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viernes, 9 de enero de 2015

LA CASTA


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¿Dónde empieza la casta? ¿Acaso forma uno parte de ella por el mero hecho de pasar a desempeñar una función política? ¿Puede uno usar esta generalización sin ponerle límites? ¿Puede usarla como nombre propio y colectivo a la vez, formado por un número ilimitado de nombres comunes sin utilizar los nombres propios e individuales? ¿Es posible manejarla sin matizarla constantemente? Se trata de una generalización simplista, barata, injusta y falsa. Una afirmación que forma parte del marketing electoral que se  lanza para ser rumiada por el votante y para que de esa manera surja su efecto, pero no para generar en el mismo la sana y siempre complicada costumbre de pensar, es fácil no tiene costes para uno pero sí beneficios; es un velo que se lanza alegremente sobre todos pero que no desvela nada, bajo él encontramos personas de las que de ninguna manera podemos decir que  forman una clase especial, sin mezclarse con los demás; fuera de ella sí podemos encontrar un tipo de personas destinadas desde antes a formar una clase especial sin llegar a mezclarse con los demás.
¿Qué se logra con ese apelativo? Su primer efecto perverso es estigmatizar la función política, estigmatización que debería volverse contra uno al intentar ejercerla. Estigma que tranquiliza y justifica de facto a quien permanece ajeno a la misma. Recupera la vieja idea del franquismo de la política como algo sucio. Todos deberíamos hacer como Franco, no meternos en política.
Es útil porque culpabiliza a terceros exculpándose uno. Uno queda fuera de ella por ser quien es y por estar donde está o no estar donde no debe. El viejo truco de marcar el límite, dentro y fuera, aquí dentro hay salvación fuera no existe. Nosotros y ellos, justos y pecadores. Nos exime del análisis político y personal, qué hacemos y cómo somos. Hacemos lo que debemos hacer y somos como debemos ser porque estamos donde debemos estar y con los que debemos estar. Quien forma parte de ella nunca piensa que está dentro. Se trata de un problema de espacio y de personas, ambas con una concepción maniquea según la cual hay unos señores malos, que hay que apartar, y que en cuanto se haya hecho así, se pondrán los buenos.
Colocar la etiqueta supone también externalizar la responsabilidad: La casta se forma por el comportamiento malévolo de determinadas personas. No es tan simple, la casta la genera también el comportamiento del pueblo. El mismo pueblo que encumbra y apedrea, el que se engancha a líderes y elude sus compromisos,  el que basa su visión de la vida en un permanente maniqueísmo: ellos y nosotros, los buenos y los malos, los con derecho y los sin derecho, los con y los sin. Ese pueblo que soportó una dictadura hasta su final. Un pueblo no pasa de ahí a ser demócrata.
Cuenta Bertolt Brecht en su libro Historias del señor Keuner la siguiente historia sobre un funcionario indispensable.
El señor K. oyó unos comentarios elogiosos a propósito de un
funcionario que tenía ya bastante antigüedad en su cargo y del que se decía
que, por su eficacia, resultaba indispensable.
—¿Qué significa eso de que es indispensable? —preguntó el señor K.
irritado.
—El servicio no funcionaría sin él —explicaron quienes le habían
ensalzado.
—¿Cómo puede ser un buen funcionario si el servicio no funciona sin él?
—preguntó el señor K.—. Ha tenido tiempo más que suficiente para organizar
el servicio de tal forma que su persona no sea indispensable. ¿En qué ocupa
entonces su tiempo? Yo mismo os lo diré: ¡en hacer chantaje!
La indispensabilidad del líder es, en gran medida, propiciada por él. En esa actitud se encuentra el germen que genera la casta. La casta es el insustituible, el que se aplaude a sí mismo. Aquel que se gusta agasajar constantemente por el elogio, todo lo contrario de la actitud del señor K.
Al enterarse de que sus antiguos pupilos le elogiaban, comentó el señor K.: 
-Cuando los discípulos ya hace tiempo que olvidaron los errores de su maestro, éste aún los recuerda.
La casta la fomenta el que promueve el aplauso como ritual y el que aplaude, el que se cree indispensable y el que se aferra a ese indispensable, el que excluye la duda como estrategia electoral y el que cree que pensar es no dudar, el que resguardado en su retórica organiza la vida social y política en dos estados, el de los cabecillas y el del vulgo. Nadie se encuentra a salvo de ese riesgo, pueden cambiar los usos y costumbres de la nueva casta pero no deja de ser una nueva clase especial destinada a no mezclarse con los demás o a hacerlo superficialmente con el único objetivo de mantener su estatus. Es esto lo que recoge Robert M. Pirsig, en su libro Lila El esnobismo social se vio sustituido por el esnobismo intelectual. Grupos de expertos, gabinetes estratégicos y fundaciones académicas asumieron el mando del país. Se bromeaba con  que el famoso ataque intelectual de Thorstein Veblen contra la sociedad victoriana, Teoría de la clase ociosa, debía pasar a llamarse Ocio de la clase teórica. Había surgido una nueva clase social: la clase de los teóricos, y se colocaba claramente, por encima de todas las castas precedentes
Otro elemento característico de la casta es la manipulación del lenguaje, se trata de decir lo que se quiere oír y silenciar lo que no se quiere, se trata de simplificar los términos. Recientemente Juan Carlos Monedero, en una entrevista, decía lo siguiente: Lo que pasa es que hablar del sistema capitalista previene a la gente y ya no escucha. ¿Qué necesidad tienes entonces de ...? Si el sentido común de una sociedad es neoliberal, ¿cómo luchas contra el sentido común? ¿A golpes?... Nosotros hemos buscado otras fórmulas. Y decimos lo mismo pero con otro lenguaje.
¿No es esta, de hecho, la más vieja estrategia del mercado electoral destinada a establecer el mundo de los electores y el de los elegidos que han de educar al primero para que responda adecuadamente a las pretensiones del segundo?
Se trata también del viejo cuento del lobo y los cabritillos : El lobo se marchó furioso, pero tampoco dijo nada, fue al molino metió la pata en un saco de harina y volvió a casa de los cabritos.
   ¡Tan! ¡Tan¡ Abrid hijos míos, que soy vuestra madre.
   Los cabritos gritaron:
   - Enséñanos primero la pata.
   El lobo levantó la pata y cuando vieron que era blanca, como la de su madre, abrieron la puerta.
Se trata de la vieja historia de esos cabritillos, incapaces ya de descubrir en qué están siendo engañados y agotados ya de su constante suceder. Pudiera ocurrir que se trate del lobo disfrazado de cabritillo que se come al lobo, pero, al fin y al cabo, lobo.
Conclusión y viceversa: el discurso no nos exime del riesgo de caer en la tentación de la casta, podremos cambiar sus formas pero ésta seguirá existiendo. Esta realidad puede descalificar al que la practica pero de ninguna de las maneras puede hacernos conformistas, al contrario, más críticos y exigentes con lo que se nos intenta vender y con nosotros mismos. No todo es casta pero también se puede caer en ella jugando a no serlo.

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