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viernes, 30 de octubre de 2015

SÍSIFO contra SÍSIFO



El Sísifo de la mitología griega es conocido por su castigo, el de empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, para que antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio, una y otra vez. Un mito que puede ilustrar a la perfección el absurdo de la vida humana como creía Albert Camus. Este podría así seguirlo intentando una y otra vez. Estoy convencido que habrá quien me diga que esa condena, en la realidad, sólo se encuentra impuesta a una parte, mayoritaria sí, de la humanidad mientras que una minoría sí es capaz de alcanzar la cima e instalarse en ella. Una mayoría condenada a la frustración y una minoría agasajada por la gloria, pero creo que es sólo la eterna división y lucha entre quienes aceptan una realidad y quienes la niegan emboscados en un endiosamiento que les hace negar que ellos sean Sísifo. Y lo son.

Podemos querer alcanzar un horizonte pero nunca podremos llegar e instalarnos en él, llegar a ese horizonte que anhelábamos es descubrir que ante nuestros ojos no hace sino abrirse uno nuevo y considerar que hemos llegado y que ya podemos detenernos, que ya alcanzamos nuestros máximos objetivos, no es sino silenciarnos una renuncia, la de seguir avanzando más y más y más. Recubrirnos de una pátina que creemos nos otorga grandeza y a la vez nos protege de la derrota, pero únicamente nos protege de nosotros mismos, de nuestra incapacidad para entender y asumir la realidad, para comprender que no sólo no hemos llegado sino que desde el mismo momento en el que nos detuvimos la roca comenzó a descender y con ella descendíamos nosotros alborozados por nuestro éxito sin advertir que, como el emperador, bajábamos ya desnudos.

Puede ser que ésta no sea la condena de una vida sino que sea la vida misma, asumir que somos lo que somos, parte minúscula de una existencia que nos sobrepasa y nos desborda, jugadores con bazas mayormente mediocres, sueño y pesadilla, actores muy secundarios de un teatro que no tiene fin, animales heterónomos con ansias y miedo de autonomía, que nos toque asumir que nunca alcanzaremos la cima y que la roca descenderá una y otra vez, pero que esa no es nuestra condena es nuestra vida, que los objetivos que nos marquemos únicamente serán perfectos en nuestra cabeza y que cuando alardeemos de su perfección fuera de ella nos habremos convertido en seres humanos temibles. Esta es la vida y pretender algo diferente es golpearse contra un muro. No tiene sentido la pesadumbre permanente como si alguien nos hubiera engatusado con una tierra prometida que luego nos ha decepcionado. No fuimos invitados a la vida, llegamos a ella sin más, pero sí somos invitados a vivirla. No se trata de festejar la existencia sin más porque empujar una y otra vez esa roca es duro, agota, y tenemos al menos el derecho de llegar a sentirnos cansados, de manifestarlo, de detenernos y sentarnos… para después recomenzar. Decía al principio que Albert Camus consideraba a Sísifo personificando el absurdo de la vida humana, pero Camus también concluye que «uno debe imaginar a Sísifo feliz», como si «la lucha de sí mismo hacia las alturas sea suficiente para llenar el corazón del hombre». Esa lucha y los compañeros y compañeras con los que junto a ellos la libramos.

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