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jueves, 31 de octubre de 2013

CONFIESO QUE HE LLORADO

 
Crecí en una cultura que predicaba que la hombría se encontraba reñida con el llanto, ¡los hombres no lloran! decía. Mal lo tenía yo que desde siempre he sido un llorón. Con los años y los prejuicios había que esconderse cuando se derramaban lágrimas y es que era tan frecuente y es que he llorado por tantas cosas.

He llorado por empatía con el sufrimiento ajeno, he llorado por simple emoción, he llorado de dolor, pero también lo he hecho por pura rabia y cabreo conmigo mismo, de verme jugando un papel que no me gustaba haciendo pagar a otros, siempre débiles, indefensos, mi propia impotencia. Y no puedo decir que no lo sabía, sí lo sabia, mi yo desdoblado sabía hacia dónde iba a llegar, hacia donde quería llegar; lo que quería y lo que no. Y el coche se estrellaba hasta provocar el daño. He llorado de pura vergüenza, de pura impotencia.

He llorado de miedo, tantas veces. Era tan miedoso ese niño que fui. Cuando vino a mí está enfermedad que me acompaña, pegada a mí, amenazante, volví a llorar de miedo, como ese niño que fui, como un pequeño animal asustado.

He llorado y sigo llorando, pero no es cierta esa aserción: los hombres sí lloran. Lloro y reivindico el llanto. Llorar supone una liberación, una válvula de alivio de presión y una emoción a la que tenemos derecho y la necesidad de expresar.

Sigo llorando de dolor, el que me produce la visión y la conciencia del peso que supongo, de la carga que deposito sobre otros, de la aflicción que genero a mi alrededor.

Lloro de miedo, el mismo miedo a lo desconocido, a qué será de mí, a qué será de ellos. A la pesadilla que a veces me asalta, al enemigo que a veces me agrede y del que me tengo que defender con los ojos vendados.

Sigo llorando, pero también lo hago, afortunadamente, por alegría, por una sonrisa, por un perdón, por una caricia, por una presencia, por un testimonio.  Afortunadamente las lágrimas también masajean mi corazón.

Lloro y me limpio las lágrimas. Necesito llorar, demostrar que tras de mi supuesta fortaleza se esconde también un hombre débil, un hombre que ha ido perdiendo las corazas y que se muestra orgulloso de sus sensibilidad, de la humanidad que le baña y que es la única por la que puedo aspirar a corregir mis muchos defectos.

martes, 29 de octubre de 2013

MERECE LA PENA

Mucha pequeña gente en muchos pequeños lugares que hace muchas pequeñas cosas, puede cambiar el rostro del mundo

Aquello que haces y parece quedar reducido a la nada, merece la pena. La semilla que sembraste en cientos de personas sólo ha germinado en una, esa sola persona merece la pena. La realidad que pretendes cambiar no la cambiarás, aun así lo que haces merece la pena. Merece la pena porque haces lo que crees que debes hacer y ese testimonio dejará huella en otro y el suyo en otro y así sucesivamente, tu testimonio se perderá en el tiempo y tú no lo verás, pero merece la pena porque tú formaste parte de esa cadena de la que no intuyes su final, sin ti no hubiera podido ser. No te ilusiones, el ideal que quieres forjar no lo verás, pero merece la pena forjarlo. El tiempo en el que vives no es tu tiempo; tú eres una nimiedad en la existencia de la vida, la misma nimiedad que es tu tiempo en el tiempo de la vida, pero merece la pena actuar sobre él. La fuerza que tu ejerces parece disolverse en la nada pero merece la pena pues son muchas nadas las que construyen la historia, esa de la que no percibes su movimiento, esa que avanza y retrocede, esa que no descubres hacia donde se orienta, pero se mueve, pero avanza y lo sentirán aquellos que tú eres incapaz de imaginar porque se pierden en el mañana de todas las mañanas, por eso merece la pena. Merece la pena, porque tu vida es tu vida y sólo tú tienes derecho a ella para que al final de tus días no sientas que otros la vivieron por ti, por eso merece la pena.