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sábado, 12 de mayo de 2012

UN DÍA EN LA VIDA DE TOBÍAS HELP


El día en el que murió su mujer quedó aterrorizado pues estaba convencido que no sería capaz de vivir sin ella, era consciente de que en las cosas de intendencia había sido un cero a la izquierda, había sido ella la que la que resolvía todos y cada uno de los problemas. Se sintió tremendamente asustado, una nulidad, el mundo se le hundió bajo sus pies, entonces le hizo la promesa de tenerla siempre presente y le rogó que por favor no le abandonara a su suerte.
Sus temores se confirmaron, aunque él no era del todo consciente del grado en el que su entorno se desmoronaba, cómo todo a su alrededor se ajaba y cómo él mismo se iba deteriorando a pasos agigantados.
Llevaba el pijama abrochado cojo cuando entró al aseo. Así lo había tenido toda la noche. Así lo tenía desde hace semanas pues se limitaba cada noche a entrárselo por la cabeza para evitar a sus torpes dedos el trabajo de andar uniendo botones y ojales.
 Orina en el váter y tira de la cadena. Coge el gastado cepillo de dientes y el vaso con señales de cal en sus paredes. Le tiemblan las manos mientras se cepilla torpemente la dentadura.
Salir de casa. La bata sobre el pijama, ten cuidado no te resfríes, las zapatillas. El niño de todos los días vuelve a reírse. Arrastra los pies. Coches, gente que va y viene. Alguien choca con él. Se tambalea. No ha podido verle la cara. Se apoya en la pared. Ruido. Zumbido en los oídos. Buenos días. No responde. Tropieza, está a punto de caer. Alguien le coge del brazo. Levanta la vista. ¿Quién es? Sonríe.
El dependiente de la tienda de ultramarinos le recuerda a su esposa. Que mujer tenía, como nos acordamos de ella. No había día que no nos hiciera reír. Sonríe. Una barra de pan. ¿Cómo la de todos los días? Como la de todos los días. Despliega la bolsa de tela que lleva y mete en ella el pan. Paga y sale del establecimiento.
¿Te apetece comer? Saca del frigorífico una pequeña cacerola desportillada y la coloca sobre la cocina de gas, en su interior lo que debe de ser un puré de verduras. Enciende el fuego y lo remueve con parsimonia. El ruido del borboteo de la comida. El alboroto de los niños de los vecinos a través del patio interior. Una estrecha mesa de formica contra la pared, se sienta frente a ella. Apoya la barra de pan contra su pecho y corta un pedazo. El sonido de la aguja del reloj. Inclinado sobre el plato sopa el puré. Bebe un poco de vino. Parte un trozo de chorizo. Mira hacia el frente, hacia la pared, mientras mastica. El sonido de un claxon llega desde la calle.
Sentado frente a la televisión, la cabeza caída sobre el pecho, duerme la siesta. En la pantalla una madre llora la marcha de casa de su hija. Una mosca pasea por su cara. La luz del exterior dibuja pequeños rectángulos sobre la pared. El péndulo del reloj oscila una y otra vez acompañando la banda sonora de la escena. En el televisor una señora pregunta y pregunta sin piedad. Tobias ronca. Sueña.
¿Te acuerdas? La tarde. Intenta deshacer el nudo de una bolsa con magdalenas ya endurecidas. Calienta un poco de leche, agrega algo de café soluble y moja en él una magdalena. Una gota de café con leche resbala por su barbilla, se limpia con la manga del batín. El receptor continúa encendido en el comedor, la cisterna le responde desde el cuarto de baño con su permanente correr de agua. El teléfono calla en el pasillo. El zumbido de la mosca transmite los mensajes de una habitación a otra.
Ella se impacienta. La cena. Calienta agua para una infusón, prepara unas galletas. La mosca ha encontrado un banquete en la mancha del brazo de un sofá. Campanadas. Espacio y tiempo para él solo, fundidos en una sola dimensión. La eternidad. El instante. Apaga el televisor. Apaga la luz del comedor. Orina. Apaga la luz del aseo. Apaga la luz del pasillo. Vuelve al dormitorio. Se quita el batín y lo deposita sobre una descalzadora. Se introduce en la cama. Buenas noches amor. Besa el rostro del cadaver momificado de su esposa, apaga la luz y se echa a dormir. 

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