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miércoles, 28 de junio de 2017

EL POBRECITO ENFERMO




Tengo esclerosis múltiple secundaria progresiva. Es decir, en mi caso, ya no puedo mover las piernas y las manos  van camino de ello, la derecha, inútil, se va cerrando y la izquierda ya está muy limitada. Necesito que una persona me vista, levante y asee todos los días. Esté donde esté estoy prácticamente inmovilizado, dependo de los demás en todas mis necesidades.


En la cama, inmóvil, solo, con la vista fíjate en el techo, ando lamiéndome las heridas, cuando, para mi sorpresa, empiezan a desfilar ante mí un batallón de desechos reflejados en el mismo espejo en el que yo me cuento las penas. Aparece esa amiga también confinada en la silla de ruedas, sola, sin nadie que escuche sus lamentos, que la abrace y le hablé cada día del mundo que le es ajeno. La miro, le sonrío, cruzamos unas palabras insulsas intentando no entrar en el fango. Recuerdo a mi mujer y que se aproxima la hora en la que vuelva del trabajo. Pasan aquellos amigos, también en soledad aunque convivan en familia, aquel lugar no es un lugar propio en el que, tranquilamente, puedan ser ellos. Arrastrando la búsqueda permanente de empleo, las penurias económicas, la permanencia de yo oculto allá donde nunca debería ser necesario tener algo de ese yo escondido, el de la familia desestructurada en la que el beso y el escupitajo se encuentran mezclados, aquellos que me muestran la bondad alcanzada entre la tormenta, la inocencia  mantenida entre las zancadillas de la vida. Los que cuidan mi cuerpo, los que me protegen. Les sonrío, me sonríen y me lanzan un beso. Dentro de unos días vendrán mis hijos y entrará aire fresco en mi casa. Llegarán, me abrazarán y besarán y estarán pendientes de mi todo el tiempo. Acudirán a la más mínima llamada.


La procesión sigue. Incorporo la cama para verlos mejor. Los que ocupan mi silencio ahora no los conozco personalmente pero sí he oído hablar de ellos. Los que se juegan la vida en el mar con la intención, sencillamente, de sobrevivir; los que se la han jugado y la han perdido, ese viejo al que empujan en silla de ruedas entre el barro. Giro la cabeza y contemplo mi silla de ruedas eléctrica. Delante de mí pasa ese negro al que la policía una y otra vez le pide la documentación; niños raquíticos en brazos de su madre, esas personas millones de escalones de dignidad por debajo de la nuestra, allí de donde traemos a precio miserable aquello de lo que nos alimentamos y con lo que construimos este cómodo mundo en el que vivimos. Los desconozco, me generan incomodidad verlos tan cerca de mí, pensar en mi frigorífico, en mi televisión, en mi aire acondicionado, todo aquello que tengo y poseo sin saber su verdadero precio.  Ante mí, desfilan aquellos que viven y mueren siendo, a veces, conejillos de indias de nuestras farmacéuticas, las parturientas sin lugar donde dar a luz, las madres sin leche, los niños diferentes que son abandonados por su diferencia, las niñas violadas, las que son casadas a la fuerza a temprana edad, las víctimas de la ablación, los niños de la guerra, las niñas vendidas para la prostitución, niños y niñas que casi nunca han pisado una escuela, familias enteras bajo los escombros. Pienso en mi casa, pienso en mis medicamentos, pienso en mi. Por alguna razón este inválido, que permanece inmóvil en su cama, ha roto a llorar.


Viejo caradura, no tienes nada de pobrecito; mira a tu alrededor, todo lo que tienes: la familia, los amigos, el dinero, la estabilidad, la casa, sus objetos, la sociedad que te rodea, la sanidad que te cuida, la educación a la que has ido, los derechos de los que disfrutas, y el muro que te separa de ellos, aquellos que hoy se han mostrado ante ti. Ni siquiera con las enfermedades graves desaparecen las clases,  los ricos y los pobres, los beneficiados y los perjudicados, los importantes y los insignificantes, el atracador y el atracado. Es mucho más lo que debes a la vida que lo que la vida te debe a ti, a lo que estás obligado sea cual sea tu estado de salud. No te hagas el pobrecito, no insultes a la vida.


viernes, 16 de junio de 2017

AFORISMOS (I)



1.          La pureza del nosotros es debida a la impureza del mestizaje.

2.       Toda nación tiene su principio y su final. El mérito de los gobernantes es que a ese final se llegue sin sangre.

3.         El todo exige la soberanía para decidir sobre la parte y la parte reivindica la soberanía para decidir por sí sola. Pero cuando la parte se transforma en todo exige la soberanía sobre sus subpartes negando a estas la posibilidad de decidir por sí solas.

4.         Toda nación crece gracias al rechazo al otro.

5.         La nación a la que pertenecemos puede cambiar de nombre, pero es posible que el poder no cambie de manos aunque cambien sus apellidos.

6.         La patria por la qué sientes tanto seguramente la odiarías si fuese tu nación vecina.

7.         Es nuestro pecado idealizar a aquellos que veneramos sin llegar a asumir que todo rey está desnudo.

8.         La pureza de la que presumimos también pueden envenenarse, pero el sabor del veneno es tan dulce que no llegamos a percibirlo como tal.

9.         Una persona crítica siempre es incómoda en un aparato.

10.   Si mi pensamiento es crítico, mis seguidores, si los hay, no pueden estar de acuerdo en todos y cada uno de los puntos, si es así no son seguidores míos.

11.   Aquel dispuesto siempre a cambiar su discurso sólo tiene un interés: permanecer en el poder.

12.   Nuestros cambios de opiniones en la vida sólo ponen de manifiesto una cosa: siempre estamos en el error.

13.   Aquel que ha cambiado de opinión en distintas ocasiones de su vida y siempre cree poseer la verdad absoluta lo único que demuestra es su engreimiento y gran ignorancia.

14.   Pienso, luego estoy equivocado.

15.   Mi mirada que parece juzgar no viene tanto del ánimo censor por mi sabiduría, como de la observación por mi ignorancia.

16.   ¿Quién soy yo para sacar a alguien de lo que yo considero error, si ese alguien es feliz y bondadoso con ello?  Si mi intervención hace que se desmorone y únicamente le genera infelicidad, tengo la respuesta: no soy nadie.

17.   Para mis células yo soy su dios, pero solo soy una hipótesis imposible de demostrar.

18.   Yo puedo ser un dios para mis células, pero las desconozco, no soy omnisciente, ni puedo hacer con ellas lo que quiera, no soy omnipotente.

19.   Yo me encuentro en manos de mis criaturas, mis células, pero ellas no están dependiendo de mi.

20.   La espiritualidad rodea la acción, va por delante de ella, se encuentra por debajo y por encima de todo paso y empuja a actuar en la vida.  

21.   El ser espiritual no levita flotando por encima de la realidad sin mancharse con ella sino que siente la necesidad de intervenir en la misma.

22.   Siempre tenemos la obligación moral de preguntarnos por las consecuencias de nuestras acciones. No podemos renunciar al pensamiento crítico e intentar quedarnos al margen como simples espectadores.

23.   No tener futuro no tiene por qué suponer no tener presente, al contrario, se puede vivir en un presente perpetuo.

24.   Cuando uno depende de otra persona para sobrevivir, esta persona también depende de él. Dos santos atrapados en un infierno.

25.   Buena parte de aquello que hoy amamos y nos sentimos orgullosos, no hubiera sido posible sin los dolores y tinieblas del pasado.

26.   Cambia un minuto traumático que aconteció en tu vida y puede que hayas perdido hoy aquello que más quieres.

27.   El enamoramiento exige cierta tensión diaria, el esfuerzo de mostrar aquellas caras que creemos enamoran y ocultar aquellas que pensamos pueden desenamorar.

28.   Esta actuación es imposible convertirla en un hábito. No puede construirse una relación duradera sobre la misma.

29.   El amor sólo es posible construirlo sobre nuestro ser completo, aquel que muestra nuestras bondades pero también nuestros defectos.

30.   La persona que entra en su hogar entra para el reposo, no para mantener el artificio.


miércoles, 14 de junio de 2017

Discapacidad, sexo y prostitución.




Hablar de sexo y prostitución siempre es un tema complejo y polémico, más aún si se le añade un tercer ingrediente, la discapacidad. Tengo en mi mente la película “Las sesiones”, un tetrapléjico de 38 años decide que ha llegado el momento de perder la virginidad, para ello busca la ayuda de una profesional del sexo, llámenla ustedes como quieran. Ojalá fuese una película más vista. El sexo, el placer, el cuerpo, la ternura, el afecto, el éxtasis que dura unos segundos, la felicidad que puede durar una noche, una tarde, una mañana, un día. Una felicidad que puede que después quede en nada, pero ahí estuvo, ahí quedó. El derecho a ser tocado, a ser besado. La humedad, los fluidos, los gemidos, esa mirada que todo lo abarca y en todo se concentra. Las yemas de los dedos, la humedad de la lengua, el sudor de las axilas, el olor de la vagina, la magia de una erección, los susurros del después, la cabeza sobre el pecho, el lento baile de unos dedos, las confidencias, las confesiones, los deseos, el llanto, la risa, el silencio que se escucha.
Si hablar de sexo y sexualidad no está del todo asimilado, hacerlo de sexo y sexualidad de las personas discapacitadas es prácticamente rechazado, entra directamente en el terreno del morbo, de lo desagradable, de lo prohibido. ¿Tiene derecho a la sexualidad el impotente, la mastestomizada, aquella persona que carece de manos, que tiene la piel de su cuerpo arrasa por un fuego, la que no se puede mover, la que solo mira? ¿cómo ha de ser esa sexualidad? ¿quién la puede practicar? ¿dónde se encuentra el límite de lo perverso? ¿dónde se encuentra el morbo, en la cabeza del que mira o en los cuerpos que se juntan? ¿es necesario el amor?  Recuerdo en este momento un relato de Mario Benedetti, La noche de los feos, que puede servirnos para expresar la dificultad y el gozo de estos momentos. Quién no va a tener derecho a la sexualidad, quién no va a tener derecho al uso de su cuerpo para ello, quién va a estar condenado de nacimiento a no ser tocado, a no vivir la ficción de un amor. La discapacidad no nos convierte en seres asexuados.
Sobre este derecho es sobre lo que habla la película antes citada y lo que pone sobre el tapete, lo admitamos o no, es el tema de la prostitución, su regulación sí o no, su legalización sí o no. Mark O'Brien (John Hawkes), poeta y periodista tetrapléjico y con un pulmón de acero, decide que, a sus 38 años, ya es hora de perder la virginidad. Con la ayuda de su terapeuta y la orientación de un sacerdote (William H. Macy), Mark se pone en contacto con Cheryl Cohen-Greene (Helen Hunt), una profesional del sexo. Una película llena de ternura y de verdad. ¿Quién puede oponerse a lo que ahí ocurre? La dulzura con la que es tratado el tema por Cheryl y la simpatía que desprende el personaje de Mark, lo hace imposible. Seguramente alguien podría decir: eso no es prostitución. Bueno, será cuestión de extender un certificado de discapacidad para poder acceder a los servicios de una profesional del sexo, seguramente también será necesario fijar el grado de minusvalía. ¿O bastará con una prueba de virginidad? ¿Se podrá acceder también con un certificado de soledad? ¿Y quién pueda demostrar la vivencia de una sexualidad muy lastrada? ¿Será un problema de edad? ¿Los mayores sí o no, sólo para ellos o ninguno? Dónde podemos poner el límite para el ejercicio de la sexualidad.
La prostitución es ejercida mayoritariamente por mujeres, mientras que los clientes son mayoritariamente hombres. Quizás es un problema terminológico, prostitutas o putas suena despectivo, mejor llamémoslas profesionales del sexo, trabajadoras sexuales o asistentas sexuales, puede que así podamos engañar a esa parte de nuestra conciencia que todavía está instalada en el prejuicio. Es verdad que la sexualidad no es sólo genitalidad, y que la mayoría de nosotros no sabemos vivir el antes, el durante y el después, que necesitamos un buen repaso a nuestra educación sexual. ¿Es que es necesario para corregirlo crear un ciclo formativo de formación profesional sobre asistencia sexual? ¿De grado superior (una educación universitaria de grado parece excesivo) o bastaría con uno de grado medio?. Puede que así lográramos diferenciar como es debido un trabajo tan digno como este de ese puterío que tanto nos indigna.
Si hemos salvado de la quema alguno de los casos anteriores, quizás no nos hayamos dado cuenta de qué hemos empezado a regular la prostitución. Dentro de nosotros, aun cuando presumamos de modernos y de no creyentes, todavía persiste ese prejuicio judeocristiano que condena la sexualidad como algo escandaloso y que debe estar circunscrita al ámbito de lo privado. El diccionario de la RAE habla de la prostitución como mantener relaciones sexuales a cambio de dinero. ¿Dónde está lo vergonzoso? Seguramente puede ser una actividad no deseada, para la que no hay vocación. ¿Es la única? Quién desea recoger basura, quién limpiar alcantarillas, quién aguantar borrachos, quién quiere trabajar asfaltando una carretera, quién buzonear por las casas. Por qué el contacto corporal de un masaje está permitido; quizás por el mismo motivo que se critica a lo que hemos reducido la sexualidad: la genitalidad. Ese es el lugar prohibido, aquel que todo lo convierte en vergonzoso, aquel que quien lo toca o aquella que lo ofrece quedan señalados.
El problema no es la actividad en sí, tan legítima y natural como otra cualquiera, el problema real son las circunstancias en las que se desarrolla este trabajo, circunstancias a las que la ilegalidad la aboca. Los problemas son la prostitución infantil, el proxenetismo, el tráfico de personas, la violencia a la que se encuentran expuestas, la explotación sexual, las enfermedades de transmisión sexual a la que se encuentran expuestas. La clandestinidad propicia todo esto, su regulación y poder realizar este trabajo a la luz de los demás puede permitir diferenciar el trigo de la cizaña. La persecución de esas prácticas, la diferencia legal entre víctima y verdugo, los beneficios para la primera y el duro castigo para el segundo. El tráfico de personas es perverso sea cual sea el destino al que estas son llevadas, la esclavitud igualmente, esté una persona confinada en un barracón para prostituirse, para la mendicidad, para tejer camisas o para trabajar en el campo. Esta sociedad hipócrita habla del mal uso que hacemos de la sexualidad y es incapaz de asumir que la educación sexual de todos es una tarea pendiente. Saber que la violencia es condenable sea cual sea el ámbito en el que se desarrolle, que la sexualidad es también un lenguaje a utilizar, que el abuso de edad, sexo o poder físico o social siempre es deleznable y denunciable, que aportar felicidad corporal a quien no la tiene también es un acto de caridad y que en este aspecto es necesario respetar al máximo y potenciar el respeto a la diversidad sexual. La mujer no es un objeto también puede ser la que necesite esa felicidad temporal, el hombre no es el macho ibérico poderoso también puede ser el agente tierno que aporte esa felicidad. La sexualidad en la sociedad es una mirada de lágrimas, bien de tristeza o alegría, la educación fundamental consiste en tener la sensibilidad para percibir ambas cosas y no tener prejuicios para aceptar su resolución.


jueves, 8 de junio de 2017

Bienvenido señor Suerte




El otro día visioné de nuevo parte de la película Bienvenido Mr. Chance, en ella Chance (Peter Sellers), un jardinero analfabeto y muy limitado intelectualmente se ve, con sus silencios, su pasividad y sus comentarios muy básicos sobre jardinería, convertido en un sabio al que los altos poderes acuden para descubrir lo que interpretan como razonamientos esenciales para la vida y para su organización. Quizás me estaba viendo a mí mismo. Nunca pude presumir de una sabiduría enciclopédica ni de una capacidad de discurso inagotable, el tiempo y la enfermedad ha ido mermando cada vez más ese depósito de palabras y de información, y, sin embargo, me siento escuchado, incluso con interés. No es un acto de caridad al que ahora asisto debido a mi enfermedad, puedo decir que lo he sentido durante casi toda mi vida y que en ocasiones se remonta a mi juventud aunque se haya hecho presente ahora. La suerte me ha acompañado y continúa haciéndolo. Sorprendentemente, para mí, he sido una persona importante para otros pero nunca he dejado de sentir mi mediocridad y la gran distancia existente entre el ser deseado y el real. Pienso que están confundidos y temo, al mismo tiempo, que se den cuenta de ello y se descubra mi vulgaridad. Me aterra la soledad y cada día que pasa valoro más el enorme regalo que supone la amistad y el cariño, el sentirte cuidado por los otros acompañado por la ración de humildad correspondiente y que, ¡oh, sorpresa! estabas presente, sin tú saberlo, en otras personas. Este personaje tan valorado, no sería capaz de vivir lo que está viviendo en soledad; sin ellos no soy nadie, con ellos, paradójicamente, en mi decadencia física, cuando mi cuerpo se va desmoronando y mi presencia se va reduciendo soy un globo que va creciendo mientras los demás le van insuflando su aliento. Mis pocas palabras puede que tengan poco valor, pero lo que sí aseguro es que ahora pertenecen a lo más hondo de mí. En ocasiones, a pesar de los pesares, uno debe dar gracias a la vida por ser un afortunado.