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martes, 17 de septiembre de 2013

LA UNIDAD


 
Es algo natural, también en toda familia llega un momento en el que alguno de sus miembros decide marcharse y resulta doloroso pero no se vive como un drama. El problema es cuando ese ansia de separación es debido a un conflicto interno sin el cual no se hubiera generado esa problemática. Ante esa situación pueden darse varias salidas, la primera negarse a resolver el conflicto y dejar marchar, cada una de las partes continuará culpabilizando a la otra y será necesario mucho tiempo para lograr cicatrizar la herida si es que se consigue. La segunda tirar de autoridad, decir que de allí no se mueve nadie y que digan lo que digan la familia no se rompe porque su unidad se encuentra por encima de todo. La familia no se rompe (por el momento) pero el conflicto continúa de igual manera que la convivencia continúa deteriorándose. La familia convertida en un ente sagrado y abstracto por encima de las personas que lo componen. Como podría decir Marcos, la familia está hecha para el hombre y no el hombre para la familia. Ésta no existe sin las personas que la componen y su libre y positiva convivencia. Pero hay un tercer intento de solución, tratar de resolver el conflicto que impide o dificulta la convivencia para que esta continúe. Quede bien claro que hasta ahora no he hablado de culpables, como tampoco he hablado de las consecuencias de esa ruptura para las partes, esta tercera fórmula habla de salvar la convivencia, es decir de relacionarse, de entenderse mutuamente, de compartir, de ayudarse, y también de hablar con franqueza, de escuchar los agravios, de corregir lo que cada parte deba corregir para mejorar y salvar la convivencia, y de olvidar. Y de tener la valentía y la inteligencia para cambiar lo que haya que cambiar.
Se  esgrime el término Unidad de España como si ésta fuera un ente sagrado y abstracto y la Unidad un concepto teológico. Un ente férreo que no puede romperse pero sí pueden hacerlo las personas que lo componen, que éstas están obligadas al sacrificio para mantenerlo intacto. No importa que éste se encuentre corroído por la carcoma mientras se mantenga entero y Uno. La Unidad no es un concepto teológico sino plenamente humano. España no es un ente sagrado sino un constructo también plenamente humano. Aducir su indivisibilidad y hacerlo de la manera y el tono en como se hace es agudizar su división, aunque se mantenga Una; es colaborar a su ruptura aunque se haga elevando el volumen de voz, levantando la barbilla y agarrando con los pulgares las trabillas de los pantalones. La unidad no se consigue escupiendo ese término a la cara del otro, la unidad se consigue salvando la convivencia y si esto no se hace esa unidad carece de sentido. Resulta paradójico que los que más énfasis ponen al hablar de la Unidad de España son al mismo tiempo los que más prejuicios tienen ante el otro y los que más dificultan esa convivencia, en concreto detestando y ridiculizando todo lo que sea representativo de lo catalán. Será difícil hacerles comprender que ellos forman parte del problema. ¿Están las responsabilidades del otro? Claro que sí, pero ese es el problema que ellos han de resolver y a cuya resolución nosotros debemos colaborar al menos no echando más leña al fuego.
¿Unidad? Por supuesto, lo deseo así. Admiro y me gusta Cataluña aunque difiera en muchos de los planteamientos que hoy ocupan las portadas de los periódicos, aunque no sea nacionalista y las banderas, todas, no sean para mí, en el fondo, nada más que trapos; aunque considere que el Estado, la nación, la bandera y el himno sólo están hechas para el hombre y no al revés; aunque crea que verter una pequeña gota de sangre por alguno de esos constructos sólo sea una estupidez y una tragedia. Una unidad alargando la mano, echandola al hombro y diciendo: sentémonos a hablar, y preguntando: ¿Cuál de las tres soluciones que cite al principio estás dispuesto a utilizar?

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