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miércoles, 1 de agosto de 2012

POLÍTICOS



Ya es un lugar común en todas partes, en la barra de un bar, en los lugares de trabajo, en el puesto del Mercado, en un encuentro casual, en las redes sociales de Internet, en todo él, la condena a los políticos, la censura de su comportamiento, la culpabilización por la situación económica y social (en los informes del CIS la clase política y los partidos son considerados como el tercer problema de los españoles después del paro y la crisis económica), se les identifica directamente con la corrupción, son señalados como una casta aparte del común de los mortales y causantes de las penurias de estos.
Todo aquel que se maneje un poco por el ciberespacio habrá leído, recibido y, es posible que, mandado variopintos escritos y presentaciones poniendo a los políticos a caer de un burro. Como cualquier generalización es injusta ya que no toda persona que dedica su tiempo a la política puede meterse alegremente en el mismo saco vituperador ni, una vez dentro de él, pueden calificarse en el mismo grado, pero la realidad es la que es y no se puede obviar; el hundimiento de la clase política (ya la misma generación de este término es representativo de esa realidad), de los políticos, con más o menos motivos, con más o menos razón, amenaza seriamente con arrastrar consigo no solo a las personas en sí, sino que con ello degrada también la ocupación misma.  No nos engañemos, esa ocupación siempre será necesaria, necesaria y, en su esencia, loable, por lo que siempre habrá políticos, personas que dedicarán su tiempo a ella. Otra cuestión muy diferente es que sean necesarios este tipo de políticos.
Esa escorrentía producida por la estigmatización de la ocupación política amenaza con llevarse por delante algo más que el buen nombre de todas y cada una de las personas dedicadas a ese oficio, algo de mucha mayor importancia, con ser ya importante su derecho a la presunción de dignidad, amenaza con fagocitar los conceptos de política y democracia. Política es mucho más que una lucha limitada a intereses partidistas, que el paupérrimo esfuerzo intelectual puesto en marcha para triunfar en el mercado electoral, bienvenido sea que esto se pierda, pero política es mucho más, se trata de la preocupación por lo común, de valorar el quehacer por el bien común, la ocupación en favor de los demás, el denuedo puesto en ello. Política es la mirada solidaria allá donde estemos, es la manera de llevar a cabo nuestro trabajo, política es la visión de la vida que tenemos y que ponemos en evidencia en cada gesto que realizamos. Política es la obligación que, como ciudadanos, tenemos por vivir en sociedad, es un deber ineludible y un derecho al que no podemos renunciar, lo que da sentido a nuestro ser social. Se trata del peligro de agudizar la tendencia a la reclusión al espacio e interés privado como único objetivo en la vida. Es un coste que la sociedad no puede soportar y que los responsables de ello no tienen derecho a hacerle pagar.
Y está en juego también el mismo concepto de democracia, con la reflexión intelectual que él conlleva y la participación en la gestión de la comunidad que supone; se trata de una visión de la colectividad como ente vivo, dinámico, crítico y responsable. Nos arriesgamos a que la renuncia a esa responsabilidad sea la norma y que se propague el anhelo por un redentor que expulse a los “mercaderes” del templo y que piense y decida por nosotros. Es el terreno abonado para el populismo, para la banalidad y el sensacionalismo, para las soluciones simples y los discursos huecos, para la apelación a las vísceras y no al cerebro, para estimular las emociones más primitivas y menos complejas, para generalizar el desentendimiento de ese “lo común” en torno al cual fragua la comunidad.
Es eso lo que está en juego y lo que es necesario salvar y es la colaboración en ese salvamento lo que hay que exigir a ”los políticos”. No se trata exactamente de un harakiri lo que conlleva esta exigencia, pero sí requiere un grado de generosidad importante que puede y debe llevar en muchos casos a la renuncia personal. Generosidad, valentía e inteligencia en las reformas políticas que se deben abordar con profundidad llegando hasta la misma Constitución, sin el miedo, los intereses partidistas y la pobreza intelectual que han caracterizado los últimos años; generosidad, valentía e inteligencia en las reformas del propio sistema y organización de los partidos, liberándolos del dominio amordazante y empobrecedor del aparato en su pensar y actuar; generosidad, valentía e inteligencia en la exigencia de una ejemplaridad pública y privada, que conlleva la renuncia a tantos privilegios a menudo estúpidos e insultantes, y que debe ser abordada legalmente pero que debe también llevarse a cabo independientemente de su regulación legal. Todo político que no asuma la exigencia de esta ejemplaridad no tiene cabida en el espacio público y debería ser expulsado del mismo. El escándalo no está solo en su permanencia, sino en su refrendo electoral por los mismos votantes que al mismo tiempo denuestan la política.
He hablado de exigencia, pero ahora me limito a un ruego. Ruego ese esfuerzo, que no dudo que lo es, y apelo a esa generosidad y valentía que se supone debe tener cabida en todo servidor público, que haga posible la recuperación de la ilusión, confianza y esperanza en el trabajo político. Y apelo a la recuperación de la inteligencia que ha sido excluida del hecho político y de la que permanece acurrucada en el mismo. Ruego, por favor, una apuesta por el futuro y no por un mañana eternamente reincidente en los mismos errores del pasado y del presente, por muy beneficiosos para uno que pudieran parecer.

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