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jueves, 19 de enero de 2017

Lectura y pensamiento





El último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (C.I.S.) recoge un dato fiel reflejo de nuestra realidad. El año 2015 casi el 40% de los españoles (cuatro de cada diez) no leyeron ningún libro. No se trata únicamente de señal de la progresiva pérdida de un hábito trasnochado, el libro, ese viejo objeto del culto para extraños seres de tiempos acelerados. Asumamos el cambio de los tiempos y con él asumamos también el cambio de formato. No nos referimos aquí al libro de papel o al electrónico, al texto impreso o al digital, nos referimos en primer lugar al hecho de la lectura amplia y tranquila que necesita unas actitudes y características cada vez más alejadas de las personas que estamos construyendo. Ese acto lector necesita realizarse bajo una serie de características: en soledad, en silencio, en quietud y con esfuerzo, se trata de un espacio de tiempo duradero, continuo y a pesar de lo aparentemente dicho, a realizar de forma activa, el acto de la lectura supone un diálogo en el que el lector no puede permanecer pasivo. La sociedad en la que nos movemos viene a ser la antítesis de este acto. El hombre de hoy tiende a huir de esa soledad que fácilmente se identifica con el aburrimiento. No estamos preparados para ese aburrimiento ni lo estamos para encontrarnos solos. Sinónimo aparente de esa soledad es el silencio, necesitamos el ruido a nuestro alrededor, la televisión ocupa un lugar central en nuestra casa y en nuestra vida, es uno más de la familia, no tiene sentido que un aparato de tal interés se mantenga apagado, es importante encenderlo desde el momento que nos encontramos allí y, en la medida de lo posible, sin que nos exija esfuerzo alguno pues su objetivo, no siempre declarado, no es este sino nuestro adocenamiento. Si al hecho de la soledad y silencio añadimos la quietud con lo que nos encontramos es el puro y simple aburrimiento, algo para lo que raramente estamos educados desde nuestra más tierna infancia. Esa sociedad acelerada o líquida no está construida para exigirnos esfuerzo, hemos pasado del texto continuo (el libro) al discontinuo (la Red), de la lectura prolongada de un texto a la lectura a salto de mata, aquí y allá. Esa Red nos aporta una capacidad nueva que hemos de desarrollar pero nunca a costa del sacrificio de nuestra capacidad lectora clásica. Estemos donde estemos, estemos ante lo que estemos, estemos como estemos, estemos con quien estemos, estemos activos que no quiere decir en movimiento. Que la opción de los entretenimientos pasivos no la convirtamos en un hábito, el hecho de la relajación ya es una decisión activa y el hecho de poner en off nuestra mente en algún momento en nuestra vida también ha de ser una decisión activa, consciente y puntual. La gran paradoja es creo que lo que llamamos animación lectora también va por caminos opuestos a ese acto lector. Nos encontramos fundamentalmente con actividades grupales, en movimiento, con alboroto la mayor parte de las veces y buscando la diversión. No es raro que después, cuando el niño se encuentra con el libro en las manos descubra que aquello no tiene nada que ver con lo que le hemos vendido.
Pero la perdida de esas capacidades va más allá del acto lector. Ese esfuerzo completamente personal, plenamente activo aunque no se perciba desde fuera actividad alguna, necesitado de un trabajo mental, no está poniendo en juego únicamente la acción lectora sino también el acto de pensar. Pensamos cuando nuestra mente está en on, siempre que establecemos un diálogo con la realidad, con nuestro exterior. Adocenarnos, sentir la incapacidad para encontrarnos en soledad y silencio, faltos de un ruido que impida que la información nos llegue con claridad, es algo bien representativo de la pérdida de la suprema capacidad humana, la del pensamiento. No se trata de grandes elaboraciones teóricas, seguramente hay muy poco por inventar y lo poco que haya no está a nuestro alcance. Se trata de sentir que nos encontramos en diálogo con la vida, que la rapidez que se nos impone desde fuera no nos impide detener el tiempo necesario para asumir la realidad en la que nos encontramos y descubrir nuestro lugar en ella. No buscamos grandes titulares, quizás sólo sea descubrir al otro, por pequeño que sea, y dialogar con su realidad. Se trata de cuestionarnos a nosotros mismos y estar siempre atentos a la lectura de la realidad que nos rodea, sea esa realidad en el formato que sea, incluido, por supuesto, un libro.

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