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miércoles, 16 de diciembre de 2015

LA FELICIDAD


Tenía a mi alcance las condiciones necesarias para la felicidad y no era consciente de ello. La juventud, el reinado del ego es también el dominio de las pasiones y estas tienden a calmarse mediante la esperanza de alcanzar el objetivo deseado y a afligirse con los temores de que esto no pueda conseguirse. Para la felicidad la pasión resulta incompatible con la insatisfacción como elemento del carácter y quizá esto fue el lastre que me impidió esa felicidad. La pasión es vehemencia pero también sufrimiento, se trata de un estado que queremos permanente pero que así sólo nos lleva a la destrucción, es por tanto, vivida de este modo también incompatible con la felicidad pues esta tiende a ser considerada como un estado de euforia permanente algo que sólo nos lleva a la frustración. La felicidad está compuesta de momentos sencillos, casi frugales pero inmensos en esa su condición mínima, son alegrías temporales las que la alimentan y que en esa temporalidad llegan a convivir con la tristeza:
El big band que supone el nacimiento de un hijo.
El reposo de su cabeza en tu hombro mientras intentas calmarlo o dormirlo.
La saliva que queda en tu mejilla tras el beso.
El sonido de una voz inesperada y querida que conmueve tu rutinaria tranquilidad.
El rayo de sol por el que se desliza tu sueño y ante el que sólo tienes que abandonarte sin más.
El sentimiento de cariño percibido que te rodea y forma una coraza protectora contra el desaliento.
 El hacer del deshecho que te creías, las capacidades de ti que encuentras y casi desconocías, el poder profundo y cálido que te llega en el momento del descenso. El bien que todavía eres capaz de hacer.
La vuelta a la protección amorosa de la infancia con el cubrir de una manta, mediante el cuidado de mi cuerpo desnudo, con el abrigo protector a la hora de salir. El cuidado diario envuelto en cariño.
La recepción de una llamada inesperada, unas palabras de agradecimiento que crees inmerecidas, el encuentro inesperado de alguien que acumuló tu recuerdo aunque tú lo creyeras imposible, el homenaje también inesperado, también inmerecido, también liberador.
El momento de unas lágrimas producto de la emoción.
El contacto de unas manos, la percepción de mi cuerpo vivo.
La alegría natural de un ser querido a pesar del sufrimiento en el que le mueves.
Nunca recuerdo esos momentos asociados a la posesión, nada que compre, nunca a un regalo concreto sí al saber con ello que se piensa en ti.
Nunca al discurso también ortopédico que te viene de fuera, al juego de palabras que no dice nada de ti, no lo que he representado sino lo que he sido, siempre lo íntimo, lo cercano, al calor que percibes con ello.
Ahora, quizás un poco tarde, me doy cuenta de donde reside mi verdadera fortuna, de qué me ayuda a todo ello, de qué he de dar gracias a la vida, a pesar del dolor que me acompaña y de las lágrimas que conlleva, a pesar de mi prisión me siento libre, a pesar de mi alegría también siento la tristeza.
Hoy, sentado en mi silla de ruedas, me siento feliz.

martes, 1 de diciembre de 2015

ACLARACIONES AL “BUEN ENFERMO”



 
Mercedes Sosa, Todo cambia


Hace unos días escribí un texto, El sentido, que creo merece algunas aclaraciones y es que no siempre uno encuentra las palabras adecuadas. Quizá sea necesario establecer con claridad desde donde se escribe algo, en este caso se hace en primer lugar desde una segunda fase de la vida, ese momento en el que como dice Salvador Paniker uno se va desprendiendo de ego; en la primera parte uno se carga del mismo para hacerse un hueco en el mundo y en esa personalidad llena de ego los sueños y las expectativas han de estar al nivel de la misma, es lógico, no debe de ser de otra manera, mientras que en la segunda parte,  cuando uno vislumbra en el horizonte la decadencia física y la muerte, algo completamente natural y no por ello negativo, también es lógico que las ilusiones se empequeñezcan. El lenguaje siempre puede tener algo de paradójico, que una ilusión sea pequeña no tiene por qué significar una falta de grandeza pues lo pequeño y lo grande cambia dependiendo del momento de la vida en el que se esté pues la visión con la que se percibe también es diferente, siempre es posible la ilusión aunque las ilusiones se fijen en otras cosas, como siempre es posible la esperanza aunque esta se tenga en algo distinto.

El segundo lugar desde el que escribo es el profundo deterioro físico, y este es evidente e inevitablemente conlleva momentos de desánimo en los que la vida se oscurece. Lo valeroso no reside en que estos momentos no existan, eso sería sorprendente por no decir imposible. La visión de la vida también cambia del mismo modo que cambia la visión del futuro, incluso, me atrevería a decir, que cambia la visión del pasado. En ese cambio se generan sombras, cómo no han de generarse, sombras contra las que hay que luchar y contra las que una victoria ocasional no va a significar que no vuelvan a producirse alguna vez. Es en ese forcejeo en el que se produce la musculatura anímica necesaria para enfrentarse a los nubarrones que de vez en cuando llegarán.

Desprenderse de ego es caminar más ligero y hace posible descubrir un sentido de la vida que debería haber estado ahí desde siempre y que nunca dejará de estar sea cual sea nuestro estado físico, sea cual sea nuestra posición en el mundo, este sentido no es otro que el de ser mejor persona, sentido que está desapercibido mientras queremos comernos el mundo pero que valoramos cada vez más cuando el tiempo pasa y las dificultades de la vida se van haciendo presentes, es ahí donde hay que encajar cualquier otro fin como el de ser mejor enfermo. Es ese el papel que me ha tocado y el que debo hacer bien, es ese el testimonio a dejar a los que vengan detrás y puedan encontrarse en un aprieto semejante. Padecer una enfermedad no nos da patente de corso, es una realidad incontestable que vivenciar una enfermedad amarga a bastantes personas y que esta amargura amarga a su vez a las personas que tiene alrededor. Ser buen enfermo es mantener la alegría aún dentro de una tristeza inevitable, es mantener la esperanza sabiendo bien lo que podemos esperar de la vida, no una esperanza en cualquier cosa, alocada, con el riesgo  de vivir en una permanente montaña rusa generándonos ilusiones y desencantos después, de ser proclives al engaño, de necesitar salvadores aunque sean falsos; ser buen enfermo es ser sensible, empático, con el sufrimiento ajeno, es evitar la queja permanente, el lamento continuo y la necesidad de descargar en otro mi insatisfacción, es percibir nuestros errores, nuestros pecados y saber pedir perdón, es aceptar nuestra dependencia (dependencia que en alguna medida siempre habremos de tener) y darnos cuenta de las ayudas que recibimos y saber dar las gracias. Querer ser buen enfermo no supone falta de ánimo sino que es una toma de conciencia de la que es nuestra realidad primera y desde ahí a por todo lo que podamos teniendo claro que la enfermedad implica renuncias pero que también nos abre caminos que antes nos eran insospechados y que la grandeza no se encuentra en lo que creímos en un pasado, en la fama, la riqueza y el poder, sino en cuestiones que antes nos pudieron parecer pequeñeces. La felicidad no deja de estar a nuestro alcance, cambia sus registros pero nos puede acompañar ahora, incluso, más que antes.