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martes, 25 de febrero de 2014

LO PERSONAL ES POLÍTICO


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“Lo personal es político”, así decía un lema que popularizó el movimiento feminista de finales de los años sesenta del siglo pasado. Estas palabras pretendían poner de manifiesto por un lado una crítica al sistema político estructurado en torno al patriarcado dominante en la sociedad, y por otro resaltar el mundo de lo femenino y la mirada que este aporta a esa sociedad. No se trata sólo de que el varón ocupe los puestos principales de la pirámide política sino también que en base a ello primero se condenó a la mujer al ámbito doméstico y segundo se etiquetó como práctica política el mundo de lo público como antagónico al de lo privado y lo personal. Era una consigna para defender los grupos de autoconciencia de mujeres y que pretendía no sólo cuestionar la presencia o no de la mujer sino también los modos de hacer política.

Hay una cisura entre el mundo público y el privado, este segundo dedicado a la satisfacción de las tareas domésticas más banales, anónimas y meramente animales (el hogar, la mujer) y a las labores del oficio destinadas a alcanzar el sustento vital y, algo más allá, a desarrollar la avaricia. Frente a lo anterior está la esfera pública que se adorna con los colores inversos: libertad, excelencia heroica, distinción individual, elevada política, gloria pública, inmortalidad en el recuerdo (Javier Goma, Ejemplaridad pública) y ocupada preferentemente por el varón, de tal manera que la mujer que accede a ella ha de asumir, en buena manera, este planteamiento y distanciarse del ámbito privado. Esta fractura indica también dos formas de entender el concepto “política”, una, el más usual, el referido al mundo político, partidista, el de la llamada clase política; la otra referida a la construcción de la polis, de la comunidad formada por ciudadanos libres y la resolución de los problemas que plantea la convivencia colectiva. En esta segunda no hay clase política como tal, no hay planteamiento aristocrático sino democrático.

La primera, la predominante supone una externalización (traspaso a otras manos, utilizando un término económico) de la responsabilidad política, del cambio social. Hablamos sobre política (a lo sumo) pero no hacemos política. Estamos en una sociedad postmoderna, postideológica, en la que el discurso político no tiene nada que ver con el ámbito privado, personal. En discursos políticos opuestos se dan comportamientos similares en el ámbito laboral, familiar y social. ¿Qué papel se adopta ante la pobreza y la marginación, ante el sufrimiento ajeno, ante el machismo, ante el servicio público, ante los comportamientos cívicos, ante el tejido asociativo, ante el dinero? La respuesta real, la praxis, es similar. Podemos decir que es un planteamiento acomodaticio. Se exhibe como medalla el discurso político, la afiliación y la sintonía con una organización determinada, sin interrogarse por las exigencias personales que ese discurso debiera llevar. Lo político (partidista) no tiene que ver con lo personal. Hablar de política y no hacerlo de “lo personal” puede hacerse pasar por centrarse en lo importante pero pudiera ser que lo que se pretende realmente es eludir lo fundamental, aquello que nos conmueve y que nos puede desestabilizar.

¿La historia funciona así? Los cambios sociales fundamentales siempre se han dado primero en el terreno de lo social, cambios actitudinales, en las relaciones, en el pensamiento. Los cambios en las medidas políticas siempre se han producido con posterioridad a estas: la esclavitud no se erradica hasta que la sociedad no estuvo preparada para ello; del mismo modo que el papel de la mujer no fue dando pasos legales hasta que la sociedad no fue movida y removida por ellas, el sometimiento femenino no se sostenía ya ideológicamente; Los derechos de los homosexuales y la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo no hubiera sido posible en la sociedad extremadamente homófoba de hace décadas; de igual modo que las repúblicas, democracias y declaraciones de derechos no hubieran sido posibles sin el desmoronamiento de la institución monárquica, el crecimiento de otras clases sociales y el cambio de pensamiento y expectativas de estas clases; es el tema de la laicidad en sociedades que previamente se han ido alejando de la visión religiosa y de las instituciones de ese signo y es el advenimiento de la democracia en España, no es dádiva de nombres propios sino porque la sociedad de aquel tiempo no hubiera soportado plácidamente la continuación de una dictadura. Las decisiones políticas no se dan por anticipado a los cambios sociales, son los cambios sociales, a veces difícilmente perceptibles, los que fuerzan las decisiones políticas. Las fuerzas políticas mayoritarias no defienden los intereses de la minoría, los gobiernos nunca actuarán en contra de los intereses de la mayoría. Entendiendo interés como conveniencia que subjetivamente entiende esa mayoría, no como la que interpreta para ella una minoría.

Y viceversa, la actitud generalizada ante la emigración, ante la pobreza, la búsqueda de chivos expiatorios a los que culpabilizar de las penurias y las crisis, genera planteamientos populistas que asumen en mayor o menor grado las fuerzas políticas. Las mayores barbaridades no quedan reducidas a nombres propios sino que se extienden entre vecinos con los que se ha convivido, entre ciudadanos de un mismo país, entre seres humanos cuya única diferencia insalvable es el color de su piel, la pertenencia a otra etnia o a otro país.
 

Construimos la sociedad desde el compromiso personal, no solo desde las estructuras políticas. La política no es solo responsabilidad de una aristocracia, lo es de todos y en todos los ámbitos. Todo lo personal es político (como construcción de la polis). La sociedad se genera a partir de una red de socialización en la que el buen ejemplo genera testimonio, interroga, interpela, cuestiona y el malo justifica, acomoda, tiende a ser imitado. ¿Cómo se da el cambio en la forma de ver la vida? A partir de los cambios que de ello se van dando y se van contagiando. No es el discurso el que cambia, es la persona la que contagia. En esta sociedad desideologizada la palabra va perdiendo sentido y crédito, es el comportamiento el que no miente.

La manera en como yo desempeño mi labor profesional es política. Aquella en como me enfrento a los cambios legislativos es política. La forma en como actúo en la familia y los papeles que adopto (padre, esposo) es política. La manera en como gestiono mi economía también lo es. El tipo de lazos que establezco en mis redes sociales es política. La conversión o metanoia es política. Todo yo soy un agente político, de cambio social.

Si se me pregunta no sin cierta ironía si hemos de hacer examen de conciencia para ello yo responderé que sí. El examen de conciencia (utilizando ahora un término de origen religioso) forma parte del análisis político. En una sociedad desideologizada uno actúa ideológicamente sin ser consciente de la ideología bajo la cual actúa. Uno, en cualquier lugar, marca la diferencia, tiene la capacidad de intervenir de una manera propia que no tiene por qué ser idéntica a la de otro y tiene la responsabilidad y el derecho de ser consciente de las razones en base a las cuales actúa. ¿Cuál es la diferencia que hemos de marcar nosotros? Cuál está siendo nuestro actuar, nuestro aporte y cuál es el que queremos que sea. ¿Cuáles son las herramientas con las que podemos intervenir? Son las clásicas pero también las que hemos ido reduciendo al terreno estrictamente privado. ¿Es la ternura un arma política? ¿La misericordia, la caridad, la empatía, la solidaridad, la humildad, el respeto a la verdad, la autocrítica…? Sí, las grandes virtudes que hemos ido reduciendo a la mínima expresión o enterrándolas achacándoles una carga que las hacía contraproducentes en vez de limpiarlas del orín que podía haberse acumulado sobre ellas.

La política no es sólo un problema de gestión (tecnocracia), también tiene un componente educativo, una paideia, una pedagogía. La actitud de los políticos, para bien o para mal, deja más huella que sus palabras. Existe la responsabilidad de transmitir un mensaje ético-político. ¿Pero hay la intención de construir desde las fuerzas políticas un ethos y una moral públicas? ¿Creemos que es también responsabilidad de todos y cada uno de nosotros? La ética y la moral no es responsabilidad, patrimonio único de la iglesia. Rescatarla de este secuestro es necesario, es responsabilidad de las instituciones que pretenden transformar la sociedad. La sociedad se transforma, en primer lugar desde el cambio de mentalidad, sólo desde ahí la propia sociedad aceptará el cambio normativo y es en ese cambio en el que intervenimos todos, para corroborar el pensamiento dominante o para transformarlo, para subrayar la forma de vivir o para construir una nueva desde los aspectos más mínimos.