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viernes, 24 de marzo de 2017

LA ESPIRITUALIDAD, una paradoja existencial.



Los términos espíritu y espiritualidad fácilmente ponen en guardia a la mayor parte de la población, unos porque vienen de la experiencia de colonización religiosa en la cultura dominante y todo lo que suene la misma provoca una reacción negativa, y otros porque vienen de esa misma colonización y  por ello se sienten propietarios de esos términos y se genera en ellos un mecanismo de autodefensa al considerar un uso erróneo de los mismos. La palabra espíritu viene del latín spiritus, que significa aliento o respiro, es decir, aquello que da vida. Como todo termino su uso irá con el tiempo adaptando su significado a las nuevas realidades. Espíritu y espiritualidad no tiene por qué ver necesariamente con la religión. En filosofía el espíritu se entiende como la sustancia de los seres humanos, incluso el término puede referirse a una “espiritualidad atea” sin referencia a un ser superior o exterior a uno mismo. Del mismo modo no tiene por qué darse una oposición entre materia y espíritu; la práctica filosófica de origen oriental habla de la unidad de los opuestos entre ellos materia y espíritu, o interioridad y exterioridad. En cualquiera de los casos hay una esencia común en esa palabra, aquello que alienta la vida y da sentido a la misma, venga de donde venga y se quiera decir de donde se quiera decir. En ninguno de los casos la espiritualidad supone un abstraerse del mundo, un salir de él para no volver a entrar. La espiritualidad rodea la acción, va por delante de ella, se encuentra por debajo y por encima de todo paso y empuja a actuar en la vida. El ser espiritual no levita flotando por encima de la realidad sin mancharse con ella sino que siente la necesidad de intervenir en la misma.
La espiritualidad alienta la vida pero no la hace fácil en la medida en que supone una paradoja existencial, vivir en una aparente contradicción entre dos términos opuestos, en la que es necesario experimentar la tesis para después vivir la antítesis. Estamos ante una actitud que viene acompañada en buena medida de la soledad, con frecuencia nos sentiremos solos aunque estemos acompañados y a menudo tendremos que buscar esa soledad para poder encontrarnos con nosotros mismos, pero será una soledad buscada para después integrarnos más a fondo entre los demás, para sentirnos uno de ellos. Es necesario buscar la paz, el descanso, para después adentrarse en el conflicto. La vida es conflicto y es prácticamente imposible sobrevivir en ese conflicto sin encontrar una dosis de aliento en la paz. Es conveniente recrearse en el silencio para poder sobrevivir entre el ruido y encontrar en él la palabra adecuada. La vida es un ruido permanente, una perturbación que impide que la información llegue con claridad; difícilmente seremos capaces de interpretar de forma adecuada la realidad que nos rodea si no somos capaces que apartar ese ruido en algún momento; si nos dejamos arrastrar por la marejada aquello que digamos  será también ruido. Se trata disfrutar la quietud para poder activar el movimiento; en las encrucijadas de la vida es necesario detenerse un poco para elegir correctamente el camino; el movimiento continuo, sin paradas, nos convierte en autómatas dejándonos dirigir de forma condicionada por el poder; nada nos garantiza el acierto pero sí es casi seguro el error si las decisiones son tomadas siempre a la ligera. Se hace necesario elevarse hacia la trascendencia para poder aterrizar en la inmanencia; el pensamiento no puede tener límites, paredes que lo encierren; la trascendencia supone ir más allá de esos límites, superar las barreras impuestas, supone afrontar lo que es el Absoluto, aquello que nos supera; lo inmanente se hace más comprensible cuando lo observamos desde aquello que lo sobrepasa, no para huir de él sino para entenderlo en su totalidad, al menos, en su mayor parte; la realidad no acaba en nosotros, únicamente formamos parte de ella, esa convicción ha de hacernos saber que nuestro pensar es un ejercicio limitado y que ha de formar parte de él el esfuerzo por quebrar esos límites. Hay que practicar la introspección, el análisis riguroso de nuestros pensamientos, sentimientos y actos para poder comprender cabalmente el mundo externo; nuestra mirada al exterior siempre es subjetiva, la objetividad plena no existe sino que nosotros la modificamos en nuestro interior con nuestra mirada; analizar con rigor esa mirada nos hace comprender con mayor profundidad esa realidad; se trata de comprender y sentir esa realidad para poder actuar más acertadamente sobre ella. Ha de cuestionarse uno mismo para acentuar la sensibilidad ante el error ajeno y acrecentar la humildad propia; no estamos por encima de los demás ni por encima de nada de lo que existe a nuestro alrededor, debemos ser conscientes de que la posibilidad de error forma parte de nosotros y la duda siempre ha de ser nuestra compañera, es necesario rebajar la tentación de prepotencia y engreimiento, nada se cambiará adecuadamente con esas cualidades. La espiritualidad supone agradecimiento a ese absoluto, nuestra pequeñez justifica en mayor grado la exigencia de agradecimiento, somos mínimos y a la vez somos necesarios, nuestra aportación es pequeña y a la vez fundamental, el absoluto nos supera pero nosotros mismos ya somos el absoluto, esta paradoja sólo puede ser comprensible desde esa experiencia de ser todo y nada, lo último y lo primero, gratuito y necesario. Vivimos inmersos en una realidad de la que es necesario distanciarse de alguna manera para poder observarla de una forma desapasionada y hacerlo en su mayor parte; evitar todo  ese ruido que nos hace difícil comprenderla, así como el ruido interior que nos descoloca e impide ver aspectos que emocionalmente nos son incómodos. Lo que nos hace necesaria ésa espiritualidad es el Absoluto que nos rodea y que se encuentra muy por encima de nosotros y del que somos responsables. Un Absoluto que también encierra la paradoja: lo pequeño, lo mínimo, encierra ese Absoluto, esa totalidad, esa enormidad.

Ahora bien, qué sentido tiene ésa espiritualidad si no hay una práctica que dé razón de ella. El ir más allá se convierte en una regla de vida, no como algo obligatorio sino como aquello que sale de dentro; no hay una relación de tareas que nos limita y que no sobrepasaremos nunca. Es falsa la imagen de un ser “espiritual” que anda cargado siempre con esa lista y tiene la respuesta rápida de “eso a mí no me corresponde” o “mi tiempo de trabajo se ha acabado”, esto que puede tener sentido en algunas empresas privadas carece de él cuando hablamos del empleo público y, fundamentalmente, del funcionariado que se encuentra relacionado con el público. El reloj no ordena y manda, no hay espiritualidad posible en la que la persona no esté por delante de todo, especialmente cuando estamos hablando de los pequeños y  de los humildes. Vivimos en una sociedad que todo lo mide, que todo lo tasa, que nunca está dispuesta a dar más de lo que considera percibe, a ser posible siempre menos, esto es una muestra de inteligencia. Comprendo que este planteamiento puede ser polémico en algunos casos, pero la medición de todo no se limita a lo que es la jornada laboral sino que está presente las  24 horas del día y los 365 días del año, allá donde estemos prima nuestro individualismo, la sociedad está llena de individuos pero casi carece de ciudadanos. La espiritualidad no elude el conflicto cuando es necesario, no huye del riesgo, no se instala en la comodidad. No estamos hablando de valentía sino de responsabilidad. El ser espiritual no puede ignorar aquello en lo que cree si es severamente violentado y mucho más si en esa violencia alguna persona se encuentra afectada. Siempre tenemos la obligación moral de preguntarnos por las consecuencias de nuestras acciones. No podemos renunciar al pensamiento crítico e intentar quedarnos al margen como simples espectadores. No hay espiritualidad posible si lo que prima es la comodidad, no hay espiritualidad de sillón, sólo hay farsa. El ser espiritual es capaz de aguantar la soledad, el silencio, la quietud, e incluso la reclusión, es mejor sufrir una injusticia que cometerla, en esos momentos sólo la capacidad de trascendencia puede venir en nuestra ayuda. No hay dualidad entre cuerpo y espíritu, este último no se puede entender sin el primero pero los cambios que le afectan, incluido el dolor, aunque no dejarán de estar presentes, lo que vienen a plantear es la actitud a tomar, cómo responder a ellos y, si es preciso, cómo sobrevivir a los mismos. El ser espiritual nunca será fanático, siempre será crítico,  en su vida no existen los ídolos, ni siquiera el del poder o el del dinero. Esta actitud crítica lo convertirá en alguien incómodo a todo aparato e incomodo para él mismo en la medida en que se sentirá a la vez formando y no formando parte de él, sintiéndose familiar y extraño al mismo tiempo. Será esa espiritualidad la que le llevará a menudo a emplearse en causas perdidas cuando sienta que no puede permanecer impasible, que su pasividad le hará parecer cómplice y el testimonio que en ese momento ofrezca va más allá de sacar adelante, entonces, esa causa. La lucha interior que en él se produzca le forzará a dar un paso adelante; no habrá espiritualidad sin pelea interior, ese “aliento” le empuja a actuar pero no le calma. Se trata de una experiencia emocional  a la vez que intelectual, una experiencia muy especial que quien la ha vivido siempre la recordará como diferente, te remueve por dentro y te abre los ojos y las entendederas. Ser espiritual es ser abierto, libre, sensible, comprometido, crítico y decidido.



martes, 21 de marzo de 2017

Lo que el conflicto de los estibadores también pone de manifiesto




Debo reconocer en el principio que no domino en profundidad el asunto, sólo pretendo poner de manifiesto su complejidad, no únicamente la de este en concreto, utilizarlo no deja de ser un pretexto. Ahora, cada vez más, la realidad tiene múltiples ramificaciones que nos pueden pasar desapercibidas. Hace años cada problema podía estar perfectamente localizado, en aquel lugar parecía poder situarse nítidamente los protagonistas del mismo, las partes en conflicto. Si existían consecuencias asociadas al mismo o nos eran desconocidas o las percibíamos tan lejanas que no tenían por qué  ser tenidas en cuenta. El mundo en el que habitamos esto ya no es posible, podemos ignorar esas ramificaciones pero esa ignorancia no deja de ser un acto voluntario; si lo deseamos podemos seguir el hilo de las mismas hasta su final o, al menos, darnos cuenta de su complejidad tal que nos hace perdernos en esa ramificación.
Bruselas exige liberalizar la estiba, por esto el Tribunal de Justicia de la Unión Europea condenó el 11 de diciembre de 2014 a España por considerar que el régimen legal en que se desenvuelve el servicio portuario de manipulación de mercancías contraviene el artículo 49 Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea. Este régimen que castiga Bruselas obliga con carácter general a las empresas estibadoras que operan en los puertos de interés general españoles a inscribirse en una Sociedad Anónima de Gestión de Estibadores Portuarios (SAGEP) y, no permite recurrir al mercado para contratar su propio personal, ya sea de forma permanente o temporal, a menos que los trabajadores propuestos por la SAGEP no sean idóneos o sean insuficientes. El valor de la mercancía  que se mueve por los puertos españoles en exportaciones e importaciones alcanza el 20% del PIB. Junto a la importancia económica del sector de la estiba nos encontramos con que el citado tribunal falló en diciembre de 2014 una multa que ya acumula un importe de 21,5 millones de euros. Para intentar cumplir con esa sentencia el Consejo de ministros elaboró un Real Decreto Ley. La no reforma podría ampliar la multa en 134.000 € al día.
Los estibadores, sin embargo, estaban en contra de esta reforma, que, según el Ministerio de Fomento, pretende romper el monopolio del colectivo para gestionar el sector, y por eso desde el momento que se puso en marcha este decreto anunciaron huelga. Los sindicatos de estibadores anunciaron un preaviso de huelga que comenzaría el 6 de marzo y  duraría tres semanas, con paros alternos de tres días por semana (lunes, miércoles y viernes).
El Congreso votó el pasado jueves 16 de marzo ese Real decreto y por primera vez se tumbó un Real decreto del gobierno del PP. La huelga fue desconvocada y la votación del Congreso muy celebrada entre esos trabajadores.
Por supuesto, me alegra esa alegría. Lo que está en juego no es sólo un problema que se puede reducir a cifras macroeconómicas, sino que es un problema humano que pone en juego puestos de trabajo y modos de vida de familias enteras. Ahora bien, también viene a reflejar algunas cuestiones  que la izquierda ha planteado  en el plano teórico desde hace años pero a las que no ha sabido afrontar en el plano práctico. Cuestiones como, por ejemplo,  el tema de la globalización. Este es un asunto que, querámoslo o no, ha venido para quedarse y que exige de las fuerzas sociales una evidente y amplia renovación. El cambio en la realidad hace necesario otro en las fuerzas sociales que intentan modificar esa realidad. No sirve para nada manejar instrumentos añejos para enfrentarse a nuevas realidades, a lo único que aboca esto es a la frustración y a la pérdida de peso político de esas fuerzas. La globalización implica un evidente cambio en el lugar de la toma de decisión. El poder económico siempre ha sido aquel que se encontraba en la práctica detrás del poder político y moviendo sus hilos. Si antes podíamos localizar casi sin problema la persona que ejercía ese poder desde hace tiempo esto ya no es así, este poder difícilmente se puede personalizar y localizar, parece escaparse de nuestras manos.

Una segunda cuestión que no termina la izquierda de afrontar en toda su complejidad es la del cambio de manos del ejercicio de ese trabajo bien por el deseo de la privatización, el empresario siempre desea poder elegir la opción más barata, o por el añadido  de la deslocalización. Allá donde la pobreza es mayor la mano de obra siempre será más barata. Las distancias que antes eran una dificultad difícil de resolver ahora son una cuestión menor.
Estas cuestiones ponen de manifiesto lo que las organizaciones sociales de izquierda (partidos y sindicatos) no plantean en su discurso. Efectivamente, es necesario creer que otro mundo es posible pero será imposible hacerlo con las herramientas de antaño. La crítica al poder de las grandes multinacionales, a la presión que ejercen las grandes instituciones financieras internacionales, a la fe en el mercado como solución de todos los problemas y a la falsa igualdad que supone el libre comercio difícilmente será eficaz si no se hace desde una entidad a un nivel lo más cercano posible a la de esas instituciones capaz de articular una presión que pueda actuar sobre la realidad y modificarla. Conseguir la Tasa Tobin, la condonación de la deuda externa, la libre circulación de personas, el control político de las multinacionales y el establecimiento de una democracia participativa que consulte a los ciudadanos sobre como gastar el dinero, entre otras cuestiones, exige unir fuerzas no de una manera coyuntural sino de una forma estable y permanente. La solución, en estos casos, no puede ser local sino global, ha de tomarse a una altura similar a la que muestra el poder económico. Estoy hablando del problema del soberanismo. No hace mucho Pablo Iglesias reivindico en el parlamento una recuperación de parte de la soberanía  cedida a la Unión Europea. Hay en esta petición un planteamiento, desde mi punto de vista, erróneo. El internacionalismo de la Asociación Internacional de Trabajadores creada en el siglo XIX prácticamente no existió. En teoría la izquierda vendría a defender ese internacionalismo, y, por lo tanto, difícilmente podría entenderse como nacionalista. El enfoque equivocado es pensar que en el ámbito local, entendiendo como eso aquel que se encuentra más a nuestro alcance, las decisiones de tipo económico y social serán más adecuadas; esto carece de sentido pues nada garantiza que las personas que han de tomar esas decisiones serán así las mejores, lo que si se garantiza es que cuanto menor sea el ámbito en el cual se toman esas decisiones éstas tendrán cada vez menor incidencia y menor capacidad transformadora de la realidad social. La leyenda de David contra Goliat no deja de ser una leyenda; en todo caso hacen falta muchos David unidos para enfrentarse al gigante. El discurso internacionalista sencillamente no existe, las fuerzas sociales desean espacios menores que les garanticen una mayor probabilidad de ocupar el poder con los beneficios añadidos al mismo aunque su capacidad transformadora sea mucho más que mínima.
El mundo se ha globalizado nos guste o no y ese mundo mejor posible tendrá esa característica y las consecuencias de la misma que no podemos ignorar. Es cierto que es mucho más duro ver padecer al vecino y no a otro que vive a miles de kilómetros de nosotros, pero nos guste o no no podemos dejar de ser conscientes que las decisiones y comportamientos que tomamos aquí inciden a esos miles de kilómetros y, por lo tanto, en sus habitantes. La izquierda no puede dejar de recordar el enorme desequilibrio económico y social que tenemos en el mundo de hoy. La búsqueda de soluciones ha de tener esto en cuenta. Nuestra alegría a menudo genera profunda tristeza lejos de nosotros. Volvemos a encontrarnos con un ellos y nosotros en el que este último término viene delimitado por unas líneas fronterizas que siempre son artificiales. Este análisis complejo trae como consecuencia un discurso complejo que no es nada cómodo ni popular, pero, no nos engañemos, no hacerlo es no estar centrados en el problema real y en la coherencia del discurso, únicamente es un discurso a la búsqueda del voto en el mercado electoral, pretendiendo ignorar que la victoria de esos votantes puede hacerse a costa  de otros mucho más empobrecidos. Puede que no seamos conscientes de ello, pero este planteamiento es darle alas al pensamiento localista, vs. de extrema derecha, por eso, es frecuente encontrarnos con un salto de un extremo a otro del espacio electoral.
El ejercicio de la política es mucho más complejo, difícil y duro, de lo que nos gusta creer, y además tiene un último vacío que se encuentra por llenar y que las fuerzas de izquierda hace mucho que abandonaron. En la política no basta con la propuesta de unas medidas para organizar la vida económica, política y social; antes, durante y después de estas están las personas, estamos nosotros y si no se nos educa a la par de esas medidas no dejaremos de ser unas veletas que hoy señalamos hacia un lado y mañana hacia el otro, siempre en función de nuestro interés. No todo el tipo de personas vale para un mundo nuevo, ese cambio será imposible si con él no va aparejado un cambio en el hombre y en la mujer. La izquierda no puede eludir este asunto. El mundo no se renovará si la fuerzas sociales no lo hacen antes y estás tampoco cambiarán si no lo hacen las personas que las forman. Es bueno alegrarse de la alegría de los estibadores pero no podemos quedarnos ahí, no basta con votar en un parlamento para luego seguir encerrados en nuestro propio interés ignorando que cada medida forma parte de una tela de araña que todo lo interrelaciona y que será pura ficción si no cambiamos de verdad las personas que la tejemos.



viernes, 17 de marzo de 2017

ME RINDO




Rendirse no es una opción”, así llamó Ramón Arroyo, afectado de esclerosis múltiple, el libro que escribió contando su historia de superación que le llevó a participar en diversas ironman (3,8 km de natación, 180 km en bici y 42,195 km corriendo). Historia reflejada en la película “Cien metros”. Cuando un médico le aseguró que en poco tiempo no podría caminar ni 200 metros, aquello fue un reto para su vida que le llevó unos años después a participar en la prueba más exigente del triatlón. Entonces no se rindió, pudo hacerlo, pero no siempre es así. El rendimiento tiene una doble acepción de significados muy distintos. Uno se encuentra rendido cuando es sumiso a algo o alguien. No te rindas nunca en este sentido. La otra acepción es encontrarse agotado, muy cansado. Cómo puede combatir uno esto. Esta enfermedad, a veces, nos vence. Uno puede empecinarse en enfrentarse una y otra vez a ella y sentirse cada vez más derrotado. ¿Qué sentido tiene ese empeño? Traigo de nuevo al recuerdo la pelea desigual de la película La leyenda del indomable. La derrota forma parte de la vida y aceptarla cuando las evidencias se te amontonan sólo es un gesto de racionalidad y si se quiere de humanidad. Uno se encuentra rendido y por ello se rinde. Rendirse, en ocasiones, es la única opción razonable y, a veces, sólo tiene sentido verla desde el punto de vista humano. La pelea que uno establece con su cuerpo, en muchas ocasiones sin posibilidad alguna de victoria, no puede ser eterna, uno tiene derecho a la paz cuando el agotamiento es absoluto aunque pueda haber una hipótesis de victoria. Yo no me encuentro en la silla de ruedas por pura comodidad, no dejé de ser capaz de ponerme en pie sencillamente porque dejé de hacerlo. Puedo estar amargado por ello, pero de qué me servirá ese enfrentamiento con la realidad salvo para sentirme peor y amargar a mi entorno. No se volvieron inútiles los dedos de mi mano derecha porque un día yo dejé simplemente de utilizarla. No era el ser dependiente el objetivo de mi vida, no soñaba con que me dieran de comer, ni con que me tuvieran que levantar, o vestir, o duchar, o  que tuvieran que ayudarme en todas mis necesidades. Nos encontramos en una sociedad en la que el sufrimiento y el dolor no está bien visto, únicamente el que vence saldrá en los periódicos, el perdedor se mantendrá oculto. Es la salud y la juventud la que impera, debemos enseñar a ganar no a asumir la derrota, el dolor o la muerte. Ni siquiera hablar sobre estos asuntos está bien visto. El mito del héroe, la gesta de superación pueden llegar a ser perniciosas, no en todas las enfermedades crónicas esto posible y, desde luego, no lo es en enfermedades sin cura conocida o de carácter mortal. Es abrir un camino a la falsa esperanza que puede ser la gran ocasión de los timadores, puede ser encaminar a un fracaso que luego genere un mayor desencanto, o puede ser, sencillamente, el engaño, faltar al derecho a la verdad de cualquier enfermo. Mucho cuidado, mucha cautela. Sí, yo acepto que me he rendido, que me he dado por vencido en todo lo que he dicho, admito esta realidad, pero me niego a ser sumiso, a considerar que ya no tengo un aporte que dar en esta vida. Aquí estoy confinado a mi silla de ruedas, pero deseo, si es posible, ser rebelde; descubrir la belleza de cada amanecer y valorar el descanso en cada anochecer, valorar la grandeza que tiene mucha gente humilde con la que te vas encontrando ahora, conmoverme con una música, pensar lo que otros me plantean, gozar con unos dedos, desear otra piel, alegrarme con la ternura de otro ante mi desnudez, percibir la serena belleza de un cuerpo invalido y hacer oír mi voz allá donde pueda y como pueda. Admito que atrás quedó aquel Jesús que se movía en el mundo pretendiendo moverlo a su vez, pero hoy está este otro, un capullo que no termina de abrirse, una flor peculiar, especial, que algún día deseo que alegre este pequeño territorio en el que me muevo.

martes, 14 de marzo de 2017

JODIDA AMIGA





Es cierto que cuando me confirmaron tu nombre, aunque lo disimulara, aquello pesó como una losa sobre mi. No era la primera vez que lo escuchaba, de hecho  me eras bastante familiar, pero aún así he de reconocer que me asusté. Ahora que nos conocemos bien, pues llevamos años compartiendo vida, cuando te miro, en mi mirada más que miedo creo que hay tristeza. Si tengo que ponerte una imagen, más que el esqueleto vestido de negro y con la guadaña al hombro te imagino como el verdugo de Berlanga llevado a rastras hasta la habitación donde el garrote  vil le está esperando para que ejerza su oficio. De vez en cuando te asomas a verme y percibo en tus ojos una mezcla de culpa y tristeza, como si con ellos pretendieras pedirme perdón por la situación a la que me encuentro abocado.  Tranquila,  reconozco  que hubiera preferido no conocerte pero lo hecho hecho está, aquí estamos los dos, tú pegada a mi. Mi vida ya no la comprendería sin ti, tú y yo somos uno solo y junto a  la importante decadencia física a la que te ves obligada a llevarme, tengo que decirte que he llegado a encontrar flores entre el estiércol. Contigo parecen haberse ido las conversaciones estúpidas, los temas banales, es cierto que nunca he sido dado a ello, de hecho esa incapacidad creo que me ha convertido en un tipo bastante aburrido. Uno no puede ir por la vida siempre con temas profundos, trascendentes, en esos momentos mejor  ahuecar  el ala y desaparecer, pero así he sido y así han venido dadas las cosas; tu compañía parece haberme otorgado cierta justificación para ese comportamiento. El tipo parco y aburrido da la impresión de haber adquirido un aura que con razón o sin ella se encuentra autorizado para manejarse en esos temas. Al petardo le está permitido serlo y hasta, a veces, es escuchado con interés. Calladamente tú te encuentras  agachada a mi lado transmitiendo una visión de la vida que sin ti difícilmente hubiera elaborado. Esa visión de la vida tiene, quien lo diría, algo más de oriental que de occidental, el movimiento de mis piernas parece haber desaparecido, de tal manera que un metro puede haberse convertido en una distancia  insalvable. Ante esta situación o te adaptas a ella o mueres. La vida mantiene su ritmo, no se detiene por el mero hecho de que tú te encuentres confinado a una silla de ruedas, si antes no parabas ahora te ves obligado a hacerlo, si antes todo era urgente ahora no lo es casi nada. Todo sigue igual que antes pero tu perspectiva ha cambiado, lo que antes era pura celeridad ahora es una vida lenta. No puedo mentir, esa lentitud es cruel, penosa, a menudo vivida con impotencia, pero paradójicamente he de reconocer que me ha otorgado cierta paz. El transcurrir de la vida tiene otra medida, en ella nada es fundamental pero todo es importante, cada detalle tiene sentido por mínimo que sea. En ese enorme tiempo que es vivir nada urge pero todo merece la pena. Puñetera amiga, tú me has dejado aquí parado y no te despegas de mi, supongo que no será arrepentimiento pues ya es familiar para ti, es posible que sólo sea el intento de una simple compañía, de no dejarme solo. No has de preocuparte, aunque te fueras yo no te olvidaría. Es ese cuerpo que se me ha ido el que se ha convertido en el protagonista permanente ya que lo veo reflejado en el de otros. Basta con una mirada para sentir que me está diciendo “aquí estoy”, basta con un ligero contacto de las yemas de unos dedos para sentir que está reviviendo. Un cuerpo que por momentos va más allá de un simple armazón. Te veo intentando armar lo que tú has desarmado, pero no sabes, eres incapaz de hacerlo. Veo que esa arena con la que intentas rehacerme se te continúa resbalando entre los dedos y con ella también resbala mi cuerpo, ese quejido silencioso que sueña con rehacerse en otras manos. Es tan poco lo que necesita y tan pequeño lo que le da alegría. Es tanto lo que se le ha quitado y tan mínimo con lo que ahora se contentaría. Me has hecho un completo dependiente al que le bastan muy pequeñas cosas para sentirse feliz: la ternura de unas manos acariciando mis mejillas, la mirada de unos ojos que se cruzan y que se dicen lo que es difícil decirse con palabras, otras manos intentando dar calor a mis manos ateridas de frío y dar forma a unos dedos encogidos. Es tanto lo que los ojos y las manos son capaces de decir y es un lenguaje tan perdido por nosotros. Me has hecho especialista en ese lenguaje no verbal precisamente ahora que mis manos ya no pueden transmitirlo, anhelo recibirlo pero soy incapaz de darlo. Me has convertido en especialista en los detalles pequeños capaz de percibir las pequeñas y  devaluadas virtudes: la ternura, la piedad, la empatía. Me has hecho dueño de mis silencios, los has convertido en tiempos para el sosiego o en momentos para el pensar. Jodida amiga, he de reconocer que contigo me ha llegado cierta felicidad, aquella que desconocía y por la que tú al mirarme, puñetera amiga, esbozas una ligera sonrisa de satisfacción.



viernes, 10 de marzo de 2017

PARADOJAS




Sólo una pérdida se encuentra,
sólo en la oscuridad puede surgir una luz.
En el cuerpo que ha huido es donde toma vida el espíritu
pero esa nueva posesión nunca nos termina de satisfacer.
En la vida no hay anhelo sin sombra.
Es la memoria del llanto y el dolor de la sequía donde debería estar el chaparrón del placer.
El río de la vida que parece haberse secado y ahí está el pasado que no dejas de recordar, 
en esos momentos el recuerdo mayor es de lo no ocurrido,
recuerdo que ha hecho nido en ti pretendiendo socavar tu futuro.
Pero sólo desde la nada podremos mirarnos al espejo y sentir que hemos sido y somos,
que somos y seremos.




La vida está llena de paradojas,
acudes a lo oscuro intentando sobrevivir en el hervidero que supone el cuerpo asomado a los abismos,
 dudando si volar o dejarse caer,
 si morir o nacer de nuevo volviéndolo a intentar perdido en la noche.
No es posible vida sin temblor,
siempre vagabundeando entre sombras.
Forjado de la nada.
Vives en el vacío, en la ausencia,
espectador de una vida que te supera.
Aquello que no es mío pero habita dentro de mi.
Lo que perdí pero que lo sigo sintiendo como mío.
Es la palabra construyéndote en el aire.
La sed permanente sin llegar nunca a ser saciado,
el eterno sediento en busca de un manantial que no existe,
sed de otro cuerpo nunca  hallado.
Un vivir en conflicto, en pelea constante.
No has llegado al pecado y sin embargo sufres por él.
La sombra me habita y me mueve,
soy hijo de la sombra en la búsqueda de una nueva claridad.



Cuando uno vive en la sombra necesita buscar la luz, tiene sed de luz.
Es en esa carne tullida donde se genera la confusión de la vida,
dónde descender puede ser subir a lo más alto,
donde vivir en las sombras puede ser generar la luz,
donde penetrar en el túnel del dolor nos impulsa a albergar la esperanza.
Es en el vacío donde nos encontramos y donde descubrimos la claridad.
La vida es un éxodo permanente y a la vez un retorno constante.
Somos expulsados de la carne, pero sólo encontramos refugio en ella,
Querer volver al origen de todo, allá donde fui sueño,
futuro sin sombra alguna,
Placer puro, sin pesar alguno.
Pero el amanecer es lento, la cicatrización dolorosa y la voz siempre nos traerá el eco del silencio.



En este lento amanecer tengo el temor a sentirme frustrado de nuevo,
el temor de una nueva soledad acompañado.
Sólo en ti soy, solo en tu ausencia.
Solo en tu piel me encuentro y soy negado.
El vacío es un escalofrío que te hace suyo.
Es la añoranza del otro cuerpo,
no de un cuerpo cualquiera,
del otro que también es el tuyo sin el que tú eres la nada.
Es la añoranza del cuerpo, del propio y del de ella
Tu cuerpo nunca está completo sin el otro, sólo hay vacío a su alrededor.
Una realidad qué es más que tú, que te sobrepasa,
la que te da vida y a la vez en la que pareces ahogarte.
El caos es la forma a la que deseas precipitarte.
Se trata de tu hogar y del abismo,
el cuerpo que eres y en el que te pierdes


  
La luz que ilumina tu cuerpo es donde encuentro la sombra en la cual descanso,
que me agita y me da paz.
Es la mirada en la que renazco,
que me perturba y alegra,
donde saboreo la dulzura y percibo el amargor,
donde está el principio y el fin.
Te descubro y me tambaleo,
temo fallecer y a la vez me surge la esperanza.
Solo en ti puedo ser otro,
renacido,
devorarte y ser devorado,
morir y renacer.
Sólo al morir en ti puedo llegar a ser libre.
 Es la certeza de ti, la convicción de que tú eres más real que yo.
La tormenta de tu ausencia sólo puede terminar al intuir tu llegada,
al percibir tu aroma.
Es en ese soplo que me llega donde encuentro la serenidad.


 
Nacer es morir,
vivir es embarcarse en la lucha en la cual nos deshacemos,
nos perdemos, pero también somos,
nos encontramos y la vida adquiere sentido.
En la nada es donde se encuentra el todo.
Cuando el ego ha desaparecido todo es perfecto,
desaparecen todos los obstáculos que impedían que la luz penetrara.
No soy nada y soy todo a la vez.
Mi cuerpo se ha diluido,
os lo entrego,
es vuestro,
tomadlo.
Seréis vosotros el foco que lo ilumina.




         
Las palabras intentan sustituir la carne, pero se queda en un intento.
La vida sólo es posible sostenida en el cuerpo.
En el desierto donde expiran los nombres, expira también el cuerpo,
expira la vida.
La vida hecha jirones no puede ser sustituida por las palabras,
no se puede coser con ellas.
Me gustaría entregaros el cuerpo.

miércoles, 8 de marzo de 2017

AURORA





 Seguramente ella no se hubiera sentido  identificada con un día como este. Era una mujer de  otro tiempo. No era una mujer trabajadora, sólo era, lo que se llamaba y se llama, ama de casa. Eso sí, no podía decirse que fuera una mujer desocupada, ocupaba los minutos de principio a fin, no se paraba a pensar si esto tenía que hacerlo o no, sencillamente lo hacía. Desde que se levantaba por la mañana siempre había alguna tarea que hacer en la casa. Era una de esas mujeres que consideraban qué estando bien ellas carecía de sentido que otras personas hicieran las cosas  por ella, y mucho menos los hombres de la casa. Y ella nunca estaba mal. Su hijo pequeño sólo la recuerda en cama una vez, tuvo que ser una neumonía la que la llevará hasta allá. En su perfil laboral no reconocido se encontraban los papeles de esposa fiel, madre abnegada, abuela solícita e hija (hijastra) cumplidora de su papel de hembra más allá de los machos que con más razón pudieran, al menos, compartir con ella esa labor. Era mujer y  vivió intensamente el papel que aquella sociedad le  adjudicaba, pero su forma de ser siempre buscó los espacios en los que poder salirse y  dar vía libre a su  personalidad. No fue al colegio, no tenía mucho sentido malgastar ese tiempo en algo que a una mujer le era inútil. Su destino ya estaba fijado: ama de casa. No fue al colegio pero eso no le impidió ser el alma cultural de la casa, la que contaba cuentos,  la que cantaba coplas, la que leía libros, la que tenía interés y curiosidad por todo; es por eso por lo que sus hijos mamaron todo aquello más allá  de la leche materna. Su madre murió al poco de  nacer ella. Entonces la maternidad  no era fácil.  El padre hizo lo que entonces era habitual, casarse con la cuñada, era necesaria una mujer que se hiciera cargo de las criaturas, las que ya había y otro que llegaría. Por eso, llegado el momento, ella, única mujer, fue la que se hizo cargo de la “madre”, también cuando se le rompió la cadera y estuvo condenada a guardar cama durante años hasta su muerte. Años en los que perdió la cabeza y  generó una absoluta dependencia entre madre e hija. Nadie se cuestionó por qué razón ella estaba obligada a asumir ese  papel. Era absurdo cuestionárselo, ella  era la mujer. Esa pregunta la guardaba para ella y solo, a veces, cedía en casa al desahogo. Disfrutó  de su papel de abuela y ejerció es de segunda mano siempre que fue necesario, y lo fue con frecuencia. La presencia en casa de los nietos le daba vida aunque físicamente descansara cuando se iban. En aquellos años el hombre era el cabeza de familia oficial, la mujer se encontraba relegada a un segundo plano. Qué sinsentido, aquella familia no hubiera sido nada sin ella, fue su corazón y su cabeza aunque la ley en aquellos años no lo reconociera así. Ese ser corazón y cabeza, manos y pies, cocinera y limpiadora, el orden y el desorden, madre, esposa, hija y abuela, cada hora y cada minuto le pasó factura, murió relativamente joven, su cuerpo no pudo más, su cerebro fue careciendo en poco tiempo del riego sanguíneo necesario. Hoy, 8 de marzo, día internacional de la mujer, un varón la recuerda, su hijo pequeño. No se trata de idealizar a nadie, tampoco  ella fue perfecta, pero su hijo no sería el que es sin ella, no sólo porque le dio a luz sino por todo lo que lleva de ella. Las personas mueren pero, en gran medida, van quedando en nosotros. Sus moléculas vuelven a dar a luz en nuestro interior, también Aurora, mi madre.