucho con los centros comerciales. ¿Corren el riesgo los centros educativos de derivar hacia ese tipo de espacios? ¿Qué identidad tenemos? ¿Cuál es su historia? ¿A quién importa? Una historia hecha a base de momentos de paso, de días que pueden prolongarse en años. ¿Qué vínculos? ¿Qué afectos? ¿Qué referencia suponen para nuestra vida cultural y emocional? No eres ya un simple número, ¿pero importa tu vida o se mantiene en la densa niebla del anonimato? ¿Caminamos hacia centros comerciales expendedores de créditos educativos? Trabajar las competencias no puede quedar reducido a un nuevo trámite administrativo que nada cambie. y, mientras tanto, las personas van y vienen, desarrollan gran parte de su vida allí y sólo están deseando olvidar. Salir de allí y olvidar, que suene el timbre, que me llegue la edad y olvidar. El no lugar.

¿INOCENTES O CULPABLES?

La realidad no nos satisface del todo. Incluso, a menudo, no nos satisface nada. El eterno descontento nos persigue, nos agobia, nos atrapa. ¿Y nosotros, que pintamos en esa realidad? La respuesta puede realizar un recorrido desde la ansiedad hasta el resentimiento, es el camino desde el sentimiento de culpabilidad hasta el de inocencia. Paralizados por el primero, desencantados por el segundo, los dos confluyen en un mismo diagnostico: inmadurez, la del niño que aterrado espera el castigo o la del que se perpetúa en la eterna inocencia, la tentación de la inocencia que siempre echa la culpa a otros. Los culpables siempre son ellos. ¿Y nosotros, pasmarotes al mando de oficiales ciegos, inútiles ante la realidad? Quizá la trampa estribe en la propia pregunta. No hemos cometido delito pero tampoco podemos negar nuestra participación en los hechos. Ni culpables ni inocentes, sí responsables. Esa es la madurez, asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponda, y saber que una persona, en cualquier lugar marca la diferencia, hace la realidad, en algún grado, diferente; y que el viaje de miles de kilómetros comienza con un solo paso, ese paso, grande o pequeño, en la dirección adecuada, que está a nuestro alcance y que solo nosotros somos responsables de haber dado o no.

CASANDRA Y LA EDUCACIÓN (2)

CASANDRA Y LA EDUCACIÓN (2)


EL PACTO

Es la palabra de moda, la segura panacea de todos nuestros males, la esperanza de un futuro mejor o la coartada para que todo siga igual. Tenemos los ojos puestos en ellos, con el sincero desencanto de la causa perdida o con cierta ironía hipócrita del que no espera nada pero del que tampoco desea nada. Se trata de la escenificación del autismo político predominante, la perfecta representación de un teatro del absurdo en la que no hay actores y espectadores sino que los papeles de una misma función se encuentran repartidos de igual manera entre la platea, el escenario y las bambalinas. Aplaudamos el melodrama y aplaudámonos a nosotros mismos. Pero cambiemos el foco y proyectemos su luz sobre otro tablado, el de nuestro lugar de trabajo, el de nuestro centro. ¿Cuál es nuestro pacto? Quizás el de “si tú me dejas en paz yo te dejo en paz a ti”, quizás el de “no hay nada que una más que el de un enemigo común” o el de “puesto que el ideal es imposible pongámonos de acuerdo en no acometer tampoco lo posible”, “puesto que nuestras opiniones son diferentes mejor no tocar las cosas”, el del lenguaje políticamente correcto, el de medir las palabras, el de guardarnos las disidencias. Es ahí donde percibimos lo complicado que es alcanzar acuerdos, lo renuentes que somos al diálogo, lo duro de los compromisos y las obligaciones. Es ahí donde nos hacemos conscientes de lo difícil que es un pacto y de lo reacios que somos a intentarlo. Para ser sinceros con nosotros mismos, no deberíamos hablar de pactos, sólo deberíamos hablar de componendas.

DE ANALFABETOS

¿A qué invitan nuestros centros? ¿de qué nos hablan sus paredes? ¿qué se respira en su entorno? ¿la educación planificada empieza y acaba en nuestra materia? ¿hay iniciativas más allá de esos cincuenta minutos? Es un centro, sí, ¿de qué? ¿Se trata de un entorno de aprendizaje rico? Lo sabemos, nuestros alumnos no tienen deseo por saber aquello que no saben. No tienen curiosidad. Lo sabemos, en las familias no siempre se cuida esa curiosidad. ¿La tenemos nosotros? ¿Qué leemos? ¿Por qué nos interesamos? ¿Qué hacemos en nuestro tiempo libre? ¿La transmitimos? ¿La contagiamos? ¿Es el centro un proyecto común o una mera suma de agregados? ¿Estamos un centro cultural, verdaderamente cultural o ante un mero centro expendedor de aprendizajes? ¿A qué nos aproximamos más? Horario de apertura y de cierre de la ventanilla; por favor, guarden su turno; guarden silencio, no se muevan, no piensen fuera de las horas establecidas ni más allá de las normas obligadas. No, no, no. ¡Qué bonita es la creatividad! ¿La estimulamos o nos estorba? ¡Qué linda la curiosidad... y cuanto incordia un niño curioso!

Se acabó hace años el analfabetismo, hoy el sistema educativo, los centros educativos, han de estar para algo más, corremos el riesgo de sacar en serie personal letrado, pero analfabeto funcional; personal instruido pero analfabeto cultural, personal enciclopédico pero analfabeto emocional. ¿Y nosotros?

CORINTIOS XIII Remake

(Un discurso pasado de moda)

Aunque domine todos los idiomas y tenga el don de la palabra, si me falta emoción, conocimiento y sinceridad en lo que digo no soy nada más que una campana que resuena sin parar.

Aunque controle las nuevas tecnologías y esté a la última en el software y el hardware más moderno, si no hay cercanía y humanidad en mi trato no soy sino una fría herramienta al servicio de los poderosos.

Aunque haya leído todos los libros, llenado mi currículum de títulos y de créditos, si mi sabiduría no nace de mi contacto con la realidad y de mi sensibilidad ante el dolor y el sufrimiento no soy sino un engolado patán que vive de la adulación y de la falsedad.

Aunque presuma de mi fe o de mi ideología, de la férrea defensa de mis valores, si no tengo ternura y capacidad de escucha y diálogo no soy sino una roca sorda a lo que a mi alrededor ocurre.

Aunque sea capaz de hacer las más bellas programaciones, hilar con soltura competencias, objetivos, contenidos, indicadores y criterios de evaluación si mi práctica no transmite pasión, no se interroga y no crea personas críticas, libres, comunicativas y solidarias, no pasarán de ser papeles pasto para las llamas.

Aunque pretenda dar lecciones desde la cátedra de mi grandeza si no tengo amor sólo es ostentación hueca que a nadie le sirve.

El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza de la verdad.

El amor nunca pasará. Las tecnologías quedarán desfasadas y perderán su razón de ser, callarán las lenguas y ya no servirá el saber más elevado, porque todo saber queda muy imperfecto. La ternura, la humanidad, la emoción, la sinceridad, el diálogo, el amor, en eso consiste el verdadero conocimiento y sabiduría, la que nunca dejara de ser necesaria.


CASANDRA Y LA EDUCACIÓN (1)

miércoles, 10 de agosto de 2011

TORMENTAS


Me gustaba observar en el filo del temor el batir del agua sobre el suelo, escuchar su repiquetear constante. Con la nariz pegada al cristal de la ventana y mis manos posadas en él me encontraba atrapado en esa magia de la naturaleza desbordada que yo contemplaba desde mi refugio. Eran especialmente emocionantes las tormentas nocturnas que muy frecuentemente se cargaban la luz de la casa dejándonos a oscuras durante importantes periodos de tiempo, en esa oscuridad, apenas contrarrestada a veces por la tímida luz de una vela sobre una palmatoria metálica que corríamos a buscar cuando llegaba el momento, me sentía saboreando el riesgo pero sintiéndome a salvo a la vez. En casa. La descarga del rayo iluminaba por unos segundos todos los rincones de la estancia y uno se estremecía temiendo ver aparecer algún viejo espectro conviviendo con nosotros. Inmediatamente, en una proporción exacta a la iluminación vertida, el trueno hacía temblar los cimientos de la casa y los débiles cimientos de un pequeño de ocho años, absorto ante el espectáculo, pegado al cristal de la ventana, temeroso de que esa furia desbordada fuera llegara a invadir por un instante el espacio de seguridad en el que se encontraba a salvo. Mi casa. La tormenta terminaba calmándose, el repiquetear del agua sobre el pavimento iba suavizando su fuerza hasta desaparecer, los rayos se iban alejando, los truenos terminaban por convertirse en meras parodias de aquellos que me estremecieron, la luz volvía y todos estábamos allí de nuevo, en el mismo punto en el que la tormenta nos sorprendió, recuperando el ritmo cotidiano y felices de estar en casa. Mi casa. A salvo, siempre a salvo.

Pero no.

La vida me ha hecho vivir muchas tormentas como aquellas de mi infancia que han ido perdiendo la magia al tiempo que han sido domesticadas y han terminado siendo vividas como algo ajeno a nosotros, como un suceso al que no merece la pena prestar nuestra atención. La casa se ha ido haciendo grande y fuerte, más poderosa que ellas, más resistente, capaz de un progresivo desencantamiento con el que pude tener la tentación de creer me pondría definitivamente a salvo.

Pero no. Nuevas tormentas aparecen en la vida, carentes de magia, crudamente reales, las que siempre te pillan a la intemperie, de las que no puedes huir, con las que tienes que aprender a convivir.

Una mañana cualquiera te despiertas en pleno aguacero, frágil, extraordinariamente frágil, a tus cuarenta años, y la casa no te protege. La naturaleza se ha vuelto extraordinariamente poderosa y parece haber tomado posesión de ti. Un trueno ensordecedor que te deja atontado, que no se acaba nunca, que has de llegar a cabalgar si quieres dominarlo y no convertirte en un títere de él. Cabalgar el trueno y encontrar también en él los momentos de ternura; adecuar su ensordecedor ruido a tu nuevo ritmo de vida para volver a escuchar las diferentes escalas de sonidos que la vida te ofrece, incluso aquellos otros que antes pasaban desapercibidos para ti. Cabalgar el relámpago para que te ilumine las zonas escondidas que desconocías que existieran. La tormenta te hace sentir débil, pero sólo en el centro de ella experimentas la verdadera fortaleza. Calado hasta los huesos, ebrio de penas, valoras todavía más los momentos de alegría. Cuando la luz vuelve y todos estamos allí de nuevo, en el mismo punto en el que la tormenta nos sorprendió y seguimos viviendo, y seguimos riendo, seguimos queriéndonos, a pesar de la tormenta.

Son peores las tormentas que desencadenas tú. Tú eres el rayo. Tú eres el trueno. Tú la furia de la naturaleza. La tormenta te estalla por dentro y los fragmentos de ti mismo se expanden y van fragmentando la realidad que te rodea y a los que en ella están. Y la luz no siempre vuelve, te despiertas en una penumbra que todo lo envuelve, y no sabes como recomponer el puzzle que deshiciste, como encontrar las piezas que has perdido, como dejar de llorar aunque las lágrimas se te hayan secado. Tu casa ya no es tu casa. No existe refugio en el que puedas esconderte de ti. Tú has sido el caballo desbocado que no has aprendido a cabalgar.

El tiempo ha continuado. Huele a tierra mojada. Un tenue arco iris se dibuja en el horizonte. Las nubes siguen ahí. Amenazan tormenta. Apoyado en el alfeizar de la ventana contemplas la vida pasar. Huele a tierra mojada. Un tenue arco iris se dibuja para ti en el horizonte.

viernes, 5 de agosto de 2011

LA POLÍTICA Y SUS ESTIGMAS


A veces creemos caminar en un sentido y realmente vamos hacia otro, pensamos que fomentamos algo muy diferente a lo que en verdad estamos construyendo. La contestación al ejercicio que se hace de la política se encuentra justificada. Uno puede estar legítimamente indignado. Esa indignación necesariamente se muestra a través de gestos y palabras, pero, realmente, ¿estamos diciendo lo que queremos decir? ¿Nos movemos y llamamos hacia donde queremos ir? Todos los políticos son iguales, cuando llegan al poder todos terminan haciendo lo mismo, la política es una actividad perversa, adulterada, rechazable. Me da miedo este discurso en la medida en que en él es fácil encontrarse coincidiendo en lugares comunes pensamientos muy diferentes, alentando estereotipos, reforzando formas de pensar muy peligrosas.

En el rechazo a la política mediante esos clichés he visto coincidir últimamente personas que creo se encuentran en las antípodas, unos indignados con tan poco en común como los del 15-M y Julio Iglesias. Ese rechazo viene de lejos, de la época franquista en el que política, problemas e intenciones perversas, se asociaba, sobre todo, a la izquierda. Lo que hacía el régimen no era política. Berlanga lo expresó muy bien en su película “La escopeta nacional”, creo que a través del Marqués de Leguineche o alguien de su parentela: “Yo soy apolítico, de derechas de toda la vida”. ¿A quien castiga realmente esta forma de pensar? Las mismas personas que detestan la política son las que en las urnas acuden sin problemas a votar derecha.

Se trata de una manera de pensar que determina claramente un ellos pecador y un nosotros inmaculado. El mero hecho de no pertenecer a un ellos es lo que parece justificarnos. Se trata, evidentemente, de un pensamiento maniqueísta en el que no hay matices, punto intermedio entre el bien y el mal. Un pensamiento enormemente simplista. Si abstraemos el comportamiento en sí de muchos políticos no es diferente de las ambiciones, de los enfrentamientos que podemos encontrar en el interior de la mayoría de las organizaciones sociales (sindicatos, ONGs, Iglesia, etc.): las guerras por el poder, el deseo de salir en la foto, el establecimiento de camarillas, el apego al poder y a sus privilegios por pequeños que estos sean… No es diferente de las triquiñuelas y falsedades que abundan en el común de los mortales a la hora de declarar a Hacienda, de las facturas sin IVA, del dinero negro, de los regalos para facilitar la promoción del producto, a las que rutinariamente estamos acostumbrados. No es diferente de las zancadillas que se producen en el lugar de trabajo, de la querencia por determinados puestos y el rechazo de otros, del deseo por trabajar poco y cobrar mucho, de lo que observamos y vivimos en el mundo laboral. El problema radica no en que los políticos sean diferentes al resto de los mortales sino en que unos y otros están hechos de la misma calaña, que la supuesta virtud de muchos no es resistir la tentación sino que, con rabia y envidia, no han llegado a ser tentados, la vida no les ha ofrecido la oportunidad. Todo esto no supone una exculpación de la “clase” política, no es un valor que políticos y pueblo sean uno, hayan crecido y se hayan formado en los mismos valores, la exigencia es que los políticos actúen de una manera diferente. La responsabilidad de un político no es solo gestionar la realidad, es también educar y hacerlo en los contravalores dominantes. Al menos de un político que pretenda transformar la realidad.

Ese pensamiento tiende también al aislamiento. No hay nada mejor para quedar limpios que lanzar la basura a otros, la basura que los estigmatice. Esa generalización, ese meter a todos en el mismo saco y a la cloaca con ellos, nos irá, si fuéramos mínimamente honestos con ese proceder, poco a poco dejando solos en la isla de la verdad. Hoy todas las personas dedicadas a la política, mañana todas las que piensan de una determinada manera, pasado las que tienen unas creencias, al otro las originarias de algún lugar, después las que ejercen una determinada profesión, y así ir reduciendo nuestro círculo cada vez más limpios, cada vez más solos, cada vez más puros. Cada vez más simples, cada vez más arbitrarios, cada vez más rechazables.

En esa generalización el “todos son iguales” que le acompaña, sencillamente no es verdad. No hay excepciones que confirmen la regla, las excepciones lo que hacen es confirmar que la regla está equivocada. Me cuesta creer que haya alguien tan decididamente ciego como para ser incapaz de encontrar alguna excepción. Existen, y son abundantes. No es cierto que todos se hayan hecho ricos, que hayan metido la mano en la caja común. No es cierto que todos miren únicamente por su propio interés. No es cierto que todos anden buscando aumentar sus privilegios. No es cierto que todos hayan perdido la sensibilidad necesaria como para mirar hacia los más necesitados. Equivocarse no es un estigma. Solo se equivoca quien tiene que decidir, quien no tiene que hacerlo puede estar libre de error, pero carente de mérito por ello. Es falsa esa generalización, como seguramente, en la sociedad, lo es cualquier otra.

El ejercicio de la política es hoy muy mejorable y uno no puede evitar el bochorno ante su espectáculo, pero siempre será muy necesaria. En esa exigencia de mejora lo verdaderamente imprescindible no es el rechazo de la política sino su reivindicación. Lo exigible a todos, a políticos y a todo ciudadano, es no dejar de ejercer la facultad de pensar y no hay pensamiento verdadero sin matices, sin complejidad, no dejarse llevar por los pensamientos y directrices de otros, no utilizar en la comunicación lugares comunes que introducen troyanos en la sociedad y en nuestra propia cabeza.