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jueves, 25 de febrero de 2016

LA COMUNICACIÓN



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Asisto perplejo al circo que nos rodea en el que cada figurante realiza su propio simulacro de comunicación y lo he de reconocer, cada vez me importa menos; estoy convencido de que los cambios significativos a los que yo podré asistir en el periodo que representa mi vida, una vida más, una vida normal y corriente, una edad media sin pretensión alguna de romper esa barrera, si existen, seguramente pasarán desapercibidos para mi pues serán una acumulación de cambios mínimos, casi insignificantes, siempre frustrantes y que sólo desde la distancia, a largo plazo, quizá adquieran enjundia. Es por eso que creo no me merece la pena mantener mi atención sobre ese ejercicio de mediocridad al que asistimos, a todos se le llena la boca con la palabra diálogo y comunicación y todos, en mayor o menor grado, pretenden guardar un as en la manga que seguramente sólo es un naipe viejo y trucado, gastado por muy usado y con el que todos parecen creer que podrán engañar al otro. No se si se trata de un pasotismo que me envuelve o es la edad y mis circunstancias que me lleva a reorganizar la jerarquía de valores a los que hoy debo prestar atención. En sólo tres días he asistido a tres ejemplos de la vida de a pie, la de cada día, que me han puesto de manifiesto la enorme dificultad que tenemos para establecer esa comunicación. Han sido tres experiencias cercanas de las que ponen de manifiesto la realidad compleja, bella y dura a la vez del ser humano. Si nosotros no podemos qué sentido tiene creer que ese ejército de… no sé cómo calificarlos, hacedlo cada uno, son capaces de lograrlo. Lo que verdaderamente cambiará una historia es ese ejercicio constante de comunicación anónima, diaria y verdadera, empezando en nuestro círculo más cercano e íntimo.
Las palabras acercan y alejan, depende de cómo las utilizamos, pero sólo comunican las que llevan adheridas a sus signos, sean gráficos o fónicos, una semántica auténticamente vital, una carga de emociones y, sobre todo, un enorme cargamento de verdad. Es muy difícil la comunicación sin que a veces lleve palabras que hieren, aquellas que hacen daño y que a menudo callamos por temor. Temor a dañar al otro o temor a salir castigados nosotros y la consecuencia, a menudo, es el distanciamiento y es ahí donde casi siempre resultamos doloridos. No hay madurez sin aprender a aguantar el dolor y no hay relación madura sin que en su ir y venir se entremezcle la alegría y el dolor, la risa y el llanto. Comunicarse es hablar con sinceridad y sin miedo a ese dolor. El significado de las palabras no es único sino que depende de su contexto, de su entonación y de todo aquello que las acompaña. El acto de comunicación no puede detenerse si creemos que las emociones que hay sobre el tapete no son las adecuadas. Hay emociones que aportan un plus de sinceridad en ese acto y que ayudan a que la comprensión del otro sea más completa, del mismo modo que nos ayudan a crecer. Dialogar también es llorar y que las palabras nos salgan como en una catarata mientras el llanto nos recuerda o que nos salgan entrecortadas al tiempo que intentamos controlar los sollozos. Pero dialogar también es reír, dejar escapar las palabras al tiempo que las carcajadas, pero una risa sin soberbia y sin egolatría. La comunicación se produce cuando la risa que la acompaña se encuentra basada en nosotros mismos, somos nosotros los sufridores de la mismas y sus destinatarios. En ese intercambio de sonidos también hay que recalcar la importancia del silencio en la comunicación, del mismo modo que el silencio es fundamental en la música lo es en el diálogo para aportar significado y para, fundamentalmente, escuchar. No hay diálogo sin escucha, no hay diálogo sin silencios, parece que estamos siendo educados en un combate verbal en el que lo que verdaderamente importa es imponerse al contrario derrotando el argumento que creemos que el otro emite para eso es necesario interrumpir, adelantarse, el silencio y la escucha parecen de perdedores. Este es el teatro del ring al que asistimos en la televisión pero muchas veces es tán bien el que nos encontramos en nuestra sala de estar.
Pero la comunicación no ha de basarse únicamente en palabras también es conveniente que sea un diálogo corporal. No me refiero exactamente a una sexualidad genital, está expresa sí pero carece de matices y estos son los que han de acompañarnos siempre, hablemos, callemos o acariciemos. Es nuestra naturaleza animal la que ponemos en juego, absolutamente necesaria, si, pero insuficiente. Expresarnos corporalmente es saber responder a la llamada  la otra persona. El diálogo corporal, la comunicación que pretendemos hacer es la del abrazo cálido y firme, es la que besa cada una de las lágrimas que van cayendo, la que acaricia con las yemas de los dedos el cuerpo desnudo, en silencio, mientras la otra persona siente y escucha ese silencio, es la que también besa ese cuerpo desnudo mientras el otro va cicatrizando sus heridas. En este diálogo es indispensable la mirada cómplice, sanadora, saber escuchar con los ojos y también hablar con ellos.
Se trata de cambiar el mundo desde nuestro entorno más íntimo con el ejercicio del diálogo y al mismo tiempo cambiarnos a nosotros mismos.
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