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viernes, 8 de agosto de 2014

COCTELERA


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Cualquier punto de apoyo es una apuesta en firme para la caída.
Intento levantarme. Resbalo. Caigo al suelo. Una vez más. De nuevo ha habido suerte, no me he hecho nada, solo un golpe y castigada de nuevo la confianza en mí mismo. Tumbado en el suelo soy incapaz de incorporarme, mis brazos y mis piernas son un objeto inútil. Al lado de la cama, encajonado entre la mesita de noche, el armario y la silla de ruedas, pienso. Tranquilo. ¿Cómo poder levantarme sin desencadenar la alarma? Siento. Estoy tan cansado.
En estos momentos, en la radio, la enésima víctima en Gaza. Pura estadística. Un nuevo cuerpo destrozado. ¿Quién lo cogerá en sus brazos? ¿Alguien lo cubrirá? No oigo nada de Siria. ¿Qué ocurrió con ellos? ¿Desapareció del mapa? ¿Acabó todo? ¿Pasó de moda? No se puede acumular tanta desgracia, no es soportable, no es vendible.
Mi cuerpo, moderadamente roto, busca el móvil encima de la mesita para poder llamar a mi hijo. Es tan humillante la escena. Caído, la orina se me escapa formando un charco a mi alrededor. El poder del padre se desvanece. ¿Es esta la imagen que se espera de mí? Pienso en el cuerpo destrozado de ese niño en Gaza. ¿De qué he de sentir lástima en mí? ¿Tengo derecho a ella?
En el periódico de hoy viene la foto de un descerebrado exhibiendo cinco cabezas cortadas al enemigo. Presiento que llevará a ese enemigo, toda su vida, dentro de él allá donde vaya. La epidemia del ébola se extiende y se sigue cobrando vidas, otro descerebrado francés, que también arrastrará toda su vida al enemigo bromea sobre el servicio que esta epidemia puede prestar a nuestra sociedad. 
Llamo a mi hijo que se encuentra durmiendo y que espero tenga su teléfono encendido. Afortunadamente así es y en pocos minutos se encuentra conmigo. Le pido que cierre la puerta. No es estampa agradable ver al padre caído y mojado en orina. El hombre que va desapareciendo en mí va apareciendo en él y, por tanto, es capaz de levantarme del suelo y depositarme en la cama. No puedo quedarme mojado y sucio como estoy. A partir de aquí le voy dando instrucciones, recuerdo los pasos que sigue mi mujer, no es la primera vez que me pasa algo así.
Una nueva muerta por violencia de género en nuestro país, hoy degollada, ayer se le levantó la tapa de los sesos. Se supone que ese espécimen criminal es de mi especie y de mi género, se supone que no tiene nada que ver conmigo y a pesar de eso me siento avergonzado.
Me gira para poder poner una toalla sobre la cama y bajo mí. Me despoja de los pantalones del pijama. Coge una palangana y la llena de agua caliente y jabón. Con una esponja me va limpiando el sexo y los muslos. Lo observo. Me pregunto qué se le estará pasando por la cabeza. Los papeles han sido cambiados demasiado pronto pero él desempeña el suyo con naturalidad, con una sorprendente naturalidad. Siento deseos de llorar, no sé si de tristeza o alegría, si de lamento por el estado en que me veo o de reconocimiento por la suerte que tengo dentro de él.
EE UU lanza unataque contra posiciones yihadistas en Irak. Jordi Pujol hace acto de contrición porque tiene demasiado dinero y no sabe qué hacer con él. Estela tiene 27 años y sufre un grado reconocido de dependencia del 85% debido a una parálisis cerebral de nacimiento. Los recortes en dependencia afectan a su día a día.
Limpio ya procede a secarme. Me pone la ropa interior y unos pantalones cortos. Le explico como se hace sin necesidad de incorporarme. Girándome hacia un lado y hacia otro me viste y retira la toalla que hay bajo mí. Listo para iniciar el día. ¿Ha ocurrido algo?
No sé qué pensar, no sé qué sentir. Todo se agita en mi interior como en una coctelera. A qué tengo derecho y a qué no. Cuál será el resultado de toda esa mezcla. ¿Qué será de mí? ¿Qué será de ellos? ¿Qué haré de ellos? Cuál será el producto de estas lágrimas.

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