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viernes, 20 de noviembre de 2015

SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR


http://www.ciudadseva.com/textos/novela/esp/unamuno/san_manuel_bueno_martir.htm

 
Uno de los libros que ha forjado mi manera de pensar es San Manuel Bueno, mártir de Miguel de Unamuno. Versa sobre el carácter intolerable de la verdad, o de lo que uno cree que es la verdad, para mucha gente y de cómo uno no debe cuestionar esta cosmovisión si quiere mantener la felicidad, la unanimidad de sentido, de esas personas. En una sociedad en la cual parece predominar el discurso sobre el ser, aunque ese discurso sea contradictorio con la práctica de la persona, uno no puede resquebrajar la manera de explicar la vida si esta otorga felicidad y equilibrio al otro, especialmente si ese otro podemos decir que nos muestra un testimonio de vida que a nosotros, por lo menos, nos da ejemplo y nos abre interrogantes.

La palabra explica pero también engaña, es una referencia pero no es suficiente para dar identidad, su dominio es la riqueza de unos pocos pero nunca puede bastar para subordinarnos a ellos. El discurso es aplaudido, coreado, por la masa y a menudo parece bastar para establecer la ejemplaridad pública del sujeto que lo pronuncia, no es necesario, incluso parece inadecuado, hurgar en la vida privada de ese sujeto. Mientras el discurso sea exquisito y válido para los intereses del grupo cada uno puede hacer con esa vida privada lo que quiera, el problema puede surgir cuando esa privacidad termina haciéndose pública y aparecen cuestiones que pueden perjudicar al grupo.

Y viceversa, a veces basta que el discurso no sea compartido para cebarnos en ello e intentar desmontarlo aunque difícilmente podamos achacar defecto alguno a esa persona. ¿Quién soy yo para cuestionar esa manera de explicarse la vida si le otorga sentido? Vivimos en una sociedad en la que el discurso es la capa de aceite que flota en el agua y que no termina de mezclarse con ella, es la grasa que flota sobre un líquido con el que nunca formará una mezcla, dando igual el tipo de grasa y el tipo de líquido que utilicemos. El discurso nos sirve, fundamentalmente, para sentirnos formando parte de un grupo y, por lo tanto, para sentirnos enfrentados a otro, dando igual la práctica vital que se tenga pues esta ni nos agregará ni nos expulsará de grupo alguno. Un discurso determinado no conlleva en la realidad una manera de vivir y, a menudo, aunque nos parezca sorprendente, una manera de vivir no siempre lleva consigo una determinada manera de pensar.

Lamentablemente en esta sociedad el discurso es más valorado que la práctica vital y esto no deja de encerrar una cierta visión clasista de la vida. El dominio del discurso se encuentra, fundamentalmente, en manos de la persona letrada, con estudios; poner el acento en el cambio de ese discurso frente al cambio de la práctica es mantener el ejercicio de esa visión clasista que a la vez encierra una importante trampa, la de apostar por lo fácil que no pone en cuestión nada de lo importante en la vida y que, en buena medida, cambia poco o nada manteniendo lo fundamental en ella. La persona con estudios, en esta sociedad, tiene mucho que enseñar y poco que aprender de aquellas humildes que no han avanzado en esos estudios, mientras que estas parece que tienen poco que enseñar y mucho que aprender. Aquello de lo que se pueda obtener una credencial a relacionar en el currículum resulta importante pero de nada sirve poder hacer referencia en este al hecho de ser buena persona, de tener empatía, ternura, caridad o, incluso, inocencia. Pienso que es importante saber decir, cuando es necesario, como Don Manuel: “Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarles. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían”. Se trata de poder decir con franqueza, "yo no soy nadie ante este derroche de humanidad y algunas palabras sobran".

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