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viernes, 22 de abril de 2016

LA CONDENA



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La condena es un principio no es un fin.
Albert Camus
“Probable enfermedad desmielinizante”. Así dictaba la condena que vino a desbaratar todos los planes, la que marcaba un antes y un después, la que te noquea y te hace andar trastabillando por el cuadrilátero. Así rezaba el informe de la resonancia magnética. De esto hace ya muchos años.
De ella, en un primer momento, te golpea el sustantivo, pero te agarras al adverbio para no caer. Se trata de una posibilidad verosímil y fundada, pero no una certeza. No fue mi caso, yo sabía demasiado. La esclerosis múltiple ya había visitado mi familia para quedarse en ella. Cuando la sentencia llega suena la campana, se te acabó el tiempo, se borran todos tus proyectos, llegaste al punto y final. Eso es lo que parecen decirte esas dos palabras. Y no es así, llegaste al punto y aparte, a partir de ahí no se abre el abismo, se abre el interrogante.
¿Pero no es el interrogante, en esos momentos, un abismo? La consulta, la confirmación, las miradas, las palabras que se eligen, los silencios, los gestos, la necesidad de agarrarse a la mínima.
Lo que hice y no volveré a hacer. Viajar, conocer otros paisajes, otras costumbres, otras culturas, otra gente, buscar los rincones, conducir. Pasear, a la mañana temprano, cuando todo está despertando y tú te sientes formando parte de un mundo que se da una nueva oportunidad; a la caída de la tarde, en el momento del encuentro, cuando la vida se ralentiza, el tiempo del ágora, el de uno mismo y el de todos, menos de ti. Andar, ese simple movimiento, un pie, otro pie, flexionar la rodilla, parar, girarse, todo aquello que hacemos sin pensar, de una manera automática, como si no fuera necesaria comunicación en nuestro sistema nervioso, como si todo se hiciese porque sí.
Lo que no hice y ya no podré hacer. Todos esos proyectos que aguardaban en la cartera como si siempre quedara tiempo para ellos, como si aplazarlos fuese una cuestión menor, siempre podremos encontrar un momento mejor, más propicio, para realizarlos, como si el mañana formara parte del presente, un presente continuo que no conoce límites.
Lo que siempre llevaré (cargaré) conmigo. Ese lastre, en el mejor de los casos, agarrado a mis piernas, el manojo de alfileres en cada una de las yemas de mis dedos, la nube en mi cabeza, la vejiga neurógena, la humedad, el miedo.
El que fui y ya no seré. Todos esos papeles que desempeñé y que iré poco a poco (o mucho a mucho) abandonando, aquello que me identificaba, por lo que yo me reconocía, por lo que ellos me reconocían. Abandonar “mi lugar” en el mundo, el que ocupaba y que consideraba reservado para mí. El que me hacía.
El que todavía soñaba y ya no seré. La posibilidad de soñar con un yo distinto del que me identificaba, la coartada para la justificación. De pronto desenmascarado, desenmascarado mi presente pero también mi pasado, la necesidad de reformular el engaño.
El cambio en la vida, en las rutinas, en la sociabilidad, en mí y en los demás. ¿Quién cambiará sus rutinas por mi causa? ¿En qué punto quedaré varado? ¿Cómo llenaré mi tiempo?
Decía que yo sabía ya demasiado como para agarrarme al adverbio, aquel diagnóstico no se trataba de una simple posibilidad, se trataba de la confirmación de una sospecha bien fundada en unos síntomas reconocibles: en primer lugar, una mitad del cuerpo dormida, una mitad exacta, como si hubieran trazado una eje rectilíneo a lo largo de mi tronco; en segundo lugar, una mano inoperante, insensible, extraña a mí. Fue recoger el informe y buscar lo que se esperaba encontrar, sobrevolar las líneas para encontrarlo: probable enfermedad desmielinizante.
Me sentí como un animalillo asustado, temblando, indefenso, a la espera del golpe definitivo, con la mirada extraviada en la profundidad de la nada, con la necesidad de llorar arrastrando con las lágrimas el miedo. La debilidad, la fragilidad, una caña quebradiza que la vida presiona con ambas manos, a punto de saltar.
La condena. La condena que parece haber sido dictada, la condena segura, el fin. Seguramente es inevitable sentirlo así en un primer momento, en el que no sirve de nada bracear salvo para precipitarte más hacia el fondo, en el que parece inevitable obviar una realidad: la esclerosis múltiple es un cajón de sastre en el que caben muchas realidades, unas en las que el cuerpo parece darte definitivamente la espalda, otras en las que solo el nombre te acompaña junto al interrogante, en las que uno y otro puedes llegar a olvidar. Entre medias la vida, la vida que continúa con más o menos obstáculos, con más o menos golpes, con más o menos sufrimiento. La vida, la misma vida, con tus obstáculos, con tus golpes, con tus sufrimientos, distintos, sin más, a los de otros. La vida que te reta y a la que es inevitable responder, tus obstáculos, tus golpes, tus sufrimientos, también tu respuesta.
Aceptar que nadie tiene la culpa, que no es un castigo, no es una condena, que la vida puede continuar.





martes, 19 de abril de 2016

TOCANDO FONDO


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Quizás huelgue decir que no todo ha sido un camino de rosas, que el sentirse afortunado se va descubriendo con el paso del tiempo y con el roturar que la vida va ejerciendo en él y que es con la respuesta ante la adversidad como uno descubre a la otra persona y se descubre a sí mismo. Solo termina produciendo fruto la tierra labrada, la tierra debe ser desmenuzada para que se adecúe al proceso de siembra, sólo la semilla que cae en tierra fértil da fruto y esa fertilidad puede ser mayor en la medida en que la vida ha ido abriendo surcos sobre ti y has sabido irte preparando para recoger el grano y dejarlo que germine. No nos engañemos, el labrado supone dolor y a veces mucho dolor, supone heridas y con ellas sangre, pero es cierto, soportar ese dolor, esas heridas, ese derramamiento de sangre hace que salgas fortalecido y hace que se fortalezca la relación de pareja. La enfermedad me llegó cuando la vida ya había trazado profundos surcos sobre mí, sobre nosotros. Quizás esperó a que estuviésemos maduros para soportarla, a que hubiésemos tocado fondo y hubiéramos sido capaces de volver a la superficie para tomar aire, que hubiéramos aprendido que la vida no es fácil y que nosotros no somos perfectos, que nuestra realidad es muy diferente a esa imagen idílica que nos pudimos forjar, que convivir con otra persona es también soportar a esa otra persona y transitar sus zonas oscuras y acompañarla en ellas, que convivir es errar y es aprender a perdonar para poder ser perdonado, descubrir la fragilidad de cada uno que sólo es parcialmente compensada apoyándose en el otro. Resulta triste que haya que experimentar el dolor para aprender ciertas cosas esenciales de la vida. El arco iris no es producto únicamente del sol es también necesaria la lluvia. Y ha llovido mucho y ha habido mucho dolor y nos hemos equivocado y nos hemos perdonado. Puede ser que la tierra se encontrara lo suficientemente desmenuzada para acoger una nueva semilla de dolor y hacer parir en ella un sustrato de felicidad desde el que sonreír y agradecer la propia vida.

http://akifrases.com/frases-imagenes/frase-porque-es-tocando-fondo-aunque-sea-en-la-amargura-y-la-degradacion-donde-uno-llega-a-saber-jose-luis-sampedro-140161.jpg

miércoles, 6 de abril de 2016

BESOS EN EL PAN





En mi infancia, cuando un pedazo de pan caía al suelo uno se agachada a recogerlo y antes de depositarlo en la mesa los besábamos. Más allá de su componente religioso se trataba de que España era un país pobre y el pan el alimento principal por su simbolismo, en ese sentido era un alimento sagrado, es decir, un alimento digno de veneración y respeto. Ese gesto era un gesto de humildad, el pan no se tiraba, era reconocer lo que había costado ganarlo, una manera de inclinar la cabeza ante él, ante lo que significaba, esfuerzo, sudor, tiempo, trabajo. Uno era uno más en el conglomerado social, sólo uno más y en el reconocimiento de los frutos que ese conglomerado generaba el pan ocupaba un puesto en la pirámide de lo más significativo. Así aprendimos de pequeños la importancia de tener pan y el trato que había que darle a este. Aquello que comíamos no era propiedad privada sin más sino que en ese momento lo teníamos pero éramos conscientes de que en otro momento, que no siempre dependía de nosotros, podíamos no tenerlo, sabíamos que en la sociedad de aquel momento, en la que las penurias abundaban nosotros éramos unos afortunados por tener esa comida que llevarnos a la boca. Es por eso por lo que, independientemente de su evidente componente religioso, al inicio de cada comida dábamos “gracias por los alimentos que íbamos a recibir”. La sociedad secular que en justicia ha luchado contra el pensamiento mágico y la abundante presencia de la sotanas se ha llevado consigo una cierta espiritualidad compatible con un pensamiento laico. En esa sociedad hemos crecido, nos hemos instalado y hemos perdido la percepción del coste que ha supuesto aquello que poseemos. El consumo se convirtió en un derecho y no hay nada que puede estar por encima de nosotros. Para aquellos que gozamos de una estabilidad con cierto acomodo por mucho que la critiquemos, en el fondo pensamos que la sociedad en sí es justa pues recompensa a quien se lo merece y castiga a quien no se lo gana. En esta sociedad la pobreza crece a nuestro alrededor y con ella, lógicamente, crecen las personas con dificultades para llevar una vida digna pero que centran su crítica más en las personas, responsables últimas del malestar social, que en el sistema en el que ese malestar se reproduce; el problema de esta sociedad de consumo es que todos nos creemos con derecho a ese consumo sin llegar a plantearnos hacia donde nos lleva ese barco. Somos el centro, manejamos un egocentrismo en el que todo empieza y acaba en nosotros. No tiene sentido agradecer a la vida pues todo lo que poseemos ha sido por ser ganado, es nuestro; el espacio que la vida nos cedió es nuestro y tenemos por ello el derecho de imponer las barreras que queramos; los bienes que hemos ido acumulando son nuestros, merecidos, que otros no los tengan no es nuestro problema; el lugar que ocupamos en la sociedad lo hemos alcanzado por méritos, el que nuestro punto de partida no haya sido el de otros no es algo a cuestionar siempre que miremos hacia abajo otra cosa bien diferente es cuando nuestra mirada se dirige hacia arriba.

No tengo nada que agradecer, es bueno que sea así pues me desprendí de ese lastre religioso en el que crecí, el egocentrismo y el egoísmo es bueno pues hace que la sociedad avance. El pan que se cae al suelo como todo aquello o aquel que se cae sólo ha de tener un destino: la basura. El futuro dirá qué ha de ser de nosotros.