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martes, 27 de septiembre de 2016

PREGUNTAS SOBRE TIEMPOS VERBALES





Futuro imperfecto
Cuando te sobreviene de golpe una circunstancia rotunda que amenaza con cambiar tu vida o lo que tú imaginas que puede ser tu vida en el futuro, una circunstancia como puede ser el diagnóstico de una enfermedad degenerativa, resulta inevitable preguntarse qué va a ser de ti en ese futuro, un futuro que uno viene a suponer inevitablemente como un futuro imperfecto lejos de esos sueños que se te desvanecen, sueños que difícilmente se corresponderán con la realidad con la que te vas a encontrar pero que la perspectiva de un tiempo por delante te permite mantenerlos ahí, un prometedor futuro que te pertenece y que sólo un revés de la vida te podrá arrebatar. Aquí está ese revés. ¿Cómo construyes ese futuro? Un tiempo que defines alrededor de unas palabras: limitado, dependiente, incapacitado, negro. Un cuerpo que te vuelve la espalda, una silla de ruedas que se convierte en tu compañera, una distancia que se aleja, un tiempo que empequeñece, un relato que te arrebata el protagonismo. Aceptas que en tu presente ese protagonismo has de disputarlo con múltiples circunstancias que de alguna manera te lo arrebatan, pero tu futuro es limpio, claro, es tuyo y tú lo diseñas como te sea más gratificante, no hay nada que lo entorpezca, salvo esa maldita realidad que hoy ha venido a complicártelo, arrebatándote los sueños y ese futuro que a partir de ahora solo lo puedes conjugar en imperfecto.

Presente
El tiempo pasa y los miedos se pueden confirmar o no. En el qué es de mí abrimos un abanico de respuestas múltiples en donde los miedos podemos haberlos ido olvidando en el transcurso de los años, qué necesidad estúpida de haber vivido asustado y haber renunciado a tantas cosas por puro y simple miedo, o se han podido confirmar los peores augurios. Un hoy en el que las piernas no te responden, las manos no te responden, el sexo no te responde, el habla no te responde, te has convertido en un objeto  inanimado siempre en manos de otra persona. Estás, eres, pero sin lugar en el mundo. No sólo no eres protagonista de tu propio relato, sino que te encuentras dentro de él encerrado entre paréntesis. El presente ya no es la amenaza de una realidad sino que puede ser la realidad en sí, una realidad que ha despejado nubarrones o que nos ha introducido en la tormenta. Presente abierto al futuro o cargado de largos mañanas.

Pretérito perfecto
Parecemos haber llegado al hoy arrastrados por las circunstancias, unas preguntas que nos superan, de las que somos meros espectadores, pero ese sujeto sin capacidad de respuesta no existe; la ausencia de respuesta es nuestra respuesta. La cobardía es esa respuesta, el rencor, la nulidad. Sea cual sea la realidad que se nos venga encima nuestra respuesta ante esa realidad importa y mucho. Siempre tenemos margen para la misma. Puede que no consiga modificar esa circunstancia pero sí tejera el yo que saldrá de la misma. Nosotros también formamos parte de la circunstancia, nuestra respuesta nos construye y también construye nuestro entorno. Este también se ve afectado por esa nueva realidad y tiene los ojos fijos en nosotros. No somos meros sujetos pacientes sino que sea cual sea nuestra actuación esta nos convierte en sujetos agente. Los demás dependen de nosotros y no tenemos derecho a arrastrarlos con nosotros por el sumidero. A veces la mejor solución es dejarse llevar y no encabezonarse en la resistencia, coger para uno lo bueno que esta nueva realidad pueda traer y abandonar lo malo con lo que venimos cargando desde antaño. La quietud puede ser nuestro mejor movimiento y el silencio nuestra mas significativa palabra, no poder hacer supone también que el tiempo se rinde ante nosotros, hemos dado un paso al lado y nos hemos salido del tiovivo en el que girábamos sin parar y esto nos permite observar el mundo desde una cierta distancia. Estamos en él y no estamos, formamos parte de él pero hemos sido colocados en el gallinero, pero también allí podemos elaborar nuestra respuesta. En el pasado nunca me sentí capaz de disfrutar plenamente del presente pues mi cabeza siempre estaba puesta en el después, hoy sólo hay presente y cada minúsculo detalle del mismo puede ser percibido y gozado si esto es posible. Tantas cosas pasaron por delante de mí sin que yo fijara la mirada en ellas, tantas personas me rodearon sin que yo valorará la categoría que tenían, hoy debería pedir perdón por esa ceguera y agradecer que aún en el gallinero me hayan descubierto, que aún con la inversión de tallas, ellos se agigantan y yo empequeñezco, me den la oportunidad de percibir mi error. Antes o después debería llegar el momento de preguntarme ¿qué he hecho de mi? ¿qué he hecho de mi entorno? Si las preguntas no surgen la responsabilidad sólo es nuestra. En algún momento de nuestra vida puede haber parecido que se nos arrebataba el protagonismo pero, de alguna manera, este siempre ha estado en nuestras manos.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

ELOGIO DEL LIBREPENSADOR



Cabe valorar si es posible hablar del acto de pensar sin que éste se realice en una situación de libertad, y cabe valorar si solo mediante el uso de la coacción es posible hablar de privación de esa situación, es decir, ¿podemos afirmar que esa privación es a menudo un acto voluntario? Considero que así es aunque se trate de un acto no consciente. Difícilmente alguien admite que su decisión está tomada más por motivos psicológicos que por la lógica y la razón. La ausencia de coacción puede resultar incómoda hasta tal punto que genere miedo a la misma, que uno no sepa qué hacer en ella. La solución a esa incertidumbre se busca en el sometimiento a una autoridad y en la conformidad a las normas y creencias de la sociedad que le rodea a uno de tal manera que todo esto determine qué pensar y cómo actuar. La superación del miedo sólo se consigue con un establo en el que pacer, un rebaño al que acompañar y un pastor al que obedecer. Esto supone el sometimiento a los dogmas impuestos y la actuación dentro de la ortodoxia; es decir, la fidelidad a la autoridad y el comportamiento dentro del grupo sin que uno pueda ser puesto en evidencia. La antítesis a esta tesis la podemos encontrar en el rechazo per se a toda norma que parezca provenir de esa autoridad y a todo comportamiento que parezca identificarnos con el grupo. Este comportamiento que parece emanciparnos con el orden original no deja de encerrar una contradicción y es la búsqueda, de igual manera que aquello que rechazamos, de la seguridad para huir de la incertidumbre, de un grupo con el que identificarnos (rebaño) y de una autoridad a la que someternos aunque esta no se encuentre personalizada (pastor). La verdadera emancipación solo la encontraremos en la complejidad de una síntesis en la que la seguridad nunca será absoluta pues tendremos que convivir con la incertidumbre. El librepensador es por naturaleza heterodoxo, se mueve fuera de las reglas del grupo y esto siempre resulta incómodo para este, por lo que el aparato que lo domina, sea de la naturaleza que sea, siempre tiende a excluirlo del mismo. El librepensador siempre será el chivo expiatorio ideal en la medida en que no hay mejor chivo expiatorio que la oveja descarriada. La iniciativa para la exclusión no tiene por qué partir de ese aparato, sino que se puede tratar de una necesidad del propio grupo que lo excluye y lo condena en la medida en que le resulta incómodo, necesita señalarlo pues en su comportamiento se sienten puestos en evidencia. Al aparato le interesa uniformizar pues de esta manera se le facilita el control, los miembros del grupo también desean esta uniformización pues de esta manera nadie les pone en cuestión ni les plantea interrogantes que no saben cómo responder sin que estas respuestas les desestabilicen.

Decir librepensador es decir valentía y fortaleza en igual medida que es decir soledad y conflicto. El librepensador piensa por sí mismo sin que sea la autoridad o el grupo el que lo haga por él. Al librepensador se le excluye pero su soledad no viene determinada únicamente por el grupo sino que es su propia forma de ser la que lo lleva hacia ella. Resulta imposible pensar por uno mismo si uno se encuentra arropado por el rebaño, el ruido que le rodea le impide hacerlo, del mismo modo que resulta imposible pensar por uno mismo sin generar conflicto allá donde se esté. No se puede ser librepensador sin asumir las situaciones de conflicto por lo que es necesario cierto grado de valentía en la medida en que o se tiene o hay que renunciar a ser uno mismo; de igual manera que no se puede ser sin cierto grado de fortaleza. La fragilidad puede hacer que uno se quiebre, los momentos de conflicto, el sentimiento de soledad, la duda permanente que genera la incertidumbre, la inseguridad que produce todo ello: ¿merece la pena vivir de esa manera? El librepensamiento no es garantía de verdad, es búsqueda pero no tanto encuentro, es esfuerzo y no comodidad. El librepensador es incómodo para el grupo y para uno mismo, pero es, a la vez, necesario; lamentablemente esto no es percibido por el aparato que lo rige. Un grupo social no avanza si sus ideas no se mueven. La tendencia del grupo es a mantenerlas intactas, inmóviles, sólo ese librepensador las hará mover si una parte, al menos, de ese grupo se encuentra receptiva. De no ser así la respuesta será el silencio, la crítica sólo se planteará, de hacerse, en la intimidad. El final será la decadencia; la renovación, de producirse, llegará exigida desde el exterior aunque el interior intentará resistirse a ella. En la dinámica social habitual podríamos decir: el librepensador ha muerto, Dios salve al librepensador, o hemos matado al librepensador, Dios lo guarde.




jueves, 8 de septiembre de 2016

MI PELUCHE



Hace años, durante la infancia de mi hijo pequeño, cada noche, yo pasaba a la habitación que compartía con su hermano mayor para desearles buenas noches y despedirme de ellos hasta el día siguiente. Cuando me acercaba a él se agarraba a mi mano derecha, la apretaba fuertemente para que no se escapara, y recostaba su cabeza sobre ella al tiempo que exclamaba cariñosamente “mi peluche”; yo aprovechaba un descuido suyo para retirar rápidamente la mano y él se lanzaba del nuevo a por ella, el peluche escapaba y él lo atrapaba de nuevo entre risas. Así una y otra vez hasta que yo le besaba de nuevo, me levantaba y me marchaba de la habitación. Este ritual se repetía todas las noches, para mí era un juego placentero que aguardaba y que me hacía retirarme con una sonrisa en la boca. Duró años, mi hijo crecía pero el ritual se mantenía. Fueron años de felicidad. Gran parte de la felicidad de ese tiempo siempre ha estado asociada a ese sentimiento tan primario de sentirme un peluche, el muñeco en el que buscar cobijo, donde encontrar una mezcla de placer y seguridad. Gestos que pertenecen a una edad y que tú sabes que es así, por eso te maravillas de cada día que pasa y ellos permanecen. Raro es el recuerdo que me queda de la infancia de los dos que no esté asociado al contacto, especialmente de aquel que surgió a iniciativa de ellos y en el que yo percibía la impagable sensación de ser querido. Es triste ser padre y no haber disfrutado de estos momentos.

Los años han transcurrido; aquellos gestos, lógicamente, quedaron atrás; mi cuerpo ya se bate en retirada, hace tiempo que dio esa batalla por perdida. Sentado en la silla ruedas aún así continúo añorando aquel gozo de sentirse peluche. Este cuerpo casi inanimado envidia los abrazos y los besos, fue en ellos donde comenzaron unas vidas y ojalá fuera en ellos donde finalice otra. Que gasto inútil de palabras el que hemos derramado, que derroche de vaciedades, que error tan mayúsculo aquello de lo que hicimos bandera. De qué hemos querido presumir si vemos que más adelante nos amenaza la soledad, si sólo nos queda transitar en el desierto a la búsqueda de un nuevo oasis en el que recuperar vida. De oasis en oasis, sabiendo que estos son siempre transitorios. Envejecemos, las palabras se agolpan en nuestra boca y sólo parecen generar fatiga en los demás. Dónde creemos que se encuentra lo importante, a qué aguardamos para percibirlo. Cómo volver a ser un peluche.

Placer y seguridad. Mis hijos se encuentran pendientes de mí mientras yo peleo con la comida. Esas manos que ayer fueron peluche hoy parecen trastos inútiles. Si ayer mi cercanía podía ofrecerles algo de seguridad, hoy es la suya la que me lo ofrece a mí. Me cogen el cubierto para atrapar ellos ese resto de comida que se me resiste, luego lo acercan a mi boca. Qué pocas cosas podría yo hacer hoy solo. Resulta triste y a la vez placentero, se trata de un sabor agridulce, la vida que se te desmorona y a la vez ellos la van recogiendo. El dolor de un futuro que asusta mirar y el pequeño placer de un presente en el que ves reflejado el peluche que fuiste. Lágrimas que caen entre sonrisas cuando levantas la mirada y contemplas a aquel niño que cogía tu mano hoy convertido en el hombre ante el que tú puedes exclamar con el mismo sentimiento: mi peluche.